A diez años de la muerte de Jeane Kirkpatrick, 'demócrata de Reagan'
Un 19 de noviembre de 1926 –noventa y ocho años después de la muerte...
07 de Diciembre de 2016
Un 19 de noviembre de 1926 –noventa y ocho años después de la muerte de Franz Schubert (1828), cuarenta y cuatro años después de la fundación de la ciudad de La Plata por Dardo Rocha (1882) y nueve años después del nacimiento de Indira Gandhi (1917)– llegó al mundo en Duncan, Oklahoma (Estados Unidos de América), Jeane Duane Jordan Kirkpatrick, la experta en asuntos exteriores y aguerrida diplomática que sería una de las caras visibles del primer tramo de la Administración Reagan.
Con sus quince años recién cumplidos, un domingo 7 de diciembre de 1941, la joven Jeane, como una enorme porción de estadounidenses, se vio sorprendida por una noticia conmocionante: a las 7:48, hora de Hawaii, el Imperio del Japón había lanzado un ataque fulminante sobre la base norteamericana de Pearl Harbor. Al día siguiente, 8 de diciembre, el presidente Franklin Delano Roosevelt, ante el Congreso de su país, calificó el hecho como “una fecha que vivirá en la infamia”, pidiendo la declaración de guerra al Imperio del Sol Naciente. “Remember Pearl Harbor” (“Recuerden Pearl Harbor”) pasó a ser la frase emblemática de la Segunda Guerra Mundial en el teatro de operaciones del océano Pacífico. No podemos saberlo con exactitud, pero es altamente probable que Jeane no sólo recordara la fecha, sino que se encargaría ella misma de no olvidarla en sus años venideros.
No voy a hacer en este Editorial una biografía tradicional de ella (que puede encontrarse en cualquier sitio de Internet), sino, simplemente, señalar algunos aspectos de su vida que me resultan de particular interés; algunos de ellos que la han hecho bastante cercana a la historia política argentina.
Kirkpatrick se doctoró en Ciencia Política en 1968, en la Universidad de Columbia, luego de finalizar y exponer su trabajo sobre el movimiento peronista: 'Leader and Vanguard in Mass Society: A Study of Peronist Argentina'.
Asimismo, se desempeñaba como embajadora estadounidense ante la ONU (primera mujer en la historia de su país en alcanzar esa posición) durante el estado de beligerancia que enfrentó a la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte en lo que técnicamente se llamó “Teatro de Operaciones del Atlántico Sur” (TOAS) y que pasó a la historia bajo el nombre coloquial de “Guerra de las Malvinas / Falkland’s War” (según el lado en el que se aludiera a la contienda y se la analizara con mayor o menor rigor).
Kirkpatrick, de muy joven, tuvo simpatías socialistas; pero en los Setentas participó activamente dentro de las filas del partido Demócrata, apoyando la candidatura fallida de Hubert Humphrey, como una ferviente anticomunista.
Pero su permanencia en el otrora partido de Roosevelt, Truman, Kennedy y Johnson; no sería para siempre. Profundamente disgustada con la dirección que habían adoptado los demócratas, sobre todo a partir de la llegada al poder de James Earl Carter el 20 de enero de 1977, se dedicó a analizar la situación por la que atravesaba el partido al que estaba afiliada en su obra: “Dismantling the Parties: Reflections on Party Reform and Party Decomposition” (1978).
A pesar de la importancia de la obra referida ut retro, su libro fundamental es, a mi juicio, “Dictatorships and Double Standards: Rationalism and Reason in Politics” (1982); en el que se explicita la que es hoy conocida como “Doctrina Kirkpatrick”. La embajadora sostenía, básicamente, que los regímenes totalitarios eran más duraderos en el tiempo, con posibilidades mucho más remotas de caer, que los autoritarios. En los regímenes autoritarios, sostenía, se perdían libertades políticas en forma provisoria, pero se mantenían otras; en los totalitarios, no había ningún tipo de libertad. El blanco principal de sus críticas era la “política de derechos humanos” de Jimmy Carter, que mientras atacaba a varios de los aliados tradicionales de los Estados Unidos de América (por entonces bajo gobiernos de facto) con el fin de atacar “moralmente” a la Unión Soviética, ésta iba avanzando en el mundo sin ningún tipo de freno.
En 1980, era inevitable que, con sus ideas, Kirkpatrick decidiera a un hombre que, hasta 1962, había sido demócrata como ella, pero que se había convertido en la esperanza del partido Republicano de conquistar la Casa Blanca: Ronald Wilson Reagan. Ella estaría a su lado como asesora en materia de política exterior, integrando el grupo conocido como “los demócratas de Reagan”. La victoria del GOP fue contundente ante un presidente Carter que perdió la posibilidad de ser reelecto, acorralado por numerosos fracasos en política doméstica y externa.
Pronto se volvió al bipolarismo rígido: la URSS sería catalogada por el nuevo presidente como “el Imperio del Mal”. El enemigo principal pasó a ser, nuevamente, el totalitarismo soviético. Y, para contenerlo, se buscarían todo tipo de respaldos, que irían desde los tradicionales aliados de Europa Occidental hasta los gobiernos de facto de Sudamérica, muy resentidos con la recientemente finalizada Administración Carter; entre otros socios alrededor del mundo dispuestos a unirse para poner freno al comunismo soviético y sus satélites en sus afanes por “exportar la revolución”.
El conflicto bélico entre la Argentina y Gran Bretaña en 1982, puso a los Estados Unidos en una difícil situación ante la que terminó escogiendo apoyar a su Madre Patria, que había apelado, a través de su embajador ante la ONU, Anthony Parsons, a la “relación especial” que unía a británicos y estadounidenses desde la Segunda Guerra Mundial. Pronto, uno por uno, los gobiernos de facto de Sudamérica fueron desapareciendo luego de sucesivos llamados a elecciones. Sin embargo, a pesar del apoyo de la Administración Reagan al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, la embajadora Kirkpatrick fue una de las pocas integrantes del “staff” norteamericano que estuvo, lo más cercana que pudo, a la Argentina.
Finalizado 1982, alejado de sus funciones como Secretario de Estado el general Alexander Haig (con quien Kirkpatrick había tenido numerosas y serias diferencias), la embajadora exhibió un gran protagonismo en el año 1983, al que el presidente Reagan aludió como el del inicio de una “Segunda Guerra Fría” ante el endurecimiento de las relaciones soviético-estadounidenses. Episodios como el del derribo del avión de la KAL (línea aérea surcoreana) en espacio aéreo soviético por cazas de esa nacionalidad, los atentados en el Líbano contra soldados estadounidenses o la intervención dispuesta por Washington en la isla caribeña de Grenada; hicieron que el rostro y la voz de Kirkpatrick fueran presencia constante en las pantallas televisivas y su desempeño objeto de análisis de diarios y revistas especializadas.
En 1984, la Convención Republicana nominó a Ronald Reagan como candidato a la reelección. Jeane Kirkpatrick participó de la misma a través de un recordado y muy festejado discurso (“Blame America First”), reivindicando un pasado demócrata que, según ella, nada tenía que ver con el legado de Truman o Kennedy en materia de política exterior. Jimmy Carter y Walter Mondale eran ajenos a los que ella consideraba los principios tradicionales del partido Demócrata. El partido de Franklin Delano Roosevelt, el presidente que había denunciado “la fecha que vivirá en la infamia” apelando a la declaración de guerra contra un estado totalitario. El presidente que había generado opiniones divididas a nivel interno; pero que había logrado una simbiosis del espíritu patriótico entre demócratas y republicanos, verbalizado en aquel célebre “Let’s Remember Pearl Harbor”.
El camino, para Kirkpatrick, era de no retorno: a partir de 1985, finalizando su función como embajadora ante la ONU para dejar paso al experimentado general Vernon Walters (experto en viajes relámpago y “misiones discretas”); Jean Duane Jordan Kirpatrick se convirtió en republicana, veintitrés años después que el reelecto presidente Reagan, que en 1962 había decidido que su lugar estaba en el GOP.
Retirada de sus funciones como embajadora, retornó a la docencia y se convirtió en una importante referente entre los “think tanks” del partido Republicano y organizaciones conservadoras.
Muchos han criticado la “Doctrina Kirkpatrick” alegando que el régimen totalitario soviético y sus satélites terminaron derrumbándose mucho antes de lo que ella había pronosticado. A mi modo de ver, la política firme de Reagan-Kirkpatrick, intransigente ante la pretensión de la URSS de avanzar sin ningún tipo de oposición, fue la que terminó obligando a los rusos a distender su posición. En 1985, con la llegada a la Secretaría General del PCUS de Mijail Gorbachov, se iniciaría una nueva etapa en las relaciones entre Washington y Moscú; con un Reagan dispuesto a negociar, pero desde una posición firme.
El 7 de diciembre de 2006, sesenta y cinco años exactos después del ataque japonés a Pearl Harbor, Jeane Duane Jordan Kirkpatrick falleció mientras dormía en en su casa de Bethesda (Maryland). Dos años antes, había muerto Ronald Reagan, el presidente al que ella, muy lealmente, había servido. Su deceso se produjo, asimismo, dos años antes de que el partido Demócrata se preparaba para volver a la Casa Blanca, con un candidato y un programa que, conociendo su obra, sin duda le hubiesen generado contrariedad y resquemor.
Se iba, de este modo, una mujer que, se compartieran o no sus ideas, prefirió serles fiel a las mismas antes que a su afiliación partidaria; pensando más como estadounidense que como demócrata. Como no era hipócrita, le era imposible ser “políticamente correcta”.
Con sus quince años recién cumplidos, un domingo 7 de diciembre de 1941, la joven Jeane, como una enorme porción de estadounidenses, se vio sorprendida por una noticia conmocionante: a las 7:48, hora de Hawaii, el Imperio del Japón había lanzado un ataque fulminante sobre la base norteamericana de Pearl Harbor. Al día siguiente, 8 de diciembre, el presidente Franklin Delano Roosevelt, ante el Congreso de su país, calificó el hecho como “una fecha que vivirá en la infamia”, pidiendo la declaración de guerra al Imperio del Sol Naciente. “Remember Pearl Harbor” (“Recuerden Pearl Harbor”) pasó a ser la frase emblemática de la Segunda Guerra Mundial en el teatro de operaciones del océano Pacífico. No podemos saberlo con exactitud, pero es altamente probable que Jeane no sólo recordara la fecha, sino que se encargaría ella misma de no olvidarla en sus años venideros.
No voy a hacer en este Editorial una biografía tradicional de ella (que puede encontrarse en cualquier sitio de Internet), sino, simplemente, señalar algunos aspectos de su vida que me resultan de particular interés; algunos de ellos que la han hecho bastante cercana a la historia política argentina.
Kirkpatrick se doctoró en Ciencia Política en 1968, en la Universidad de Columbia, luego de finalizar y exponer su trabajo sobre el movimiento peronista: 'Leader and Vanguard in Mass Society: A Study of Peronist Argentina'.
Asimismo, se desempeñaba como embajadora estadounidense ante la ONU (primera mujer en la historia de su país en alcanzar esa posición) durante el estado de beligerancia que enfrentó a la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte en lo que técnicamente se llamó “Teatro de Operaciones del Atlántico Sur” (TOAS) y que pasó a la historia bajo el nombre coloquial de “Guerra de las Malvinas / Falkland’s War” (según el lado en el que se aludiera a la contienda y se la analizara con mayor o menor rigor).
Kirkpatrick, de muy joven, tuvo simpatías socialistas; pero en los Setentas participó activamente dentro de las filas del partido Demócrata, apoyando la candidatura fallida de Hubert Humphrey, como una ferviente anticomunista.
Pero su permanencia en el otrora partido de Roosevelt, Truman, Kennedy y Johnson; no sería para siempre. Profundamente disgustada con la dirección que habían adoptado los demócratas, sobre todo a partir de la llegada al poder de James Earl Carter el 20 de enero de 1977, se dedicó a analizar la situación por la que atravesaba el partido al que estaba afiliada en su obra: “Dismantling the Parties: Reflections on Party Reform and Party Decomposition” (1978).
A pesar de la importancia de la obra referida ut retro, su libro fundamental es, a mi juicio, “Dictatorships and Double Standards: Rationalism and Reason in Politics” (1982); en el que se explicita la que es hoy conocida como “Doctrina Kirkpatrick”. La embajadora sostenía, básicamente, que los regímenes totalitarios eran más duraderos en el tiempo, con posibilidades mucho más remotas de caer, que los autoritarios. En los regímenes autoritarios, sostenía, se perdían libertades políticas en forma provisoria, pero se mantenían otras; en los totalitarios, no había ningún tipo de libertad. El blanco principal de sus críticas era la “política de derechos humanos” de Jimmy Carter, que mientras atacaba a varios de los aliados tradicionales de los Estados Unidos de América (por entonces bajo gobiernos de facto) con el fin de atacar “moralmente” a la Unión Soviética, ésta iba avanzando en el mundo sin ningún tipo de freno.
En 1980, era inevitable que, con sus ideas, Kirkpatrick decidiera a un hombre que, hasta 1962, había sido demócrata como ella, pero que se había convertido en la esperanza del partido Republicano de conquistar la Casa Blanca: Ronald Wilson Reagan. Ella estaría a su lado como asesora en materia de política exterior, integrando el grupo conocido como “los demócratas de Reagan”. La victoria del GOP fue contundente ante un presidente Carter que perdió la posibilidad de ser reelecto, acorralado por numerosos fracasos en política doméstica y externa.
Pronto se volvió al bipolarismo rígido: la URSS sería catalogada por el nuevo presidente como “el Imperio del Mal”. El enemigo principal pasó a ser, nuevamente, el totalitarismo soviético. Y, para contenerlo, se buscarían todo tipo de respaldos, que irían desde los tradicionales aliados de Europa Occidental hasta los gobiernos de facto de Sudamérica, muy resentidos con la recientemente finalizada Administración Carter; entre otros socios alrededor del mundo dispuestos a unirse para poner freno al comunismo soviético y sus satélites en sus afanes por “exportar la revolución”.
El conflicto bélico entre la Argentina y Gran Bretaña en 1982, puso a los Estados Unidos en una difícil situación ante la que terminó escogiendo apoyar a su Madre Patria, que había apelado, a través de su embajador ante la ONU, Anthony Parsons, a la “relación especial” que unía a británicos y estadounidenses desde la Segunda Guerra Mundial. Pronto, uno por uno, los gobiernos de facto de Sudamérica fueron desapareciendo luego de sucesivos llamados a elecciones. Sin embargo, a pesar del apoyo de la Administración Reagan al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, la embajadora Kirkpatrick fue una de las pocas integrantes del “staff” norteamericano que estuvo, lo más cercana que pudo, a la Argentina.
Finalizado 1982, alejado de sus funciones como Secretario de Estado el general Alexander Haig (con quien Kirkpatrick había tenido numerosas y serias diferencias), la embajadora exhibió un gran protagonismo en el año 1983, al que el presidente Reagan aludió como el del inicio de una “Segunda Guerra Fría” ante el endurecimiento de las relaciones soviético-estadounidenses. Episodios como el del derribo del avión de la KAL (línea aérea surcoreana) en espacio aéreo soviético por cazas de esa nacionalidad, los atentados en el Líbano contra soldados estadounidenses o la intervención dispuesta por Washington en la isla caribeña de Grenada; hicieron que el rostro y la voz de Kirkpatrick fueran presencia constante en las pantallas televisivas y su desempeño objeto de análisis de diarios y revistas especializadas.
En 1984, la Convención Republicana nominó a Ronald Reagan como candidato a la reelección. Jeane Kirkpatrick participó de la misma a través de un recordado y muy festejado discurso (“Blame America First”), reivindicando un pasado demócrata que, según ella, nada tenía que ver con el legado de Truman o Kennedy en materia de política exterior. Jimmy Carter y Walter Mondale eran ajenos a los que ella consideraba los principios tradicionales del partido Demócrata. El partido de Franklin Delano Roosevelt, el presidente que había denunciado “la fecha que vivirá en la infamia” apelando a la declaración de guerra contra un estado totalitario. El presidente que había generado opiniones divididas a nivel interno; pero que había logrado una simbiosis del espíritu patriótico entre demócratas y republicanos, verbalizado en aquel célebre “Let’s Remember Pearl Harbor”.
El camino, para Kirkpatrick, era de no retorno: a partir de 1985, finalizando su función como embajadora ante la ONU para dejar paso al experimentado general Vernon Walters (experto en viajes relámpago y “misiones discretas”); Jean Duane Jordan Kirpatrick se convirtió en republicana, veintitrés años después que el reelecto presidente Reagan, que en 1962 había decidido que su lugar estaba en el GOP.
Retirada de sus funciones como embajadora, retornó a la docencia y se convirtió en una importante referente entre los “think tanks” del partido Republicano y organizaciones conservadoras.
Muchos han criticado la “Doctrina Kirkpatrick” alegando que el régimen totalitario soviético y sus satélites terminaron derrumbándose mucho antes de lo que ella había pronosticado. A mi modo de ver, la política firme de Reagan-Kirkpatrick, intransigente ante la pretensión de la URSS de avanzar sin ningún tipo de oposición, fue la que terminó obligando a los rusos a distender su posición. En 1985, con la llegada a la Secretaría General del PCUS de Mijail Gorbachov, se iniciaría una nueva etapa en las relaciones entre Washington y Moscú; con un Reagan dispuesto a negociar, pero desde una posición firme.
El 7 de diciembre de 2006, sesenta y cinco años exactos después del ataque japonés a Pearl Harbor, Jeane Duane Jordan Kirkpatrick falleció mientras dormía en en su casa de Bethesda (Maryland). Dos años antes, había muerto Ronald Reagan, el presidente al que ella, muy lealmente, había servido. Su deceso se produjo, asimismo, dos años antes de que el partido Demócrata se preparaba para volver a la Casa Blanca, con un candidato y un programa que, conociendo su obra, sin duda le hubiesen generado contrariedad y resquemor.
Se iba, de este modo, una mujer que, se compartieran o no sus ideas, prefirió serles fiel a las mismas antes que a su afiliación partidaria; pensando más como estadounidense que como demócrata. Como no era hipócrita, le era imposible ser “políticamente correcta”.
En momentos en que se abre una nueva etapa en la política americana y mundial, en un año en que la “corrección política” ha registrado retrocesos no vistos en mucho tiempo, 2016, aún con diferencias en tiempo y forma, nos hace pensar retrospectivamente en 1980. Un año en que un demócrata convertido en republicano y otra demócrata en vías de serlo, se unieron para llevar adelante un programa claro y firme; acaso porque no estaban dispuestos a tolerar para su país nuevos días que viviesen en la infamia y, acaso, un nuevo Pearl Harbor.
En este tiempo de “incorrección política”, es probable que muchos estén dispuestos a decir, en voz más alta que antes y en este décimo aniversario de su partida, “Let’s Remember Kirkpatrick”.
QVOD SCRIPSI, SCRIPSI.
* Carlos E. Larrosa Nuñez (en Twitter, @Carson_Marsh) es Lic. en Ciencia Política, investigador de temas históricos, políticos y conexos.