Argentina: 'lavaderos' y drogas
Existen numerosos formatos de lavado. Los pacientes arriban intoxicados a las salas de guardia...
28 de Febrero de 2018
El elogio del vacío y el debilitamiento de las normas nos han dejado a la intemperie en el mundo actual.
Alan Touraine (¿Podremos Vivir Juntos?)
* * *
Existen numerosos formatos de lavado. Los pacientes arriban intoxicados a las salas de guardia, portando sobre sus hombros una vida abundante en dramas y fracasos existenciales. Según sea el caso, se les suministra suero y algún tranquilizante. Atosigado, el profesional de la medicina interviniente percibe que decenas de otras personas aguardan en las guardias. La visita termina con el médico solicitándole al paciente que retorne a la semana siguiente, al consultorio externo. Con toda probabilidad, ese paciente no regresará al control; pero sí incurrirá nuevamente en el costumbrismo del consumo. Sucede que nadie se ocupó por consultarlo o inquirirlo sobre las cosas que distan de funcionar bien en su vida. Así, por ejemplo, se consuma el 'operativo lavado' al tratar a una persona -lo cual es otra cosa que un nuevo episodio de fracaso para ese paciente, subcapítulo de su enfermedad que no puede controlar ni dominar. A la postre, el paciente deja de ser una 'persona'; es, a lo mucho, un intoxicado más.
De esta manera, se contribuye a amplificar el alcance de la epidemia del consumo de drogas y de sus enfermedades asociadas. Conforme ya hemos explicitado desde este espacio, muchas de esas personas hallarán su destino en prisión, deambulando por las calles en forma de 'mutantes ausentes' que a veces ni siquiera parecen ameritar la dignidad del cementerio. Culminan sus vidas en algún volquete de alguna periferia urbana, tras tomar parte en una refriega.
En rigor -y hemos insistido sobre el particular-, ese 'intoxicado' anónimo debería ser convencido de recibir un tratamiento de largo alcance, con residencia en una comunidad terapéutica, apelándose a la voluntariedad del mismo. O, de acuerdo a la gravedad que consigne su comportamiento ante sí mismo y ante terceros, no habrá de inquirirse sobre su voluntariedad. La realidad vigente consigna que el médico de la guardia de hospital no está en capacidad para poner sobre la mesa esta proposición, conforme será lícito preguntarse si acaso ese profesional ha sido formado para comprender las diferencias entre un intoxicado y una persona que padece la dolencia de la adicción. ¿Cuenta el médico con la alternativa de remitirlo a un centro de derivación? ¿Es sencillo para ese profesional proceder a la instrumentación que implica enviarlo allí? ¿Hay, a la mano, algún familiar responsable que así lo avale? Y, por cierto, hay que decirlo: en ocasiones, la visita suele culminar también en una 'fuga' de la sala atestada por demandas y urgencias de variada índole (accidentes cerebrales o cardíacos, episodios de violencia intrafamiliar, etcétera).
El sistema en funciones parece conducir, invariablemente, al 'lavado' en formato de tintorería y, ergo, a la explosión epidémica del fenómeno del consumo. El ser humano se transforma, pues, en un 'plus biológico descartable', allí donde triúnfan someramente los más fuertes, y donde los débiles habrán de arreglárselas como puedan. Haciendo malabares con su colección de déficits existenciales, genéticos y/o familiares, y rehenes de la limitación de sus recursos cerebrales -esos que se van quemando al tiempo que se potencia la acción del consumo.
Hemos de reiterarlo: desde 2010, la legislación de la República Argentina impide taxativamente la apertura de nuevos centros asistenciales especializados en psiquiatría, y lo propio sucede con la apertura de comunidades terapéuticas dedicadas a la atención de patologías complejas, ligadas a la adicción. Es, nuestro país, el único caso mundial en donde se registra este condenable estado de situación. La pandemia explicita cabalmente que escasean centros de atención. Emergen, en consecuencia, espacio sin habilitación alguna, y que ni siquiera son objeto de controles sanitarios por parte de autoridades competentes.
La declarada ausencia de lógica ordenadora para el problema de referencia se resume, en definitiva, en una suerte de diabólica maquinación en donde destaca la existencia de decenas de miles de 'peones' de un gigantesco negocio. Este 'paciente-peón' no es otra cosa que un mero engranaje en esa maquinaria que promociona la amplificación del consumo de sustancias ilegales, mientras motoriza el incremento de vendedores. En paralelo con ese circuito, los nodos financieros de oportunidad se nutren y sirven de discursos en apariencia 'progresistas' -la 'nueva izquierda', al decir de la realidad uruguaya. En semejante marco, la libertad personal (el 'derecho a drogarse') se confunde convenientemente con un esquema de esclavitud programada para miles de individuos que han extraviado la plusvalía que, en rigor, es la que cuenta: el dominio de los impulsos desde el lóbulo frontal (ahora destruído por el consumo).
El paciente, engranaje necesario en el lavado de activos ilícitos
En la actualidad, las organizaciones dedicadas a la producción, distribución y comercialización de estupefacientes se sostienen gracias a criterios originados en la mercadotecnia: mantienen y alimentan un stock permanente de consumidores finales. Esta proposición se sirve de la imprescindible corruptela del Estado y, a posteriori, la ganancia neta sabe reciclarse en negocios legales: el ingreso ilícito se lava a través del sistema financiero legal, destacando entonces la figura del testaferro o prestanombres. Es un gran negocio, por donde se mire.
Como consecuencia, hoy día, las fiscalías anticorrupción invierten tiempo en investigar complejas matrices comerciales en donde revistan empresas, estancias, supermercados, etcétera. Así es el caso de Colombia, cuya economía ha sabido crecer a la vera del accionar de organizaciones dedicadas enteramente al narcotráfico (destaca el caso de la red de supermercados de Cundinamarca, bajo figura de testaferros que operaban para la guerrilla FARC: US$ 250 millones decomisados: https://elpais.com/internacional/2018/02/20/colombia/1519105626_878810.html).
En la caída del telón, el paciente-adicto termina ocupando el rol de desecho -apenas un descarte en una sociedad que ni siquiera le ofrece un servicio digno desde el que pueda experimentar su existencia en verdadera libertad, y sin drogas. Es, este paciente, el nuevo y necesario 'explotado' del siglo XXI. Aspecto que, por propio peso, hace que el discurso del progresismo pro-drogas se desmorone, por cuanto promociona la esclavización del individuo.
De tal suerte que también se multiplican las voces de ese progresismo que puja por la legalización de la marihuana. Infortunadamente, esos voceros se olvidan del cerebro y de los perjuicios provocados por el abuso del consumo. La experiencia ya citada de la República Oriental del Uruguay comparte el modo en que se han potenciado el consumo de marihuana y de otras drogas, amén del incremento en el número de bocas de venta ilegales. Nuevamente: el consumo periódico de marihuana puede conducir a un deterioro significativo en el cerebro de adolescentes y adultos jóvenes, registrándose déficit de atención y problemas con la memoria a corto plazo, con disminución del coeficiente intelectual. El fenómeno del consumo de cannabis se completa con el aumento de los casos de esquizofrenia, y los elevados costos que comporta para el nivel educativo de una nación: se precipitan las matrículas y se acrecienta el abandono escolar y universitario.
La prevención y asistencia preventiva
Al revisarse el listado del nuevo plan de drogas de España hacia 2021, sobresalen dos ideas claras: el de la 'alerta temprana' en lo que respecta a la educación preventiva (con intervención de escuelas, padres, iglesias, instituciones y detección precoz del consumo; con centros de asistencia de todo tipo, esto es, amnbulatorios, psiquiátricos, y comunidades terapéuticas). El esfuerzo se ve complementado con un amplísimo criterio formativo para médicos y profesionales de la salud, sintetizado en un plan integral de atención y prevención -que no excluye a maestros y profesores.
Tras la experiencia progresista padecida, sociedad y gobierno en España han aprendido que el esfuerzo debe centrarse en obstaculizar la incidencia del primer contacto de los jóvenes con las sustancias, subrayándose los valores de la salud y de la vida.
Se sugiere tomar prestado ese ejemplo, en lugar de tener que asistir a mudos testigos ante el fenómeno de las interminables filas en puntos de venta.
Alan Touraine (¿Podremos Vivir Juntos?)
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Existen numerosos formatos de lavado. Los pacientes arriban intoxicados a las salas de guardia, portando sobre sus hombros una vida abundante en dramas y fracasos existenciales. Según sea el caso, se les suministra suero y algún tranquilizante. Atosigado, el profesional de la medicina interviniente percibe que decenas de otras personas aguardan en las guardias. La visita termina con el médico solicitándole al paciente que retorne a la semana siguiente, al consultorio externo. Con toda probabilidad, ese paciente no regresará al control; pero sí incurrirá nuevamente en el costumbrismo del consumo. Sucede que nadie se ocupó por consultarlo o inquirirlo sobre las cosas que distan de funcionar bien en su vida. Así, por ejemplo, se consuma el 'operativo lavado' al tratar a una persona -lo cual es otra cosa que un nuevo episodio de fracaso para ese paciente, subcapítulo de su enfermedad que no puede controlar ni dominar. A la postre, el paciente deja de ser una 'persona'; es, a lo mucho, un intoxicado más.
De esta manera, se contribuye a amplificar el alcance de la epidemia del consumo de drogas y de sus enfermedades asociadas. Conforme ya hemos explicitado desde este espacio, muchas de esas personas hallarán su destino en prisión, deambulando por las calles en forma de 'mutantes ausentes' que a veces ni siquiera parecen ameritar la dignidad del cementerio. Culminan sus vidas en algún volquete de alguna periferia urbana, tras tomar parte en una refriega.
En rigor -y hemos insistido sobre el particular-, ese 'intoxicado' anónimo debería ser convencido de recibir un tratamiento de largo alcance, con residencia en una comunidad terapéutica, apelándose a la voluntariedad del mismo. O, de acuerdo a la gravedad que consigne su comportamiento ante sí mismo y ante terceros, no habrá de inquirirse sobre su voluntariedad. La realidad vigente consigna que el médico de la guardia de hospital no está en capacidad para poner sobre la mesa esta proposición, conforme será lícito preguntarse si acaso ese profesional ha sido formado para comprender las diferencias entre un intoxicado y una persona que padece la dolencia de la adicción. ¿Cuenta el médico con la alternativa de remitirlo a un centro de derivación? ¿Es sencillo para ese profesional proceder a la instrumentación que implica enviarlo allí? ¿Hay, a la mano, algún familiar responsable que así lo avale? Y, por cierto, hay que decirlo: en ocasiones, la visita suele culminar también en una 'fuga' de la sala atestada por demandas y urgencias de variada índole (accidentes cerebrales o cardíacos, episodios de violencia intrafamiliar, etcétera).
El sistema en funciones parece conducir, invariablemente, al 'lavado' en formato de tintorería y, ergo, a la explosión epidémica del fenómeno del consumo. El ser humano se transforma, pues, en un 'plus biológico descartable', allí donde triúnfan someramente los más fuertes, y donde los débiles habrán de arreglárselas como puedan. Haciendo malabares con su colección de déficits existenciales, genéticos y/o familiares, y rehenes de la limitación de sus recursos cerebrales -esos que se van quemando al tiempo que se potencia la acción del consumo.
Hemos de reiterarlo: desde 2010, la legislación de la República Argentina impide taxativamente la apertura de nuevos centros asistenciales especializados en psiquiatría, y lo propio sucede con la apertura de comunidades terapéuticas dedicadas a la atención de patologías complejas, ligadas a la adicción. Es, nuestro país, el único caso mundial en donde se registra este condenable estado de situación. La pandemia explicita cabalmente que escasean centros de atención. Emergen, en consecuencia, espacio sin habilitación alguna, y que ni siquiera son objeto de controles sanitarios por parte de autoridades competentes.
La declarada ausencia de lógica ordenadora para el problema de referencia se resume, en definitiva, en una suerte de diabólica maquinación en donde destaca la existencia de decenas de miles de 'peones' de un gigantesco negocio. Este 'paciente-peón' no es otra cosa que un mero engranaje en esa maquinaria que promociona la amplificación del consumo de sustancias ilegales, mientras motoriza el incremento de vendedores. En paralelo con ese circuito, los nodos financieros de oportunidad se nutren y sirven de discursos en apariencia 'progresistas' -la 'nueva izquierda', al decir de la realidad uruguaya. En semejante marco, la libertad personal (el 'derecho a drogarse') se confunde convenientemente con un esquema de esclavitud programada para miles de individuos que han extraviado la plusvalía que, en rigor, es la que cuenta: el dominio de los impulsos desde el lóbulo frontal (ahora destruído por el consumo).
El paciente, engranaje necesario en el lavado de activos ilícitos
En la actualidad, las organizaciones dedicadas a la producción, distribución y comercialización de estupefacientes se sostienen gracias a criterios originados en la mercadotecnia: mantienen y alimentan un stock permanente de consumidores finales. Esta proposición se sirve de la imprescindible corruptela del Estado y, a posteriori, la ganancia neta sabe reciclarse en negocios legales: el ingreso ilícito se lava a través del sistema financiero legal, destacando entonces la figura del testaferro o prestanombres. Es un gran negocio, por donde se mire.
Como consecuencia, hoy día, las fiscalías anticorrupción invierten tiempo en investigar complejas matrices comerciales en donde revistan empresas, estancias, supermercados, etcétera. Así es el caso de Colombia, cuya economía ha sabido crecer a la vera del accionar de organizaciones dedicadas enteramente al narcotráfico (destaca el caso de la red de supermercados de Cundinamarca, bajo figura de testaferros que operaban para la guerrilla FARC: US$ 250 millones decomisados: https://elpais.com/internacional/2018/02/20/colombia/1519105626_878810.html).
En la caída del telón, el paciente-adicto termina ocupando el rol de desecho -apenas un descarte en una sociedad que ni siquiera le ofrece un servicio digno desde el que pueda experimentar su existencia en verdadera libertad, y sin drogas. Es, este paciente, el nuevo y necesario 'explotado' del siglo XXI. Aspecto que, por propio peso, hace que el discurso del progresismo pro-drogas se desmorone, por cuanto promociona la esclavización del individuo.
De tal suerte que también se multiplican las voces de ese progresismo que puja por la legalización de la marihuana. Infortunadamente, esos voceros se olvidan del cerebro y de los perjuicios provocados por el abuso del consumo. La experiencia ya citada de la República Oriental del Uruguay comparte el modo en que se han potenciado el consumo de marihuana y de otras drogas, amén del incremento en el número de bocas de venta ilegales. Nuevamente: el consumo periódico de marihuana puede conducir a un deterioro significativo en el cerebro de adolescentes y adultos jóvenes, registrándose déficit de atención y problemas con la memoria a corto plazo, con disminución del coeficiente intelectual. El fenómeno del consumo de cannabis se completa con el aumento de los casos de esquizofrenia, y los elevados costos que comporta para el nivel educativo de una nación: se precipitan las matrículas y se acrecienta el abandono escolar y universitario.
La prevención y asistencia preventiva
Al revisarse el listado del nuevo plan de drogas de España hacia 2021, sobresalen dos ideas claras: el de la 'alerta temprana' en lo que respecta a la educación preventiva (con intervención de escuelas, padres, iglesias, instituciones y detección precoz del consumo; con centros de asistencia de todo tipo, esto es, amnbulatorios, psiquiátricos, y comunidades terapéuticas). El esfuerzo se ve complementado con un amplísimo criterio formativo para médicos y profesionales de la salud, sintetizado en un plan integral de atención y prevención -que no excluye a maestros y profesores.
Tras la experiencia progresista padecida, sociedad y gobierno en España han aprendido que el esfuerzo debe centrarse en obstaculizar la incidencia del primer contacto de los jóvenes con las sustancias, subrayándose los valores de la salud y de la vida.
Se sugiere tomar prestado ese ejemplo, en lugar de tener que asistir a mudos testigos ante el fenómeno de las interminables filas en puntos de venta.