NARCOTRAFICO Y ADICCIONES: JUAN A. YARIA

Argentina: drogas y ciudades de 'Nadies'

Sorprenden cada día más las historias que recibimos en GRADIVA, y que uno intenta reorientar hacia...

07 de Junio de 2017
Existe una relación entre mano de obra criminal y desfamiliarización.

L. Cancrini, psiquiatra juvenil italiano


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Sorprenden cada día más las historias que recibimos en GRADIVA, y que uno intenta reorientar hacia un destino de vida dotado de sentido. Todos sabemos que las adicciones surgen de un tríptico entre sujeto (la persona en sus vulnerabilidades, especialmente en su adolescencia, el contexto -la cultura, la familia- y el agente químico -la droga como tal-. Hoy, las drogas están ahí, al alcance de la mano. La persona se halla en máxima vulnerabilidad, en una adolescencia transida por el abandono y la orfandad de una cultura del vacío. Otro ámbito es el barrio, invadido por puestos de venta no precisamente de alimentos orgánicos. Son protagonistas allí la barrabrava y/o las bandas, que toman espacios públicos e imponen sus condiciones. Consecuencias de la cultura de trabajo en franca baja ante la toma de posición de lo ilegal y sus rentabilidades; consecuencia también de la sociedad familiar, impotente ya a la hora de transmitir límites, valores y amor incondicional. Contribuye a ello, asimismo, una escuela vacía de contenidos éticos, y que disfraza un relativismo que sumerge en la barbarie a los más pequeños. Está la cuestión del consumo de drogas familiar (el 62% de los pacientes en GRADIVA tienen familiares involucrados en esa carrera. En definitva, de lo que se habla es de la crisis de sentido para miles de personas. En otros casos, ciertos clubes de barrio han aniquilado su función ejemplarizadora, convirtiéndose en refugio de malhechores; las plazas y los espacios públicos son ahora temidos. Y la variable de los hogares que funcionan como refugios de 'nadies', esto es, individuos vacíos y profundamente embelezados frente a la cultura de imágenes, en dispositivos electrónicos donde se proyectan.

Soledad y drogasEl narconegocio precisa, así las cosas, de una narcocultura; la familia como educación se desmorona, y los espacios públicos celebran la muerte, desde sus calles y esquinas sombrías. El vaciamiento de las ciudades habla de una transformación en territorios inhóspitos, fenómeno que corre paralelamente al vaciamiento de las identidades. Los 'nadies' de todas las edades vagan y vegetan, dando vueltas sobre un vacío de ser y de sentido. La identidad de los 'nadies' se consolida en un territorio sin ley.

Todo lo cual nos retrotrae a Jorge. A sus diecisiete años, ya había abandonado la escuela, ganaba dinero sin trabajar -cobraba ejerciendo de 'barra'-. Transitó por todo tipo de drogas y sustancias, mientras su club de fútbol de pueblo convirtióse en santuario de identidades antisociales, a cargo de adultos ya curtidos en el manejo de armas de fuego y estupefacientes. Pero Jorge es un joven de clase media, con padres débiles, e imbuído de esta filosofía cercenante de la vida. Reflejo, sin más, de una cultura anémica de valores y, por ende, anómica.

En nuestro rol de profesionales, asistimos a estos jóvenes por cuanto, al poco tiempo, les sobrevendrá la mayoría de edad, y la cárcel se convertirá en su único destino -si antes no se actúa con firmeza para que puedan recobrar y salvar sus vidas. El problema es que la omnipotencia de los grupos controlantes genera, en estos jóvenes, sensación y certeza de impunidad. ¿Podrán aquéllos vencer a esta cultura de campos de concentración?

Es así como el cerebro pierde su función conductora y el automatismo -reflejo de la compulsión adictiva- se alza con la victoria. La única demanda posible es la dosis, factor clave para consolidar la esclavitud, y señal para el arbitrio de los de los Amos de hoy (transas, dealers). En tales espectros, el 'fierro' también manda. A la postre, se trata de historias de jóvenes que, de a uno, se van aproximando cada vez más a la tragedia, disimulada bajo la anestesia ante el dolor garantizada por el narcótico. La catarsis sólo se garantiza por minutos; pero el destino trágico está asegurado. 


Historias de 'Nadies'

Jorge vaga de clínica en clínica, desde hace ya quince años. Por estos días -ya con treinta años de edad-, es un 'errante' en la ciudad, buscando ese polvo blanco que le sirve como vigor alucinatorio, para todo aquel que ya no puede seguir adelante sin 'quitapenas'. Pero padres y hermanos son consumidores por igual -un mundo de alucinados los rodea. Es un mundo sin esperanza, proyecto, misión ni vocación -para recordar nuevamente a Ortega y Gasset, quien solía apuntar que aquel que cuenta con vocación y proyectos puede salvarse. Para Jorge, mientras tanto, toda recompensa es inmediata. Visceralmente, desespera por contar con esa sustancia, con la que mantiene una relación de amor y odio. Su voluntad está ya 'domada': la propia dopamina no alcanza, y debe ser buscada en el exterior. Ya en pleno siglo XIX, el filósofo Pinel observaba que la morfina y el opio consolidaban una mutilación de la voluntad.

Hablamos, en suma, de un 'muerto vivo'. Todo el dinero de los propios bolsillos se invierte en la generación artificial de dopamina, para sacar a ese 'nadie' de su letargo. La apatía, la abulia y la tristeza son compañeras infaltables que, cuales sombras, siguen al 'nadie' que otrora fue un hombre libre.

En Jorge, las zonas vitales del cerebro que operan sobre el pensamiento y el control de los impulsos ya se encuentran en franco deterioro. El descontrol se dispara rápidamente, ante la más mínima señal asociable con el consumo. La memoria está embargada; fenece en una memoria meramente adictiva. El encendido afectivo del amor derivado de vínculos afectivos (los hijos, los padres, el trabajo, o una misión o proyecto social) ya no existen en él. Ya no está la sana nostalgia de las calles recorridas durante la infancia; esos recuerdos han sido aplastados por las direcciones de dealers y transas. El lóbulo frontal -correlación humana del Homo Sapiens Sapiens- ha quedado embargado por estructuras cerebrales que reducen a la persona a actuar como un reptil. Jorge es un joven senil.


Cuidar el cerebro

El cerebro depende también de nuestro estilo de vida: todos somos responsables de envejecer sanamente, o de elegir el camino contrario. El cerebro es un órgano práctico y moldeable, que cambia de acuerdo al modo en que cuidamos de él -y el amor a nosotros mismos también se manifiesta allí. Determinados estilos de vida alargan la existencia, manteniendo al cerebro activo y productivo: actividad física y mental contínua, no usar drogas, beber alcohol moderadamente, ingerir frutas y verduras, descansar, frenar las actividades cuando el estrés se prolonga, atendiendo siempre a señales del organismo (taquicardias, por ejemplo). Cuestiones que, a largo plazo, afectarán al correcto desarrollo y funcionamiento de la memoria.

Hoy día, no solo el sedentarismo avanza (nuestros abuelos se mantenían siempre activos), sino también nuevos hábitos dietéticos y también, desde los años ochenta, las drogas. De tal suerte que, en muchos casos, el propio organismo contribuye a retroceder en la evolución de la genética humana, de miles de años.


Envejecimiento cerebral

Hasta los 25-30 años, existe un programa genético que nos construye y que hace crecer el organismo. Después de esa edad, ese programa cesa; desde ese momento, el organismo queda a merced del medio ambiente ,y fundamentalmente, del estilo de vida que llevemos. Hoy, nos cabe procurar generar medios y estilos de vida enriquecedores.

¿De qué se trata esto? De generar reservas cognitivas, ni más ni menos. Esto es, mecanismos cerebrales capaces de ponerse en marcha durante el proceso de envejecimiento y que contribuyan al retraso de la aparición del deterioro cognitivo y fisiológico propio de la senilidad. Escuchar nuestra naturaleza a la postre resulta fundamental, por cuanto ello implica respetar nuestra historia biológica.

Infortunadamente, estos mensajes no llegaron a Jorge a tiempo. Con pesar, debe decirse que, ahora, ha quedado prisionero de un programa que lo compele a drogarse y, por lo tanto, a envejecer precozmente. Jorge se ha quedado sin posiblidad real de amar. Cuando un ser querido comienza a respaldarse en las drogas y/o en el alcohol, nuestro deber es consultarlo. Escucharlo, y acompañarlo.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.