Occidente en retroceso: el advenimiento del Estado policial
Trece años después del atentado terrorista contra el World Trade Center...
Trece años después del atentado terrorista contra el World Trade Center en Nueva York en 2001, Estados Unidos se vio conmovido por la muerte del ciudadano Michael Brown a manos de un oficial de policía, en la pequeña localidad suburbana de Ferguson (Missouri, 2014). La guerra global contra el terrorismo (que, tras la ejecución sumaria de Osama bin Laden, se toparía con nuevos desafíos geopolíticos ante el surgimiento y la amplificación del Ejército o Estado Islámico) ha comenzado, pues, a superponerse con el desequilibrio doméstico que emana de lo que hoy no pocos analistas ya evalúan como un conflicto de mediana intensidad entre minorías y las fuerzas de policía en EE.UU. La representación gráfica más contundente de este nudo gordiano puede rastrearse, por ejemplo, en las movilizaciones de grupos del estilo Black Lives Matter y similares -espectros que no se privan de alentar la apología del asesinato de agentes del orden. Toda vez que la retórica de la recurrente arenga antipolicial no conduce necesariamente a episodios violentos como el de Dallas por vía de la Teoría de la Bala Mágica o de otros postulados analíticos de raigambre conductista, tampoco sería lícito descartar que la sociedad estadounidense asiste hoy en rol de testigo a un inédito principio de fractura.
La incipiente brecha americana de referencia ha empujado al senador republicano Ted Cruz a afirmar, en pocas palabras (en 2015), que el presidente Barack Obama y otros funcionarios -entre los que nombró al Fiscal General- tratan a las fuerzas de policía 'como si fueran el enemigo', en tanto 'proceden a vilipendiarlas' (washex.am/2ajhCCr). La contracara del planteo de Cruz y otros muchos se explicita en las formulaciones de elementos pertenecientes a Black Lives... y a otros microconglomerados de militantes pro-derechos civiles. Todos los cuales, a su vez, vuelcan material grabado en video y arengas a redes sociales como Facebook y Twitter. En simultáneo -y en la otra vereda-, los agentes de policía en áreas urbanas y suburbanas recurren preventivamente al empleo de fuerza excesiva y ello, a la postre, conduce a la ocurrencia de incontables excesos.
Entretanto, el análisis contextual de la dialéctica entre policía y militancia callejera en suelo estadounidense no estaría completo sin citarse el eminente proceso de militarización de las fuerzas de la ley, que ha reformulado su doctrina a consecuencia de la amenaza terrorista tipificada por la Patriot Act (Ley Patriota). En tal sentido, Estados Unidos hoy registra una multiplicación de subunidades en formato SWAT (acrónimo para Special Weapons and Tactics; que recurren a hardware y tácticas tomadas prestadas de las fuerzas armadas). Al final del partido, la militarización de la policía y la desaparición gradual pero recurrente de libertades civiles le ha venido como anillo al dedo a la agenda de espectros de ideario progresista -y de otros que no lo son tanto. En cualquier caso, en los EE.UU., ya es moneda corriente ver que agentes de pequeñas localidades cuentan con vehículos blindados, equipos especiales de francotiradores, carabinas Colt AR-15 o Colt M-4, fusiles de asalto Colt M-16, subametralladoras Heckler & Koch MP-5, y/o lanzagranadas. Todo ello, sin mencionar el equipamiento renovado de fuerzas antimotines, cuyas reglas operativas han evolucionado notablemente desde su introducción oficial en la década del setenta. El ex funcionario de la CIA, Philip Giraldi (autor en la revista The American Conservative) ha sabido explorar en profundidad estas cuestiones con su particular pluma, en el trabajo intitulado Washington's Terrorism as Usual (en español, en http://bit.ly/2ajrONv). En otros artículos de su autoría, Giraldi también se ocupa del modo en que naciones de Europa Occidental ya han comenzado a implementar legislaciones similares a la Ley Patriota americana en sus respectivos territorios -mucho antes de producirse los perturbadores episodios de París, Bruselas, Niza o Estambul.
La variante del Estado policial, entonces, parece exhibirse hoy como única alternativa al momento de evaluarse soluciones para el intríngulis terrorista -sin importar que el perpetrador sea un excluído social devenido en una suerte de shahid cuentapropista (mártir; ver: Dr. Ramiro Anzit Guerrero, sobre la preparación y ejecución de un atentado terrorista, en bit.ly/2av8kU7), o confeso integrante/nodo de un yijadismo descentralizado que reinterpreta el Corán en términos que vuelven a depositar la bibliografía del cientista político Samuel Huntington en la lista de best-sellers.
Lo cierto es que, ante el surgimiento del shahid como infiltrador de refugiados o refugiado strictu sensu, Occidente (y, en especial, Washington) sigue careciendo de sensatez en su criterio analítico. Vuelven -los observadores occidentales- a caer en el desliz ya clásico de Henry Kissinger tras el atentado con explosivos de las barracas de los Marines en Beirut (1983), coqueteando con la posibilidad de 'negociar' con aquellos cuyas motivaciones continúan a resguardo del manto de la más profunda incomprensión.
La solución incompleta del Estado policial vuelve a mostrar los dientes, en forma de espasmódico dictamen. En el ínterim, solo puede asegurarse que, en Europa, el turismo y, por ende, la actividad económica en su conjunto, están llamados a acusar un durísimo golpe.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.