Un reto nuevo y viejo: el antiliberalismo global
Un fantasma acecha al mundo: el fantasma de movimientos anti-libertarios...
Un fantasma acecha al mundo: el fantasma de movimientos antilibertarios, cada uno luchando contra los demás como escorpiones dentro de una botella, todos compitiendo por ver cuál puede destruir las instituciones de la libertad más rápido. Algunos están metidos en las universidades y otros centros élite, y algunos derivan su fortaleza de la ira populista. Las versiones izquierdistas y derechistas de la causa común anti-libertaria están, además, interconectadas, instigándose entre ellas. Todas rechazan de manera explícita la libertad individual, el Estado de Derecho, el gobierno limitado y la libertad de intercambio, y promueven en su lugar formas radicales —aunque opuestas de manera agresiva— de la política de identidad y del autoritarismo. Son peligrosas y no deberían ser subestimadas.
Detrás de varias máscaras, dichos movimientos están cuestionando los valores y principios libertarios alrededor del mundo, especialmente en Europa, en EE.UU., y en partes de Asia, pero su influencia se siente en todas partes. Comparten un rechazo radical de las ideas de la razón, la libertad, y el Estado de Derecho que inspiraron la fundación de EE.UU. y que son, de hecho, las bases de la modernidad. Necesitan despertarse todos aquellos que prefieren al constitucionalismo por sobre la dictadura, a los mercados libres sobre el capitalismo de compadres o el estatismo socialista, al libre comercio sobre la autarquía, a la tolerancia sobre la opresión, y a la armonía social sobre el antagonismo irreconciliable. Nuestra prosperidad y la paz que esta engendra corren peligro.
Tres amenazas
Al menos tres amenazas simbióticas a la libertad pueden verse en el horizonte: a) la política de identidad y la economía política de suma-cero junto con los conflictos y la agresión que esta engendra; b) el populismo y la nostalgia por el gobierno de un caudillo que este invariablemente implica; c) la política islámica radical. Éstas comparten ciertas fuentes intelectuales comunes y forman una red integrada, fortaleciéndose entre ellas a cuestas del consenso liberal clásico.
Aunque todos esos movimientos están llenos de falacias, especialmente falacias económicas, no están conducidos simplemente por una falta de comprensión de principios económicos como tantas intervenciones estatistas. Mientras que gran parte del respaldo al salario mínimo, a las restricciones comerciales o a la prohibición de los narcóticos resultan de malentendidos factuales de sus consecuencias, los líderes intelectuales de estos movimientos iliberales generalmente no son personas irreflexivas. Muchas veces comprenden las ideas libertarias relativamente bien, y las rechazan desde la raíz hasta sus ramas. Creen que las ideas de igualdad ante la ley, de los sistemas políticos basados en reglas, de tolerancia y de libertades de pensamiento y expresión, de comercio voluntario —especialmente entre extraños— para obtener beneficios mutuos y de los derechos individuales inalienables e iguales son falsos y sirven de camuflaje para la explotación promovida por élites malvadas, y que aquellos que los defienden son o malvados o irredimiblemente ingenuos.
Es hora de que los partidarios de la libertad se den cuenta de que algunas personas rechazan la libertad para otros (e incluso para ellos mismos) no simplemente porque no entienden economía o porque obtendrán beneficios materiales de socavar al Estado de Derecho, sino porque se oponen a los principios y a la práctica de la libertad. No buscan la igualdad ante la ley; la rechazan y prefieren la política basada en identidades desiguales. No creen en tu derecho a estar en desacuerdo con ellos y ciertamente no defenderán tu derecho a estarlo. Consideran que el comercio es una especie de conspiración. Prefieren la política de una voluntad por sobre una de procesos. Atacarán a cualquiera por ofender sus identidades sagradas. No quieren “vivir y dejar vivir”.
La política de identidad
Tardó décadas, pero un movimiento sólido anti-libertario y anti-tolerancia en el lado izquierdo del espectro político efectivamente ha influenciado a una gran porción de la academia en gran parte de Europa, EE.UU. y otros países. Su objetivo es utilizar el castigo administrativo, la intimidación y la disrupción para suprimir todas las opiniones que ellos consideran incompatibles con su visión. Este movimiento está basado en los escritos de un marxista alemán que estudió bajo el teórico Nazi, Martin Heidegger. Su nombre fue Herbert Marcuse, y luego de llegar a EE.UU. se volvió muy influyente en la izquierda extrema.
En el ensayo de 1965 de Marcuse titulado “Tolerancia represiva” argumentó que para lograr la liberación, o al menos su visión de ésta, requeriría:
“remover la tolerancia de la expresión y asociación de grupos y movimientos que promueven de manera agresiva políticas, armamentos, machismo, discriminación sobre la base de raza y religión, o que se oponen a la extensión de servicios estatales, de la seguridad social, de la atención médica, etc. Además, la restauración de la libertad del pensamiento podría requerir nuevas y rígidas restricciones sobre las enseñanzas y prácticas en las instituciones educativas que, a través de sus propios métodos y conceptos, sirven para cerrar la mente dentro de un universo establecido de discurso y comportamiento —excluyendo así a priori una evaluación racional de las alternativas”.
Para Marcuse, como para sus seguidores contemporáneos (muchos de los cuales nunca han escuchado de él), “Liberar a la tolerancia, por lo tanto, significaría ser intolerante con los movimientos de la Derecha y tolerar los movimientos de la Izquierda”. Siguiendo ese guión, aquellos que no están de acuerdo con la nueva ortodoxia son silenciados a gritos, se les niega plataformas, son obligados a tomar cursos de re-educación en sensibilidad, se les prohíbe hablar, son intimidados, atacados por una multitud, e incluso amenazados con violencia para que se callen. Considere nuevamente el llamado de la profesora de la Universidad de Missouri Melissa Click a sus partidarios —“Hey, ¿quién me quiere ayudar a sacar a este reportero de aquí? ¡Necesito unos músculos aquí!” Ese es el mensaje de Marcuse en acción.
La corrección política en la izquierda ha provocado un llamado a una reacción anti-libertaria en la derecha. Los movimientos de la derecha extrema que están ganando espacio en Europa y la fusión en el movimiento “alt-right” de populismo y nacionalismo blanco en EE.UU. han atraído seguidores que están convencidos de que su existencia o forma de vida está amenazada por el capitalismo, el libre comercio y el pluralismo étnico, pero han sido enfurecidos y convocados a la acción por el dominio de la expresión y las cacerías de brujas en contra de disidentes que ha llevado a cabo el ala iliberal de izquierda. En cierto sentido se han convertido en el reflejo de sus perseguidores. En los partidos europeos ellos han resucitado ideologías políticas y lenguaje envenenados de la década de 1930, y en EE.UU. han sido fortalecidos por y se han adherido al movimiento de Trump, con sus ataques al comercio internacional, su denigración a los mexicanos y musulmanes, y su instigación de resentimiento en contra de las élites.
El llamado a crear los políticamente correctos “espacios seguros”, que son reservados para las minorías, es reflejado por los blancos nacionalistas que claman por afirmar su “identidad blanca” y una “nación blanca”. El decano del nacionalismo blanco, también conocido como “identitarismo” en EE.UU., Jared Taylor, recientemente dijo en la Radio Nacional Pública que “la tendencia natural de la naturaleza humana es tribal. Cuando los negros o asiáticas o hispánicos expresan un deseo de vivir con personas similares a ellos, expresan una preferencia por su propia cultura, su propio legado, no hay nada que sea considerado malo en esto. Es solo cuando los blancos dicen, bueno, sí, prefiero la cultura de Europa y prefiero estar rodeado de personas blancas —por alguna razón, y solo para los blancos, es que se considera que hay alguna especie de la más profunda inmoralidad”. Un colectivismo provoca otro.
El profesor de filosofía Slavoz Žižek es una voz influyente en la extrema izquierda, mejor conocido en Europa que en EE.UU., pero con cada vez más seguidores a nivel mundial. Žižek insiste que la libertad en las sociedades liberales es una ilusión y es partidario del denominador común entre la izquierda antiliberal y la derecha antiliberal. Ese denominador común recorre el trabajo del profesor Nacional Socialista Carl Schmitt, un colaborador de Martin Heidegger, quien famosamente redujo “la distinción política específica... a aquella entre un amigo y un enemigo”. Žižek afirma “la primacía incondicional del antagonismo inherente como algo que constituye lo político”. Las filosofías de la armonía social y del “vivir y dejar vivir” para tales pensadores son simplemente un auto-engaño; para ellos lo real es la lucha por dominar. De hecho, en un sentido muy profundo, la persona individual de carne y sangre ni siquiera existe para dichos pensadores, ya que lo que realmente existe son fuerzas o identidades sociales; de hecho, el “individuo” es nada más que la materialización de fuerzas o de identidades colectivas que son inherentemente antagónicas entre ellas.
El populismo autoritario
El populismo muchas veces hace un paralelo entre las varias formas de la política de identidad, pero agrega un resentimiento furioso en contra de las “élites”, una economía política disparatada y una nostalgia por un líder que puede reunir la verdadera voluntad del pueblo. Los movimientos populistas han florecido en varios países, desde Polonia hasta España, desde las Filipinas hasta EE.UU. Michael Kazin en su libro La persuasión populista (The Populist Persuasion) ofrece una definición del populismo: “un lenguaje cuyos voceros conciben a las personas ordinarias como un ensamblaje noble no limitado de manera obtusa por la clase, perciben a sus opositores élite como interesados y anti-democráticos, y buscan movilizar a los primeros en contra de los segundos”. La tendencia normal de dichos movimientos es seguir a un líder carismático que personifica al pueblo y se concentra en la voluntad popular.
Un tema común entre los populistas es apoderar al líder que puede arrasar con los procesos, reglas, pesos y contrapesos, y derechos, privilegios e inmunidades protegidos y que “simplemente puede lograr que las cosas se hagan”. En Camino de servidumbre, F.A. Hayek describía la impaciencia con las reglas como un prerrequisito al totalitarismo: “la general demanda de acción resuelta y diligente por parte del Estado es el elemento dominante en la situación, y el disgusto por la lenta y embarazosa marcha del procedimiento democrático convierte la acción por la acción en objetivo. Entonces, el hombre o el partido que parece lo bastante fuerte y resuelto para ‘hacer marchar las cosas’ es quien ejerce la mayor atracción”.
Los partidos populistas y autoritarios han tomado el control y están asegurando su poder en varios estados. En Rusia, Vladimir Putin ha creado un nuevo gobierno autoritario que domina todas las demás instituciones de la sociedad y depende de sus propias decisiones personales. Putin y sus compinches tomaron control de manera sistemática y total de la prensa y la utilizaron para generar una profunda sensación de una nación bajo ataque, cuya grandiosa cultura única está siendo constantemente amenazada por sus vecinos y que solamente es defendida por la mano fuerte del líder.
El gobierno de Hungría, luego de asegurar una mayoría de dos tercios en el parlamento en 2010, empezó a institucionalizar el control de todos los órganos del Estado por parte de personas leales al partido oficialista Fidesz. Éste mostró a su líder, Viktor Orbán, como un salvador nacional y lanzó una agenda cada vez más anti-libertaria de nacionalizaciones, compadrazgo y restricciones a la libertad de expresión. Orbán declaró que “Estamos rompiendo con los dogmas e ideologías que han sido adoptadas por Occidente y nos estamos manteniendo independientes de ellos...para construir un nuevo estado sobre bases anti-liberales y nacionales dentro de la Unión Europea (UE)” (“dentro de la Unión Europea” se lee como “subsidiado por los contribuyentes de otros países”).
Luego de la victoria de Fidesz en 2010, en Polonia el líder del nacionalista Partido Ley y Justicia, Jaroslaw Kaczyński, declaró la estrategia nacional, populista y de compadrazgo de Orbán como “un ejemplo de cómo podemos ganar”. Kaczyński logró combinar la política de identidad con el populismo para sacar del poder al gobierno de centro izquierda de un país que tenía una economía en crecimiento y que luego empezó a establecer aquel tipo de medidas populistas y proteccionistas que han demostrado ser adversas a la prosperidad. El Instituto Timbro de Suecia, institución liberal clásica, concluyó en su Índice de Populismo Autoritario que tanto en la izquierda como en la derecha, en la Europa contemporánea “el populismo no es un reto temporal sino una amenaza permanente”.
Putin, el pionero en la tendencia hacia el autoritarismo, ha destinado cientos de millones de dólares a la promoción del populismo anti-libertario alrededor de Europa y a través de un sofisticado imperio mediático global, que incluye a RT y a Sputnik News, así como también a una red de fábricas de trolls de Internet y numerosos sitios Web hechos a la medida. El pionero de prensa ruso Peter Pomerantsev, en su extraordinario libro Nada es verdad y todo es posible (Nothing Is True and Everything Is Possible), indica que “el Kremlin cambia de mensajes a voluntad y para su conveniencia...Los nacionalistas europeos del ala derecha son seducidos con un mensaje anti-UE; la izquierda extrema es co-optada con relatos de la lucha contra la hegemonía de EE.UU.; los conservadores religiosos en EE.UU. son convencidos de la lucha del Kremlin en contra de la homosexualidad”. Nubes de mentiras, denuncias, negaciones y más son emitidas para socavar la confianza en los defensores de las instituciones liberales clásicas. Este es un ataque post-moderno bien financiado en contra de la verdad y al servicio de una dictadura.
¿Qué desencadena el autoritarismo?
Dichos movimientos no son solamente el resultado de una falta de educación. Son profundamente ideológicos en su carácter. Ellos se adhieren al colectivismo y al autoritarismo y rechazan al individualismo y a las normas constitucionales. ¿Qué les ha permitido obtener tanto respaldo popular tan rápidamente?
Las investigaciones actuales indican que las respuestas autoritarias surgen por la percepción de amenazas a la seguridad física, a la identidad de grupo o al status social. Cuando las tres están presentes, las condiciones están maduras para que haya una explosión del autoritarismo. La violencia islámica radical, reciclada a través de las noticias las 24 horas del día todos los días de la semana para parecer mucho más común de lo que realmente es, ciertamente que presenta una amenaza externa aparentemente alarmante. La integridad del grupo y del status social también están en juego. Las investigaciones realizadas por la politóloga Karen Stenner respaldan la idea de que hay una predisposición autoritaria que se produce por las “amenazas normativas”, esto es, las percepciones de que las opiniones tradicionales están en peligro o de que ya no son compartidas por toda la comunidad. Dichas amenazas normativas producen una respuesta entre aquellos predispuestos al autoritarismo para que se vuelvan activos “mantenedores de los límites, encargados de hacer cumplir las normas, y porristas de la autoridad”. Las amenazas al status social exacerban todavía más las respuestas autoritarias. El respaldo duro a los movimientos populistas autoritarios en Europa, así como también al ala radical del movimiento de Trump en EE.UU., ha provenido de hombres blancos menos educados, que han visto su status social caer conforme el de otros ha mejorado (mujeres y extranjeros). En EE.UU., los hombres blancos de entre 30 y 49 años con títulos de secundaria o menos han visto caer su tasa de participación en la fuerza laboral de manera precipitada, hasta al punto en que más de uno de cada cinco de ellos ni siquiera está buscando trabajo sino que ha salido de la fuerza laboral totalmente. Sin trabajo remunerado y satisfactorio ellos han experimentado una pérdida sustancial de su status social. Los estándares de vida absolutos pueden subir para todos (y los estándares de vida y los salarios reales han mejorado de manera dramática a lo largo de las últimas décadas), pero el status relativo no puede subir para todos. Si algunos grupos están subiendo, otros deben estar cayendo. Aquellos en los grupos que han estado cayendo y que están predispuestos al autoritarismo serán fuertemente atraídos a las figuras autoritarias que prometen mejorar las cosas, o restaurar la grandeza perdida.
El islamismo radical
El islamismo radical refleja algunos de los temas de otros movimientos anti-libertarios, incluyendo la política de identidad (la creencia de la comunidad de los creyentes está en guerra con todos los infieles), los miedos populistas autoritarios de amenazas a la identidad del grupo o al status social y el entusiasmo por líderes carismáticos que “Harán al Islam Grandioso Nuevamente”. El Islamismo Radical incluso comparte con la extrema izquierda y la extrema derecha raíces intelectuales comunes encontradas en la ideología política del fascismo europeo y en las ideas colectivistas de “autenticidad”. El movimiento Islámico en Irán que creó la primera “República Islámica” fue profundamente influenciado por los pensadores fascistas europeos, notablemente por Martin Heidegger. Ahmad Fardid promovió las ideas tóxicas de Heidegger en Irán y su seguidor Jalal Al-e Ahmad denunció supuestas amenazas occidentales a la identidad auténtica de Irán en su libro Westoxification. Como Heidegger dijo luego de la victoria del Partido Nazi, la era del liberalismo fue “el tiempo Yo. Ahora es el tiempo de Nosotros”. El colectivismo eufórico prometía librar al pueblo alemán de su “existencia histórica no auténtica” y conducirlos hacia la “autenticidad”, la causa ahora adoptada por los luchadores de la justicia social, de los “identitarios” de alt-right, así como también de islamistas radicales también.
Todas esas tendencias se fortalecen entre ellas: cada uno demoniza al otro; y conforme uno crece, también crece la amenaza existencial en contra de la cual luchan los otros. El crecimiento del Islamismo Radical atrae reclutas a los partidos populistas en Europa (y en EE.UU.) y la hostilidad hacia los musulmanes y su aislamiento de sus sociedades incrementa la capacidad del Estado Islámico y de otros grupo de reclutar. Al mismo tiempo, los luchadores de la políticamente correcta justicia social no pueden lograr condenar el Islamismo Radical —después de todo, ¿no es simplemente una respuesta a la opresión colonial impuesta a los no cristianos por parte de la dominante hegemonía cristiana/blanca/europea?— y muchas veces se encuentran a sí mismos no solo incapaces de condenar los crímenes islámicos, sino que incluso promueven el anti-semitismo. De hecho, la hostilidad contra los judíos y el capitalismo es una característica inquietantemente común de los tres movimientos.
La necesidad de defender la libertad
Los diversos movimientos anti-libertarios crecen a costa, no de cada uno de ellos, sino del centro, que podemos entender como aquel segmento conformado de aquellos miembros tolerantes y comerciantes de la sociedad civil, quienes viven, consciente o inconscientemente, por los preceptos del liberalismo clásico. Hemos visto esta dinámica antes, en la década de 1930, cuando los movimientos colectivistas se pelearon entre ellos para destruir la libertad tan rápido como podían. Los fascistas decían que solo ellos podían defender a la gente de los bolcheviques. Los bolcheviques se movilizaron para acabar con el fascismo. Lucharon unos contra los otros, pero tenían mucho más en común que cualquiera de ellos deseaba admitir. Desafortunadamente, el mejor argumento que los defensores de la sociedad civil tradicionalmente ofrecen en respuesta a esos retos es que la libertad personal, el Estado de Derecho y los libres mercados, todos complejos, crean más prosperidad y una vida más cómoda que las demás alternativas. Eso es cierto, pero no es suficiente para desviar los golpes duros del triunvirato anti-liberal de la política de identidades, el populismo autoritario y el Islamismo Radical. La bondad moral de la libertad necesita ser defendida, no solo en los encuentros cara a cara con los adversarios, sino como un medio de fortalecer la resistencia de los liberales clásicos, para que no continúen cediendo espacios. La libertad no es una ilusión, sino un objetivo grandioso y noble. Una vida en libertad es mejor en cada aspecto que una vida de sumisión a otros. La violencia y el antagonismo no son las bases de la cultura, sino su negación.
Será hora de defender la libertad que hace posible una civilización global tolerante con la amistad, la familia, la cooperación, el comercio, el beneficio mutuo, la ciencia, la sabiduría —en una palabra, la vida—, a los efectos de desafiar al nuevo triunvirato antilibertario, y de revelar el vacío en su corazón.