Argentina: droga y pérdidas
La desesperada declaración en Facebook -que me enviara una madre uruguaya que forma...
06 de May de 2017
Solicitamos que las autoridades erradiquen de las calles el problema de las drogas...
Sitio en Facebook, administrado por padres en la República Oriental del Uruguay
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La desesperada declaración en Facebook -que me enviara una madre uruguaya que forma parte de una organización de pedido de ayuda- comparte una instantánea que ilustra el estado de crisis que vive el pueblo de ese país, tras el experimento social de la legalización de marihuana -naturalmente, celebrado por la 'progresía' vernácula. Hoy, la hermana república es el primer país en el consumo de esta droga y de cocaína; proliferan allí dos modalidades de comercialización: la legal (promocionada por el propio Estado) y la ilegal, que va en aumento. El consumidor, para comprar, debe inscribirse en un registro nacional. Pero muchos ciudadanos prefieren no dejar sus datos registrados, ya que no confían en la utilización que podría darles el gobierno en el futuro. Un cuestionario propuesto por las autoridades para situar el contexto socio-profesional de los inscritos alimenta esas suspicacias, aunque los promotores del proceso aseguran que la información está encriptada y es totalmente confidencial. La desconfianza se muestra patente entre los autocultivadores, ya que solo unos 6.600 están registrados, mientras que las asociaciones privadas estiman que existen 50 mil en todo el país. De acuerdo a un estudio académico, el 75% de los consumidores regulares de marihuana se abastecen en el mercado negro.
Donde hay drogas, hay pérdida. Lo supuestamente valioso se transforma en marca de muerte. Se trata de pérdidas en un doble sentido; por un lado, la que remite a los muertos que surgen de la lucha por el control territorial de las plantaciones y la distribución y los que la que quieren combatir. Por otro, los que van muriendo mientras consumen, quedando con distintas discapacidades, hijos abandonados, abusos de todo tipo emocional y sexual por el consumo de estupefacientes.
Será hora de probar la falacia de mostrar solo el lado paradisíaco del consumo de drogas, ocultando bajo la alfombra los males sociales que trae. Esta visión ve en la legalización una salida correctora al verdadero mal, ponderado por estos grupos como 'guerra contra las drogas'.
Pero lo cierto es que jamás se ha visto semejante guerra contra las drogas -o quizás se trató de un combate con parafernalia de dominio político de uno y otro lado; nunca una verdadera lucha cultural preventiva y asistencial para la conciencia de la comunidad en la protección de la salud. Es decir que, detrás de la falacia de la guerra contra las drogas se oculta la intencionalidad política de grupos diferentes. Se omite que tal guerra jamás existió -salvo en contadas excepciones, como ser la Argentina-. En todo caso, esa guerra se dio por poco tiempo, perdiendo terreno frente al avance avance del narcotráfico en la toma de los barrios, con una estrategia de marketing y publicidad que promociona con recurrencia la banalidad del daño de las drogas -estratagema que persigue la captura de más sectores consumidores entre la población.
El control territorial de las plantaciones encubre la plusvalía para un dominio político. El dinero no va solo a cuentas suizas o a paraísos fiscales, sino que sirve de alimento financiero para movimientos territoriales de distintos países que, nuevamente, persiguen determinados objetivos políticos.
Valga el ejemplo colombiano, en donde una de las organizaciones de producción y distribución para el mundo reconoce 220 mil personas asesinadas, 25.007 desaparecidas, 5.712.506 desplazados, 16.340 asesinatos selectivos, 27.003 secuestrados, 1754 víctimas de violencia sexual y 6.241 casos de reclutamiento forzado, con miles de colombianos expuestos al pago de impuestos extorsivos a las organizaciones delictivas (en conformidad con estadísticas del Centro Nacional de la Memoria Histórica Colombiana). Estas muertes y acciones delictivas se dan para consolidar el control del Estado por parte del narco, o bien para transformarlo en Estado Fallido (inexistente y corrompible como una mascarada de lo que debería ser).
Las drogas encubren la dominación de los pueblos. Hoy, sabemos por la experiencia latinoamericana que la producción de drogas significa dominio político. China, con su Guerras del Opio, fue un ejemplo de ello, por intermedio del comercio y la participación de aventureros de la Corona británica en ese momento histórico. Millones de chinos terminaron colonizados por el opio y, entonces, el dominio territorial se hizo posible. Ahora, los tiempos han cambiado, pero el barniz ideológico no encubre la verdadera intención de dominación de los pueblos.
Las muertes negadas
Por otro lado, se niegan las muertes que ocasiona el consumo de drogas -como también las discapacidades que ocasiona, y el deterioro social y cultural que promueven. Nuestras cárceles están llenas de personas caracterizadas por un consumo dependiente de sustancias y que cometieron delitos; son muertos en vida. Existen hospitales enteros llenos de consumidores que solo tienen el beneficio de una desintoxicación de como máximo 72 horas, pero nunca un tratamiento. Son viejos y seniles ya a los cuarenta años de edad; lucen cansados de la vida, portando una mochila de fracasos familiares y sociales tras un consumo voraz de cocaína y rondando de clínica en clínica. Se multiplican los accidentes cerebrovasculares (ACVs) en gente joven, y lo propio sucede con la diabetes y los infartos en adolescentes. Se contabilizan familias enteras de consumidores. Como tratamiento, la sociedad ofrece algo similar a una tintorería o a un aplique de 'chapa y pintura' -pero jamás una rectificación del motor. Estos no son otra cosa que símbolos del desprecio que tenemos para ofrecerle al ciudadano -ningún rescate real.
El problema de las drogas se ha transformado en un problema jurídico, dejándose de lado el aspecto humano. Entonces, poco se hace para la creación de centenares de centros de recuperación, o para constituir una suerte de plan maestro de orden preventivo para padres y familias en todo el país. En la Argentina, incluso está prohibido habilitar nuevos centros, por disposiciones de la anterior Administración -y que la actual pospuso hasta el 2020. Es absurdo lo que sucede: en plena epidemia, no es posible abrir nuevos centros para asistir y ayudar a nuestros compatriotas afectados.
Historias de muerte y resurrección
Sitio en Facebook, administrado por padres en la República Oriental del Uruguay
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La desesperada declaración en Facebook -que me enviara una madre uruguaya que forma parte de una organización de pedido de ayuda- comparte una instantánea que ilustra el estado de crisis que vive el pueblo de ese país, tras el experimento social de la legalización de marihuana -naturalmente, celebrado por la 'progresía' vernácula. Hoy, la hermana república es el primer país en el consumo de esta droga y de cocaína; proliferan allí dos modalidades de comercialización: la legal (promocionada por el propio Estado) y la ilegal, que va en aumento. El consumidor, para comprar, debe inscribirse en un registro nacional. Pero muchos ciudadanos prefieren no dejar sus datos registrados, ya que no confían en la utilización que podría darles el gobierno en el futuro. Un cuestionario propuesto por las autoridades para situar el contexto socio-profesional de los inscritos alimenta esas suspicacias, aunque los promotores del proceso aseguran que la información está encriptada y es totalmente confidencial. La desconfianza se muestra patente entre los autocultivadores, ya que solo unos 6.600 están registrados, mientras que las asociaciones privadas estiman que existen 50 mil en todo el país. De acuerdo a un estudio académico, el 75% de los consumidores regulares de marihuana se abastecen en el mercado negro.
Donde hay drogas, hay pérdida. Lo supuestamente valioso se transforma en marca de muerte. Se trata de pérdidas en un doble sentido; por un lado, la que remite a los muertos que surgen de la lucha por el control territorial de las plantaciones y la distribución y los que la que quieren combatir. Por otro, los que van muriendo mientras consumen, quedando con distintas discapacidades, hijos abandonados, abusos de todo tipo emocional y sexual por el consumo de estupefacientes.
Será hora de probar la falacia de mostrar solo el lado paradisíaco del consumo de drogas, ocultando bajo la alfombra los males sociales que trae. Esta visión ve en la legalización una salida correctora al verdadero mal, ponderado por estos grupos como 'guerra contra las drogas'.
Pero lo cierto es que jamás se ha visto semejante guerra contra las drogas -o quizás se trató de un combate con parafernalia de dominio político de uno y otro lado; nunca una verdadera lucha cultural preventiva y asistencial para la conciencia de la comunidad en la protección de la salud. Es decir que, detrás de la falacia de la guerra contra las drogas se oculta la intencionalidad política de grupos diferentes. Se omite que tal guerra jamás existió -salvo en contadas excepciones, como ser la Argentina-. En todo caso, esa guerra se dio por poco tiempo, perdiendo terreno frente al avance avance del narcotráfico en la toma de los barrios, con una estrategia de marketing y publicidad que promociona con recurrencia la banalidad del daño de las drogas -estratagema que persigue la captura de más sectores consumidores entre la población.
El control territorial de las plantaciones encubre la plusvalía para un dominio político. El dinero no va solo a cuentas suizas o a paraísos fiscales, sino que sirve de alimento financiero para movimientos territoriales de distintos países que, nuevamente, persiguen determinados objetivos políticos.
Valga el ejemplo colombiano, en donde una de las organizaciones de producción y distribución para el mundo reconoce 220 mil personas asesinadas, 25.007 desaparecidas, 5.712.506 desplazados, 16.340 asesinatos selectivos, 27.003 secuestrados, 1754 víctimas de violencia sexual y 6.241 casos de reclutamiento forzado, con miles de colombianos expuestos al pago de impuestos extorsivos a las organizaciones delictivas (en conformidad con estadísticas del Centro Nacional de la Memoria Histórica Colombiana). Estas muertes y acciones delictivas se dan para consolidar el control del Estado por parte del narco, o bien para transformarlo en Estado Fallido (inexistente y corrompible como una mascarada de lo que debería ser).
Las drogas encubren la dominación de los pueblos. Hoy, sabemos por la experiencia latinoamericana que la producción de drogas significa dominio político. China, con su Guerras del Opio, fue un ejemplo de ello, por intermedio del comercio y la participación de aventureros de la Corona británica en ese momento histórico. Millones de chinos terminaron colonizados por el opio y, entonces, el dominio territorial se hizo posible. Ahora, los tiempos han cambiado, pero el barniz ideológico no encubre la verdadera intención de dominación de los pueblos.
Las muertes negadas
Por otro lado, se niegan las muertes que ocasiona el consumo de drogas -como también las discapacidades que ocasiona, y el deterioro social y cultural que promueven. Nuestras cárceles están llenas de personas caracterizadas por un consumo dependiente de sustancias y que cometieron delitos; son muertos en vida. Existen hospitales enteros llenos de consumidores que solo tienen el beneficio de una desintoxicación de como máximo 72 horas, pero nunca un tratamiento. Son viejos y seniles ya a los cuarenta años de edad; lucen cansados de la vida, portando una mochila de fracasos familiares y sociales tras un consumo voraz de cocaína y rondando de clínica en clínica. Se multiplican los accidentes cerebrovasculares (ACVs) en gente joven, y lo propio sucede con la diabetes y los infartos en adolescentes. Se contabilizan familias enteras de consumidores. Como tratamiento, la sociedad ofrece algo similar a una tintorería o a un aplique de 'chapa y pintura' -pero jamás una rectificación del motor. Estos no son otra cosa que símbolos del desprecio que tenemos para ofrecerle al ciudadano -ningún rescate real.
El problema de las drogas se ha transformado en un problema jurídico, dejándose de lado el aspecto humano. Entonces, poco se hace para la creación de centenares de centros de recuperación, o para constituir una suerte de plan maestro de orden preventivo para padres y familias en todo el país. En la Argentina, incluso está prohibido habilitar nuevos centros, por disposiciones de la anterior Administración -y que la actual pospuso hasta el 2020. Es absurdo lo que sucede: en plena epidemia, no es posible abrir nuevos centros para asistir y ayudar a nuestros compatriotas afectados.
Historias de muerte y resurrección
La resurrección es un término al que suelo recurrir a la hora de mostrar la verdadera reanimación que produce un tratamiento, cuando se trata de revivir a alguien que buscaba su propia muerte. En nuestra comunidad terapéutica GRADIVA, celebramos los años de no consumo de un paciente, tras su recuperación. Esta es la historia de un muchacho y su familia que conocí en 2008 y que nos reconcilia con la vida profesional y con nuestra misión humana y vocación. Volví a contactarme con él hace unos días, y la alegría del reencuentro con su familia merece transmitirse.
Sebastián ha perdido a un ser querido en trágicas circunstancias. Era un típico joven del conurbano domado por el paco, y los combos de sexo y delito que conlleva la enfermedad. El hermano mayor, compañero de andanzas y afectos, fue su modelo afectivo y humano -consumía drogas con él. Sebastián llegó ser sentirse culpable y se preguntaba a sí mismo: ¿Cómo no me di cuenta que estaba mal?
Al conocerlo, la vida Sebastián pendía de un hilo. Consumía drogas durante gran parte del día, y su familia no podía detener esta verdadera carrera hacia la autodestrucción. Ni siquiera podía usar zapatos con cordones, porque quería colgarse -como en su oportunidad hiciera su hermano. No solo Sebastián se estaba consumiendo; su madre vivía el dolor diariamente; su padre encontró fortaleza y consuelo en padres que habían tenido hijos prematuramente desaparecidos. Al abuelo paterno, se lo llevó la pena; falleció al poco tiempo.
El tratamiento está ideado para asistir y ayudar a todos los integrantes del núcleo familiar. En este caso, se extendió por dos años, porque la melancolía inundaba a toda la familia. Hoy, se saben libres. El hermano de Sebastián había dejado dos hijos; nuestro paciente tenía una hija. Los sobrinos y la hija se convirtieron en un motor de recuperación, tras la primera etapa de desintoxicación. La función de tío y padre sustituto le dió un vigor muy necesario para su recuperación. Los abuelos también tuvieron un plus de vida en la atención, orientación y educación de los nietos.
Un duelo -como adaptación emocional a una pérdida significativa- lleva mucho tiempo, comportando numerosas etapas, hasta su aceptación última. Si no existe aceptación el duelo, éste deviene en patológico y trastorna todos los días de la propia vida, comprometiendo el futuro. Así es como las personas se quedan sin porvenir.
Para Sebastián, las drogas constituían un falso sendero de huída ante el dolor, gracias a las cuales narcotizaba su padecimiento. A la larga, no solo él sino también su familia recuperaron un proyecto de vida en donde el dolor pudo ser superado.
Legalizar las sustancias no constituye una salida verdadera ni creíble para solucionar los problemas del adicto. Las drogas provocan severos perjuicios, aunque vengan con la publicidad de que generan plusvalía para cierto dominio político -que siempre sobreviene a costa de vidas humanas, y de sus familias.
Sebastián ha perdido a un ser querido en trágicas circunstancias. Era un típico joven del conurbano domado por el paco, y los combos de sexo y delito que conlleva la enfermedad. El hermano mayor, compañero de andanzas y afectos, fue su modelo afectivo y humano -consumía drogas con él. Sebastián llegó ser sentirse culpable y se preguntaba a sí mismo: ¿Cómo no me di cuenta que estaba mal?
Al conocerlo, la vida Sebastián pendía de un hilo. Consumía drogas durante gran parte del día, y su familia no podía detener esta verdadera carrera hacia la autodestrucción. Ni siquiera podía usar zapatos con cordones, porque quería colgarse -como en su oportunidad hiciera su hermano. No solo Sebastián se estaba consumiendo; su madre vivía el dolor diariamente; su padre encontró fortaleza y consuelo en padres que habían tenido hijos prematuramente desaparecidos. Al abuelo paterno, se lo llevó la pena; falleció al poco tiempo.
El tratamiento está ideado para asistir y ayudar a todos los integrantes del núcleo familiar. En este caso, se extendió por dos años, porque la melancolía inundaba a toda la familia. Hoy, se saben libres. El hermano de Sebastián había dejado dos hijos; nuestro paciente tenía una hija. Los sobrinos y la hija se convirtieron en un motor de recuperación, tras la primera etapa de desintoxicación. La función de tío y padre sustituto le dió un vigor muy necesario para su recuperación. Los abuelos también tuvieron un plus de vida en la atención, orientación y educación de los nietos.
Un duelo -como adaptación emocional a una pérdida significativa- lleva mucho tiempo, comportando numerosas etapas, hasta su aceptación última. Si no existe aceptación el duelo, éste deviene en patológico y trastorna todos los días de la propia vida, comprometiendo el futuro. Así es como las personas se quedan sin porvenir.
Para Sebastián, las drogas constituían un falso sendero de huída ante el dolor, gracias a las cuales narcotizaba su padecimiento. A la larga, no solo él sino también su familia recuperaron un proyecto de vida en donde el dolor pudo ser superado.
Legalizar las sustancias no constituye una salida verdadera ni creíble para solucionar los problemas del adicto. Las drogas provocan severos perjuicios, aunque vengan con la publicidad de que generan plusvalía para cierto dominio político -que siempre sobreviene a costa de vidas humanas, y de sus familias.