Argentina: el 'todo pasa', o la banalización del mal
El 'Todo pasa' parece una constante. Soy testigo de ella a diario en mi consulta...u
19 de Febrero de 2017
El 'Todo pasa' parece una constante. Soy testigo de ella a diario en mi consulta -en particular, en los grupos de recuperación. En su oportunidad, me sorprendió cómo un dirigente del fútbol -con quien sostuve una entrevista hace ya muchos años- me mostraba distintos mensajes en su escritorio, y otros guardados en su saco; los escritos cifraban: 'Todo pasa'. Retrataba una forma de ser muy argentina, que el personaje Minguito Tinguitella mencionaba con su archiconocido "sé 'gual". Ejemplos que parecieran ilustrar una declarada ceguera ante la Ley y todo principio que hace a la conciencia moral.
Cierto paciente supo sorprenderme una vez. En un barrio aledaño a una villa, en uno de los tantos conurbanos de nuestra gran ciudad, me relataba las formas en las cuales sus amigos habían perdido la vida: disputa entre bandas, luchas entre 'transas'. Nuevos 'escuadrones de la muerte', en los que las fuerzas de policía también aportan lo suyo. Jóvenes de 14 o 15 años -abandonados en las calles, asentamientos y esquinas- son sacrificados en medio de la desorientación y el Paco, escenario acompañado por humo de la marihuana y latas de cervezas. La escuela ha quedado atrás -muy atrás. La posibilidad de aprender algún oficio, también. Mi sorpresa continúa; me propongo preguntarle por los padres de los chicos fallecidos: resulta que también han muerto; o bien terminaron en prisión, o adictos. Todo remite a ausencia, hueco, vacío. Vale reiterarlo: familia, escuela y empleo son variables que no tienen cabida en sus respectivas agendas.
Resulta inevitable angustiarse con los relatos de muchos pacientes, mientras su voz monocorde sintoniza con la falta de remordimiento y de culpa. Así, el analista asiste a historias de muertes por venir, de robos en banda entre padres e hijos (clase media media o alta; la extracción social no hace diferencias), consumos compartidos entre familiares, plantas de cannabis producidas -para comerciar en el barrio. 'Todo pasa': se banalizan el mal y el daño, remitiéndose -invariablemente- a los escritos de Hannah Arendt.
Ya Stalin y Hitler han quedado en la Historia, como personeros del mal en el siglo XX. Ahora, el mal -banalizado- se enseñorea en nuestros barrios y ciudades. El mal es un nombre para todo aquello que comporta un tinte amenazador: la pérdida de sentido, el caos, el devorar y ser devorado, el agujero negro de nuestra existencia. Es la propia conciencia la que opta entre crueldad y la destrucción de sí misma.
La Ley es solo una pantomima frente a la omnipotencia del Dominio, aunque éste sea sangriento. En tal contexto, se asiste al reino del automatismo, hoy en plena vigencia. Otrora personas, los protagonistas hoy son mecanismos dedicados al comercio de drogas, al robo, al daño contra terceros, etcétera -sin mediar reflexión alguna en el proceso. Se actúa 'porque sí'... acatando la orden de la masa o del Führer de turno, llámese barrabrava, banda, grupo de violadores seriales en un boliche, relacionista público que comercia mujeres, quien droga a otro para conseguir algo de él o ella (una violación, por ejemplo). De tal suerte que el 'otro' deja ya de ser una persona, para transformarse en una simple 'cosa': esta cosificación de los individuos es absoluta, y se ha convertido en moneda corriente. Es el analista quien aporta la variable humanista -casi como si los analistas o terapeutas fuéramos, a fin de cuentas, de otra época. El narco y la cultura narco en sí misma -que no son otra cosa que un amplio repertorio de justificaciones- constituyen la columna vertebral de este neostalinismo que gobierna en los barrios de la República Argentina.
Dios ha muerto. ¿No habrá que encender las linternas, desde la mañana? (Friedrich Nietzche)
No existe ya reflexión -pensamiento segundo, en el decir de Gabriel Marcel. En su automatismo, el cerebro procede sazonado con estimulantes, cannabis, alcohol o algún otro sucedáneo que ayude a suspender el estado de conciencia. A la postre, todo tiene justificación, y el individuo acciona sin culpas ni responsabilidad; y en ello también interviene una declarada ceguera ante las consecuencias.
En definitiva, este escenario remite al cumplimiento automático de un mandato del Führer de oportunidad (o líder de manada), y del cerebro del actor -órgano que funciona sin pausas, y con servomecanismos propios del simio o los reptiles. Se diluye el factor humano; también en el terreno neurológico. La destrucción de la persona moral tiene lugar a partir de la capacidad de juzgar y elegir entre el bien el mal. Las drogas hacen su parte, y los perniciosos contextos -dirigidos por Dominadores- completan el trabajo. Así, pues, los referidos se exhiben como víctimas de un nuevo poder totalitario. La fascinación que ejerce Pablo Escobar Gaviria en nuestros lares responde a una ideología homicida que se ha impuesto como Ideal en sectores bien especificados de nuestra sociedad. 'Plata o plomo', es eslogan y Ley, conforme nos enseñara el neofilósofo y promocionado Patrón del Mal de origen colombiano.
En este escenario de situación, habremos de colaborar con el verdugo: ése que nos proporciona la dosis, el que domina un barrio, el que nos protege del poder corrupto. ¿Cuánto faltará para pagarle impuestos a ese poder con el objetivo de que nos resguarde, tal como se hizo en su oportunidad en Colombia y en el País Vasco, cuando mandaba el terrorismo? Difícil anticiparlo, pero el silencio de los que temen ser condenados y la fuerza de los dominados por los verdugos es notoria. Se asiste al nuevo Poder Totalitario del siglo XXI y, para ello, no es necesario recurrir a la implementación de un modelo nacionalsocialista o comunista.
La víctima de este nuevo poder totalitario no cuenta con la alternativa de optar entre el bien y el mal, conforme la única alternativa que le queda para evitar un mal, es cometer otro: colaborar con el verdugo para eludir la propia muerte; quitarse la vida, para no dañar a otros. Allí donde resulta imposible hacer el bien, la víctima acaba asumiendo la conciencia de ser un cómplice de su verdugo, en su propio envilecimiento. Todo ser humano es visto y tratado como cosa. El móvil del mal no es el orgullo como en Lucifer ni en la envidia como en Caín; tampoco lo es el resentimiento, como en el caso de Ricardo III. Antes, bien; se trata de mantener una cierta cuota de Poder o de Dominio, respondiendo al Führer grupal -Amo y Señor de la Muerte.
El orden del mundo siempre se exhibe en difícil y perentorio equilibrio; por ello, para los antiguos egipcios, el mito de Shou (Dios del Aire) retrataba la función del Estado (Estar sobre), que cargaba sobre sí mismo la misión de sostener el cielo con el objeto de que éste no se desplome y diera lugar al caos, el desorden y a la catástrofe. Surgía, así, el mundo estable; se superaba el caos.
Con un cerebro hipotecado por las drogas, todo puede suceder, en virtud de que se procede a crear un mundo paralelo que bien podría calificarse de 'paramundo' -un conjunto de espejismos alucinatorios que cautiva a muchos. El mundo de la realidad se hace a un lado; la droga adormece porciones importantes de la humanidad de la persona: se presenta como factor de explotación y alienación, que se respalda en ese adormecimiento. Debido a ello, rehabilitarse equivale a un 'despertar'. Un despertar de lo mejor de nuestra persona; un despertar ante la dignidad de una vida que tenga un dueño y un testigo, que somos nosotros mismos.
Para finalizar, permítaseme conmemorar una sentencia, de parte de un maestro en lo que hace a problemas serios de la infancia: 'Las tendencias criminales que empiezan a mostrarse en los chicos es solo una huída ante las "experiencias de desatención" padecidas en la infancia con violencia, abuso, incesto, etcétera' (Stefano Cirilo –El Maltrato Infantil).
Nada positivo debe estar ocurriéndonos como sociedad, dada la indolencia que, a diario, se expresa en una evidente banalización del mal.
Cierto paciente supo sorprenderme una vez. En un barrio aledaño a una villa, en uno de los tantos conurbanos de nuestra gran ciudad, me relataba las formas en las cuales sus amigos habían perdido la vida: disputa entre bandas, luchas entre 'transas'. Nuevos 'escuadrones de la muerte', en los que las fuerzas de policía también aportan lo suyo. Jóvenes de 14 o 15 años -abandonados en las calles, asentamientos y esquinas- son sacrificados en medio de la desorientación y el Paco, escenario acompañado por humo de la marihuana y latas de cervezas. La escuela ha quedado atrás -muy atrás. La posibilidad de aprender algún oficio, también. Mi sorpresa continúa; me propongo preguntarle por los padres de los chicos fallecidos: resulta que también han muerto; o bien terminaron en prisión, o adictos. Todo remite a ausencia, hueco, vacío. Vale reiterarlo: familia, escuela y empleo son variables que no tienen cabida en sus respectivas agendas.
Resulta inevitable angustiarse con los relatos de muchos pacientes, mientras su voz monocorde sintoniza con la falta de remordimiento y de culpa. Así, el analista asiste a historias de muertes por venir, de robos en banda entre padres e hijos (clase media media o alta; la extracción social no hace diferencias), consumos compartidos entre familiares, plantas de cannabis producidas -para comerciar en el barrio. 'Todo pasa': se banalizan el mal y el daño, remitiéndose -invariablemente- a los escritos de Hannah Arendt.
Ya Stalin y Hitler han quedado en la Historia, como personeros del mal en el siglo XX. Ahora, el mal -banalizado- se enseñorea en nuestros barrios y ciudades. El mal es un nombre para todo aquello que comporta un tinte amenazador: la pérdida de sentido, el caos, el devorar y ser devorado, el agujero negro de nuestra existencia. Es la propia conciencia la que opta entre crueldad y la destrucción de sí misma.
La Ley es solo una pantomima frente a la omnipotencia del Dominio, aunque éste sea sangriento. En tal contexto, se asiste al reino del automatismo, hoy en plena vigencia. Otrora personas, los protagonistas hoy son mecanismos dedicados al comercio de drogas, al robo, al daño contra terceros, etcétera -sin mediar reflexión alguna en el proceso. Se actúa 'porque sí'... acatando la orden de la masa o del Führer de turno, llámese barrabrava, banda, grupo de violadores seriales en un boliche, relacionista público que comercia mujeres, quien droga a otro para conseguir algo de él o ella (una violación, por ejemplo). De tal suerte que el 'otro' deja ya de ser una persona, para transformarse en una simple 'cosa': esta cosificación de los individuos es absoluta, y se ha convertido en moneda corriente. Es el analista quien aporta la variable humanista -casi como si los analistas o terapeutas fuéramos, a fin de cuentas, de otra época. El narco y la cultura narco en sí misma -que no son otra cosa que un amplio repertorio de justificaciones- constituyen la columna vertebral de este neostalinismo que gobierna en los barrios de la República Argentina.
Dios ha muerto. ¿No habrá que encender las linternas, desde la mañana? (Friedrich Nietzche)
No existe ya reflexión -pensamiento segundo, en el decir de Gabriel Marcel. En su automatismo, el cerebro procede sazonado con estimulantes, cannabis, alcohol o algún otro sucedáneo que ayude a suspender el estado de conciencia. A la postre, todo tiene justificación, y el individuo acciona sin culpas ni responsabilidad; y en ello también interviene una declarada ceguera ante las consecuencias.
En definitiva, este escenario remite al cumplimiento automático de un mandato del Führer de oportunidad (o líder de manada), y del cerebro del actor -órgano que funciona sin pausas, y con servomecanismos propios del simio o los reptiles. Se diluye el factor humano; también en el terreno neurológico. La destrucción de la persona moral tiene lugar a partir de la capacidad de juzgar y elegir entre el bien el mal. Las drogas hacen su parte, y los perniciosos contextos -dirigidos por Dominadores- completan el trabajo. Así, pues, los referidos se exhiben como víctimas de un nuevo poder totalitario. La fascinación que ejerce Pablo Escobar Gaviria en nuestros lares responde a una ideología homicida que se ha impuesto como Ideal en sectores bien especificados de nuestra sociedad. 'Plata o plomo', es eslogan y Ley, conforme nos enseñara el neofilósofo y promocionado Patrón del Mal de origen colombiano.
En este escenario de situación, habremos de colaborar con el verdugo: ése que nos proporciona la dosis, el que domina un barrio, el que nos protege del poder corrupto. ¿Cuánto faltará para pagarle impuestos a ese poder con el objetivo de que nos resguarde, tal como se hizo en su oportunidad en Colombia y en el País Vasco, cuando mandaba el terrorismo? Difícil anticiparlo, pero el silencio de los que temen ser condenados y la fuerza de los dominados por los verdugos es notoria. Se asiste al nuevo Poder Totalitario del siglo XXI y, para ello, no es necesario recurrir a la implementación de un modelo nacionalsocialista o comunista.
La víctima de este nuevo poder totalitario no cuenta con la alternativa de optar entre el bien y el mal, conforme la única alternativa que le queda para evitar un mal, es cometer otro: colaborar con el verdugo para eludir la propia muerte; quitarse la vida, para no dañar a otros. Allí donde resulta imposible hacer el bien, la víctima acaba asumiendo la conciencia de ser un cómplice de su verdugo, en su propio envilecimiento. Todo ser humano es visto y tratado como cosa. El móvil del mal no es el orgullo como en Lucifer ni en la envidia como en Caín; tampoco lo es el resentimiento, como en el caso de Ricardo III. Antes, bien; se trata de mantener una cierta cuota de Poder o de Dominio, respondiendo al Führer grupal -Amo y Señor de la Muerte.
El orden del mundo siempre se exhibe en difícil y perentorio equilibrio; por ello, para los antiguos egipcios, el mito de Shou (Dios del Aire) retrataba la función del Estado (Estar sobre), que cargaba sobre sí mismo la misión de sostener el cielo con el objeto de que éste no se desplome y diera lugar al caos, el desorden y a la catástrofe. Surgía, así, el mundo estable; se superaba el caos.
Con un cerebro hipotecado por las drogas, todo puede suceder, en virtud de que se procede a crear un mundo paralelo que bien podría calificarse de 'paramundo' -un conjunto de espejismos alucinatorios que cautiva a muchos. El mundo de la realidad se hace a un lado; la droga adormece porciones importantes de la humanidad de la persona: se presenta como factor de explotación y alienación, que se respalda en ese adormecimiento. Debido a ello, rehabilitarse equivale a un 'despertar'. Un despertar de lo mejor de nuestra persona; un despertar ante la dignidad de una vida que tenga un dueño y un testigo, que somos nosotros mismos.
Para finalizar, permítaseme conmemorar una sentencia, de parte de un maestro en lo que hace a problemas serios de la infancia: 'Las tendencias criminales que empiezan a mostrarse en los chicos es solo una huída ante las "experiencias de desatención" padecidas en la infancia con violencia, abuso, incesto, etcétera' (Stefano Cirilo –El Maltrato Infantil).
Nada positivo debe estar ocurriéndonos como sociedad, dada la indolencia que, a diario, se expresa en una evidente banalización del mal.