La violencia en Burundi subraya la fragilidad de la democracia en Africa
La pequeña nación africana de Burundi transita ya diecisiete meses de violencia ininterrumpida...
La pequeña nación africana de Burundi transita ya diecisiete meses de violencia ininterrumpida, desencadenada por la decisión del presidente Pierre Nkurunziza de buscar un tercer período presidencial.
Otrora una historia de relativo éxito, la democracia de Burundi se exhibe ahora en terapia intensiva. Sus padecimientos son un recordatorio del frágil estado de la democracia africana, y es parte de una infortunada tendencia a lo largo del continente, que amenaza no solo los intereses estadounidenses sino a las libertades que con esfuerzo se han ganado millones de ciudadanos africanos.
En 2005, el parlamento de Burundi eligió como presidente a Nkurunziza, en lo que constituyó una señal esperanzadora para un país que emergía de doce años de una guerra civil genocida, que apenas finalizó en 2006. Sin embargo, la decisión presidencial de abril del 2015 de buscar un tercer período -maniobra que la oposición acusó contraviene el límite constitucional de dos períodos- dio lugar a extendidas protestas.
Los servicios de seguridad de Burundi y una milicia juvenil aliada al partido oficialista replicaron con violencia a las manifestaciones ciudadanas. Nkurunziza fue eventualmente elegido en julio de 2015, y un grupo rebelde se abrazó a las armas para atacar al régimen. Elementos de las fuerzas armadas también motorizaron un fallido golpe de Estado en ayo de 2015.
Entre 500 y 900 personas perecieron en ocasión de los incidentes y, aproximadamente, un cuarto de millón de personas abandonó el país.
De acuerdo a informes sobre el terreno, el gobierno ha detenido a al menos 5 mil personas, y un informe reciente documentó que los servicios de inteligencia de Burundi torturaron a activistas antigobierno. Los rebeldes, mientras tanto, atacaron instalaciones militares, a la policía, a simpatizantes, y a miembros del régimen -a criterio de derribar al presidente Nkurunziza.
A comienzos de los años noventa, numerosas naciones africanas venían llevando a cabo progresos significativos en pos de la democracia. La desintegración de la ex Unión Soviética ayudó a desacreditar a los liderazgos autoritarios, ante los ojos de muchos africanos. De igual manera, dejó a un número de regímenes sin su patrocinador principal, dificultándose para ellos la posibilidad de ignorar los reclamos ciudadanos.
Las economías africanas en dificultades también se volvieron recurrentemente al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y a las naciones desarrolladas en busca de ayuda externa, lo cual supo vincularse con la promoción de reformas que buscaban construir sistemas políticos más democráticos.
El progreso democrático resultante fue impresionante. Previo a 1990, solo seis de 53 países del Africa exhibían provisiones constitucionales para limitar los períodos presidenciales. A lo largo de la siguiente década, se promulgaron 48 nuevas constituciones, 33 de las cuales tipificaban límites a la permanencia presidencial.
Sin embargo, el proyecto democrático en el continente se muestra ahora bajo amenaza. En los últimos siete años, líderes políticos en Etiopía, Uganda y Kenia -entre otras- adoptaron leyes tendientes a perjudicar a la sociedad civil. Aquellos mismos líderes incluso llegaron a recurrir a legislaciones que, de manera ostensible, habían sido desarrolladas para combatir al terorrismo; pero utilizaron el pretexto para amordazar a la oposición política.
Desde 2001, 13 países aprobaron exitosamente referéndums constitucionales para extender o bien eliminar completamente la permanencia de los presidentes.
Con todo, aún queda esperanza para el futuro de la democracia en Africa. El Indice de Libertad Económica (Edición 2016, preparado por la Fundación Heritage en Washington, D.C.) halló un correlato positivo entre libertad económica y gobernancia democrática. La libertad económica en el Africa subsahariana se ha, en promedio, afirmado en los últimos seis años -sugiriéndose con ello que la democracia se mantiene en terreno firme en el continente.
Las encuestas demuestran que los ciudadanos del grueso de las naciones africanas prefieren la democracia como sistema de gobernancia, e incluso están dispuestos a reafirmarla por sí mismos.
En 2014, manifestaciones populares forzaron al eterno líder de Burkina Faso, Blaise Compaoré, a dejar de lado sus planes para extender su permanencia en el poder. Las protestas nucleadas en el hashtag de Twitter #ThisFlag hoy se multiplican contra el abusivo régimen en Zimbabwe, así como también se contabilizan masivas protestas por parte de la población Oromo, versus el opresivo gobierno etíope.
Otras buenas noticias han llegado a los titulares. La República Centroafricana votó en diciembre la reducción de períodos presidenciales (quedando éstos en dos), y Senegal aprobó una enmienda que acortará cada período presidencial, de siete a cinco años. El recientemente electo presidente Patrice Talon, de Benín, llegó al poder bajo la promesa de reducir el poder del Ejecutivo, mientras que la elección nigeriana de 2015 se caracterizó -por primera vez en su historia- por un mandatario que dejó el poder pacíficamente tras perder en los comicios.
La democracia sufre en muchas naciones africanas. Los jefes de Estado están recurriendo a estratagemas variopintas para prolongar su estadía en el poder, lo cual inevitablemente interpondrá presión sobre la sociedad civil y sobre las instituciones necesarias para garantizar una democracia sustentable.
A pesar de ello, algunos países han aprobado reformas de importancia, mientras que miles de africanos a lo largo del continente desafían hoy a los regímenes más represivos. Existe esperanza ante la posibilidad de que las tendencias antidemocráticas en el continente puedan ser derrotadas.
Artículo original en inglés, en dailysignal.com/2016/08/15/violence-in-burundi-highlights-the-fragility-of-democracy-in-africa/
Es analista de políticas públicas relativas al Africa y Medio Oriente, para el think tank estadounidense The Heritage Foundation (Washington, D.C.). Sus análisis son publicados en la web The Daily Signal.