EE.UU.: cómo decidir qué inmigrantes pueden ingresar
Según se ha informado, Donald Trump se preguntó -en oportunidad de una reunión...
31 de Enero de 2018
Según se ha informado, Donald Trump se preguntó -en oportunidad de una reunión-: '¿Cómo es que tenemos toda esta gente de países de m*** llegando aquí?'. Desde lo personal, entiendo que debió utilizar un lenguaje más correcto, pero esa pregunta debe ser realizada. Y respondida.
Tengo una serie de preguntas que mis compatriotas estadounidenses habrán de ponderar.
¿Cuántos ciudadanos noruegos han ingresado ilegalmente a Estados Unidos, cometido delitos y saturado nuestros sistemas penales y políticas de subsidios estatales? Podría yo hacerme la misma pregunta sobre finlandeses, suecos, islandeses, o neocelandeses.
El grueso de la problemática inmigratoria americana se vincula a personas que llegan a nuestro país, de manera criminal, desde México, América Central, el Caribe, Africa y Oriente Medio. La problemática remite a los inmigrantes de aquellas naciones que han cometido delitos y que saturan nuestro sistema de justicia y de otorgamiento de subsidios desde el Estado.
Un amplio número de inmigrantes que se encuentran ilegalmente en EE.UU. -acaso la mayoría puedan ser ciudadanos modelo en otros aspectos- han huído de regímenes opresivos, brutales y corruptos, para buscar un estilo de vida superior en los Estados Unidos.
En lo que hace al debate de la inmigración ilegal, existen preguntas que no son realizadas de manera explícita, pero que pueden ser contestadas con un sencillo 'Sí' o 'No': ¿acaso cualquier persona en el mundo tiene derecho a residir en los Estados Unidos? ¿Tienen los estadounidenses el derecho de decidir quién y bajo qué circunstancias una persona puede ingresar al país? ¿Deberíamos permitir que ciudadanos extranjeros aterricen en nuestros aeropuertos e ignoren la legislación de control de fronteras, tal como algunos hacen lo propio con las leyes que entienden sobre vigilancia fronteriza en el sur?
La razón por la cual estas preguntas no son contestadas apropiadamente es que uno podría ser calificado como un idiota si dijera que cualquiera tiene el derecho de vivir en nuestro país, o si dijera que los estadounidenses no tienen derecho de decidir quién puede vivir en EE.UU. y quién no, o si dijera que los extranjeros que llegan a nuestros aeropuertos tienen derecho a ignorar a los agentes de Aduanas y Protección Fronteriza (lo propio con la frontera sur).
Hoy día, la inmigración -aunque sea de carácter legal- es diferente a la inmigración de años atrás. Las personas que llegaron a los Estados Unidos en el siglo XIX y el grueso del siglo XX llegaron aquí para aprender nuestro idioma y costumbres, y para convertirse en estadounidenses.
Años atrás, existía la garantía de que los inmigrantes venían aquí a trabajar, porque no existía sistema de beneficios estatales alguno. Esos recién llegados trabajaron, pidieron limosna, o bien murieron de hambre. Hoy día, no existe tal garantía. Debido a la existencia del Estado de bienestar, los inmigrantes pueden llegar a Estados Unidos y vivir aquí de lo que aportan los ciudadanos estadounidenses.
Y existe otra diferencia fundamental entre la inmigración del ayer y la de hoy.
Hoy día, a los ciudadanos estadounidenses se les enseña multiculturalismo en los ciclos primario, secundario y universitario. Se les explica que una cultura no es superior o inferior a otra. Creer lo contrario equivale a ser criticado -en el mejor de los casos, por eurocentrista- y, en el peor, por racismo.
Como resultado, algunos grupos de inmigrantes buscan traer a nuestro país los valores culturales cuyo fracaso han conducido a la pobreza, a la corrupción y a las violaciones de los derechos humanos en sus países. Razones que los forzaron a partir.
Tal como lo prueba la repercusión de los comentarios ofrecidos por Trump, muchos estadounidenses tienen miedo y no están dispuestos a preguntarse qué grupos de inmigrantes se han vuelto una carga para nuestro país, y cuáles han compartido una contribución real a la grandeza americana.
Es muy infortunado, para un país, que contemos con grupos políticos que buscan utilizar a la inmigración ilegal para su propio provecho. Esas personas han creado ciudades santuario que abiertamente albergan a criminales -esto es, individuos que han quebrantado nuestras leyes.
El concepto global de ciudad santuario es ofrecer asistencia, confort y empatía a personas que han quebrantado la legislación estadounidense. Los simpatizantes de las ciudades santuario buscan impedir que esas personas se vean necesitadas de esconderse, por miedo a ser descubiertas.
Tras lo cual, yo me preguntaría -en pos de la igualdad ante la ley- si acaso no correspondería aplicar el criterio de las ciudades santuario a aquellos estadounidenses que han quebrantado otras leyes, como ser el haber incurrido en el robo, o en evasión de impuestos.
No deberíamos caer presas de personas que critican nuestros esfuerzos para combatir la inmigración ilegal y que, pomposamente, afirman: '¡Somos una nación de inmigrantes!'. El debate no tiene que ver con la inmigración. El debate tiene que ver con la inmigración ilegal.
Mi sentir para con los inmigrantes que han arribado legalmente a Estados Unidos y que desean convertirse en estadounidenses se corresponden con el sentimiento expresado en el poema 'El Nuevo Coloso', de Emma Lazarus, que se ha grabado en una placa en la Estatua de la Libertad y que, en parte, reza: 'Enviadme a sus pobres y agotadas masas, para que respiren libertad'.
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