La Argentina y las drogas: la nueva guerra
Las drogas representan la cuarta potencia económica del mundo detrás de las armas...
30 de Enero de 2017
Las drogas representan la cuarta potencia económica del mundo detrás de las armas, el petróleo y los negocios de la salud. El negocio del tráfico comporta dos caras, a saber: minimizar los riesgos del uso (tarea de marketing que ejecutarán los propios consumidores en la primera etapa de 'luna de miel', o incluso personas de cierto prestigio social que promocionan el consumo como índice de referencia y status), apuntando a las flaquezas (especialmente de valores culturales, pobreza, desfamiliarización, incumplimiento de la Ley) que tiene toda sociedad y la creación de múltiples bocas de expendio desde barrios humildes. Allí, se reclutarán los denomionados 'soldaditos' (mano de obra para tareas de logística y delivery), hasta el espectro VIP de la sociedad. Se computará, de esta manera, una muerte anticipada de los jóvenes -tal como sucede en las guerras y conflictos armados. Es decir, el filicidio -representado por la mutilación, denigración y matanza de nuestros hijos.
El interior del país -no solo las grandes urbes- reflejan el índice de penetración de los estupefacientes. En lo personal -y ya desde hace varios años-, trato a jóvenes que provienen de pueblos del interior bonaerense y de la Provincia de Santa Fe -o, en general, de otras provincias de la República. Suelen asombrarme los cambios registrados durante los últimos años, en función de la multiplicación de la oferta de sustancias psicoactivas.
Pequeños pueblos de veinte mil habitantes, o bien villas de no más de 6 mil, se encuentran ya tapizadas por distribuidores. Un padre azorado me decía, pocas semanas atrás, que hoy, en tales localidades, los prestamistas no tienen más segura protección de su dinero que dárselo a los 'dealers', pues éstos multiplican al 20% mensual el capital original. De tal suerte que crece geométricamente la oferta y, por ende, la demanda ,en núcleos vulnerables. Averiguando con pacientes recuperados de esos pueblos, me es confirmada esta novedosa modalidad de la 'patria rentista' y usuraria, en donde el capital no se invierte en producción sino en la multiplicación de consumidores.
Estos males locales son un retrato de un malestar global, esto es, que afecta con su magnitud a todo el país. La marihuana está igualando al cigarrillo en el consumo juvenil en nuestro país (datos de SEDRONAR, conforme recolectados de escuelas secundarias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Las plantaciones en casas y viveros especializados con mutaciones genéticas de alta concentración de cannabis son ya moneda corriente. Mientras tanto, el abuso de alcohol alcanza al 33,5% de la población juvenil. Ni hablar, entonces, de las sustancias sintéticas como el éxtasis, el cual remite a redes debidamente preparadas para la totalidad de los centros de diversión nocturna juvenil. El éxtasis ha crecido al 1.200% y con notable impacto en la Provincia de Buenos Aires -nuevamente, según datos de SEDRONAR. Así, pues, se multiplican los casos de aneurismas, arritmias e infartos en personas de joven edad -casos de intoxicación que son atendidos en suelo bonaerense, conforme lo certifican profesionales de la medicina que se desempeñan en hospitales platenses. Adicionalmente -y puedo testimoniarlo a raíz de mi propia tarea clínica-, algunos ingieren 3 o 4 pastillas de éxtasis en una noche electrónica, que da inicio a las 2 de la mañana y se prorroga hasta las 17:00 horas del siguiente día.
El frío cálculo estadístico consigna el inicio del consumo entre los 12 y los 16 años. En simultáneo, se cuentan ya por decenas los laboratorios clandestinos que producen estas pastillas en nuestro país; así lo denuncian los propios pacientes y fuentes periodísticas creíbles. La ketamina ('keta', en lenguaje de la calle) está haciendo estragos, en virtud de que su condición de disociador de la personalidad (con remarcables efectos psicóticos), y creando una realidad paralela dados los cambios perceptuales y sensoriales que provoca.
A su vez, en las grandes ciudades de la República Argentina, las tasas de homicidio corren en paralelo con las de naciones con elevadísimos índices delicitivos; esto sucede, por ejemplo, en Mar del Plata. En el conurbano bonaerense, las autoridades judiciales y policiales decidieron conjuntamente con representantes municipales 'reforzar 25 zonas críticas'. Nombres que me resultan familiares, en función de que los pacientes me han relatado sus varias peripecias en tales sitios (Las Ranas, Villa Corea, Sapito, etcétera).
Huelga decir que mi intención es referirme a un cambio de escenario, en donde el protagonismo no es exclusivo de barrios críticos del Gran Buenos Aires sino, también, del interior rico en cereales y en agroindustria al que he dado en llamar la 'Ruta de la Soja y las Drogas'. Las vulnerabilidades en ambos polos (el interior profundo sojero y cerealero con producción agroindustrial, y el conurbano) presentan rasgos similares, en lo que tiene que ver con la pérdida de la vida familiar y la caída de la escuela como transmisora de valores. Por otra parte, en ambos espacios, la aceptación social del consumo, junto a la tolerancia a las sustancias -específicamente en la época de la adolescencia- deviene en un dato crítico. Temas, estos últimos, ya comentados en anteriores columnas. En tal contexto, el oferente de drogas tiene un negocio seguro, habida cuenta de que ya no existe sistema inmunológico educativo-cultural que proteja y/o contenga, desde la primera infancia.
El interior del país -no solo las grandes urbes- reflejan el índice de penetración de los estupefacientes. En lo personal -y ya desde hace varios años-, trato a jóvenes que provienen de pueblos del interior bonaerense y de la Provincia de Santa Fe -o, en general, de otras provincias de la República. Suelen asombrarme los cambios registrados durante los últimos años, en función de la multiplicación de la oferta de sustancias psicoactivas.
Pequeños pueblos de veinte mil habitantes, o bien villas de no más de 6 mil, se encuentran ya tapizadas por distribuidores. Un padre azorado me decía, pocas semanas atrás, que hoy, en tales localidades, los prestamistas no tienen más segura protección de su dinero que dárselo a los 'dealers', pues éstos multiplican al 20% mensual el capital original. De tal suerte que crece geométricamente la oferta y, por ende, la demanda ,en núcleos vulnerables. Averiguando con pacientes recuperados de esos pueblos, me es confirmada esta novedosa modalidad de la 'patria rentista' y usuraria, en donde el capital no se invierte en producción sino en la multiplicación de consumidores.
Estos males locales son un retrato de un malestar global, esto es, que afecta con su magnitud a todo el país. La marihuana está igualando al cigarrillo en el consumo juvenil en nuestro país (datos de SEDRONAR, conforme recolectados de escuelas secundarias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Las plantaciones en casas y viveros especializados con mutaciones genéticas de alta concentración de cannabis son ya moneda corriente. Mientras tanto, el abuso de alcohol alcanza al 33,5% de la población juvenil. Ni hablar, entonces, de las sustancias sintéticas como el éxtasis, el cual remite a redes debidamente preparadas para la totalidad de los centros de diversión nocturna juvenil. El éxtasis ha crecido al 1.200% y con notable impacto en la Provincia de Buenos Aires -nuevamente, según datos de SEDRONAR. Así, pues, se multiplican los casos de aneurismas, arritmias e infartos en personas de joven edad -casos de intoxicación que son atendidos en suelo bonaerense, conforme lo certifican profesionales de la medicina que se desempeñan en hospitales platenses. Adicionalmente -y puedo testimoniarlo a raíz de mi propia tarea clínica-, algunos ingieren 3 o 4 pastillas de éxtasis en una noche electrónica, que da inicio a las 2 de la mañana y se prorroga hasta las 17:00 horas del siguiente día.
El frío cálculo estadístico consigna el inicio del consumo entre los 12 y los 16 años. En simultáneo, se cuentan ya por decenas los laboratorios clandestinos que producen estas pastillas en nuestro país; así lo denuncian los propios pacientes y fuentes periodísticas creíbles. La ketamina ('keta', en lenguaje de la calle) está haciendo estragos, en virtud de que su condición de disociador de la personalidad (con remarcables efectos psicóticos), y creando una realidad paralela dados los cambios perceptuales y sensoriales que provoca.
A su vez, en las grandes ciudades de la República Argentina, las tasas de homicidio corren en paralelo con las de naciones con elevadísimos índices delicitivos; esto sucede, por ejemplo, en Mar del Plata. En el conurbano bonaerense, las autoridades judiciales y policiales decidieron conjuntamente con representantes municipales 'reforzar 25 zonas críticas'. Nombres que me resultan familiares, en función de que los pacientes me han relatado sus varias peripecias en tales sitios (Las Ranas, Villa Corea, Sapito, etcétera).
Huelga decir que mi intención es referirme a un cambio de escenario, en donde el protagonismo no es exclusivo de barrios críticos del Gran Buenos Aires sino, también, del interior rico en cereales y en agroindustria al que he dado en llamar la 'Ruta de la Soja y las Drogas'. Las vulnerabilidades en ambos polos (el interior profundo sojero y cerealero con producción agroindustrial, y el conurbano) presentan rasgos similares, en lo que tiene que ver con la pérdida de la vida familiar y la caída de la escuela como transmisora de valores. Por otra parte, en ambos espacios, la aceptación social del consumo, junto a la tolerancia a las sustancias -específicamente en la época de la adolescencia- deviene en un dato crítico. Temas, estos últimos, ya comentados en anteriores columnas. En tal contexto, el oferente de drogas tiene un negocio seguro, habida cuenta de que ya no existe sistema inmunológico educativo-cultural que proteja y/o contenga, desde la primera infancia.
La lógica de la plusvalía de las drogas
A mayor aceptación social del consumo de drogas, mayor será la oferta de las mismas. A mayor oferta y cantidad de consumidores, mayor aceptación social y creencia de que el consumo no comporta riesgos. A mayor educación social y escolar de los riesgos en el consumo, menor oferta y menor aceptación social.
Las arriba cifradas son leyes útiles para explicar el modo en que se potencia la epidemia de las drogas, y cómo ésta suele decrecer. Hoy día, podríamos afirmar que en la República Argentina, la oferta sigue la 'Ruta de la Soja' porque allí donde se concentra mayor riqueza, habrá mayor capacidad de compra de cara a una oferta ávida de demandantes. Sólo es necesario que se haga presente el factor de la aceptación social, o bien que un nutrido grupo de jóvenes se haga a la idea de que el consumo no provoca daños. La órbita de las creencias es la variable que fundamentará tal o cual actitud ('De acuerdo a lo que yo crea, actúo'). La ingeniería social en la producción del consumo necesita que la creencia que las drogas no son perjudiciales a la salud pueda arraigarse; de ahí que, ante una oferta activa, la demanda se dispare.
En una provincia como Santa Fe, destacada productora de soja, se llevó a cabo un estudio sobre tres zonas (rural, urbana y otra urbano-rural) para ilustrar el fenómeno de las creencias, las actitudes y la aceptación social. El trabajo tuvo como meta combatir los mitos (por ejemplo, aquél viejo eslogan que reza: 'las drogas no dañan') y, así, encauzar una prevención social desde el ámbito escolar. Los resultados en la totalidad de los territorios analizados devolvieron resultados similares, lo cual certifica que hoy (aún en las localidades más pequeñas), el impacto observa un alcance global (Dr. H. March, 2005).
La plusvalía se aferra a la falta de conciencia social
Casi el 40% de los adolescentes evalúa que las drogas no dañan; este sólo hecho garantiza que, ante la oferta, se construya un porcentaje de la población sociológicamente cautivo. Más del 70% cree que las sustancias no generan dependencia (lo cual estimula la idea que las drogas pueden 'controlarse' en su uso cuando, en rigor, y máxime en edades de máxima vulnerabilidad como lo es la adolescencia, sucede exactamente lo contrario. Más del 30% reconoce que existe una notable presión social para involucrarse en el consumo. Un porcentaje elevado evalúa que la adicción sirve como factor de integración social (por ejemplo, para 'estar bien' en las fiestas o en la vida grupal), alcanzando esa creencia al 25% de la muestra. A su vez, un cuarto de la población analizada entiende que las drogas no interfieren el ritmo de los estudios; en realidad, la ingesta de estupefacientes oficia de predictor para el descenso del rendimiento académico.
Estos cinco elementos estudiados: daño, causación o no de dependencia, presión social (compañeros, canciones, clima social, etc.), factor o no de integración y alteración o no del ritmo académico, corroboran que el nivel de aceptación social es elevado. Una de las consecuencias de esto puede deberse a que el consumo ayuda a marginalizar a un adolescente -en tanto se ha demostrado que el consumo de drogas es un intermediario privilegiado para el delito juvenil. Se reconocen cuatro pasos: a) Habilitación: 'Te doy la dosis, pero me debés algo'; b) Trueque: 'La dosis, por unas zapatillas' -por ejemplo; c) Compra Directa: paga para conseguir droga; d) Entrada en el microtráfico a cambio de la dosis personal, pasando de esta manera, a un circuito delictual. Este último escenario se complica cuando el joven necesita más drogas porque su enfermedad lo empuja a necesitar de una mayor cantidad de la sustancia, para conseguir los mismos efectos.
La totalidad de los mencionados son pasos que sociedad, padres, docentes y comunicadores, hemos de conocer a los efectos de prevenir: desde la aceptación social de las drogas, es factible transitar hacia conductas delictuales. Conforme lo he comentado, mi tarea clínica con jóvenes me lleva a ver a diario estas situaciones.
Estos cinco elementos estudiados: daño, causación o no de dependencia, presión social (compañeros, canciones, clima social, etc.), factor o no de integración y alteración o no del ritmo académico, corroboran que el nivel de aceptación social es elevado. Una de las consecuencias de esto puede deberse a que el consumo ayuda a marginalizar a un adolescente -en tanto se ha demostrado que el consumo de drogas es un intermediario privilegiado para el delito juvenil. Se reconocen cuatro pasos: a) Habilitación: 'Te doy la dosis, pero me debés algo'; b) Trueque: 'La dosis, por unas zapatillas' -por ejemplo; c) Compra Directa: paga para conseguir droga; d) Entrada en el microtráfico a cambio de la dosis personal, pasando de esta manera, a un circuito delictual. Este último escenario se complica cuando el joven necesita más drogas porque su enfermedad lo empuja a necesitar de una mayor cantidad de la sustancia, para conseguir los mismos efectos.
La totalidad de los mencionados son pasos que sociedad, padres, docentes y comunicadores, hemos de conocer a los efectos de prevenir: desde la aceptación social de las drogas, es factible transitar hacia conductas delictuales. Conforme lo he comentado, mi tarea clínica con jóvenes me lleva a ver a diario estas situaciones.