ESTADOS UNIDOS: ARMSTRONG WILLIAMS

Las deserciones de Cohen y Omarosa potencian cuestionamientos sobre el estilo de Donald Trump

He de consignar el respeto y el modo en que aprecio los numerosos logros consolidados...

27 de Agosto de 2018

He de consignar el respeto y el modo en que aprecio los numerosos logros consolidados por el presidente estadounidense Donald Trump, tras transcurrir dos años en el gobierno. Pero, dado que me considero su amigo, siento que debo referirme a la rampante deslealtad que parece multiplicarse entre el personal que sirve a la Administración. La más reciente violación de confianza incluye las revelaciones de la socia y ex asistente en la Casa Blanca, Omarosa Manigault -ella grabó comunicaciones confidenciales con el presidente y en accesos a la Casa Blanca.

Y he de ser claro: sin importar los conflictos intestinos que estén teniendo lugar entre el staff gubernamental, el nivel de respeto y la naturaleza crítica del empleo exigen que el personal mantenga la más sólida discreción. La grabación secreta de conversaciones confidenciales en este contexto es perturbador en lo que hace a su duplicidad. Pero quizás sea más perturbador que, depositada en las manos incorrectas, tal información pueda consignar una amenaza contra la seguridad nacional de Estados Unidos. ¿Quién necesita siquiera perpetrar ataques informáticos contra nuestro sistema electoral cuando pareciera ser que el staff del mismísimo presidente se exhiben demasiado predispuestos a traicionar su confianza? 

Omarosa ManigaultY el citado tampoco es un caso aislado. El consejero personal y de campaña de Trump, Steve Bannon, fue despedido de su rol en la Casa Blanca en medio de informes que citaban que aquel filtraba información a periodistas. Terminó sucediendo que ello era cierto, cuando un salaz libro que detallaba los dramas de la Casa Blanca, intitulado 'Fuego y Furia' (Fire and Fury) llegó a los stands de las librerías ni bien Bannon dejó su cargo. El autor de la publicación, Michael Wolff, citó a Bannon como su fuente primaria de información, junto con su acceso a otros funcionarios de la Administración. 

Más recientemente, Michael Cohen, confidente de Trump durante años y abogado personal, reveló comunicaciones sensibles y privilegiadas entre él mismo y el presidente. Según se ha informado, Cohen comercializó esas grabaciones a investigadores que rastreaban aparentes tropiezos cometidos por el presidente, buscando en su oportunidad un acuerdo para evitarle un proceso judicial por supuestos delitos.

Y, ahora, contamos con la más novedosa saga: Omarosa, la monónima amazona de la reality TV, explotó comercialmente su experiencia en la Casa Blanca a los efectos de publicar una supuesta colección de memorias en donde acusa al presidente de ser racista y senil, entre otras afirmaciones de carácter soez. A criterio de respaldar sus afirmaciones, Omarosa ha dado a conocer una serie de conversaciones grabadas subrepticiamente entre Trump y otros elementos del staff presidencial, incluyendo al Jefe del Estado Mayor, General John Kelly.

A diferencia de Bannon, quien solo conoció a Trump en la época en que era candidato, Cohen y Omarosa tienen una larga relación personal con el presidente. Lo cual ha hecho que su predisposición a quebrantar la confianza de Donald Trump se exhiba más perjudicial.

Al grabar comunicaciones sensibles con el presidente, Cohen y Omarosa han certificado que no consideran a Donald Trump un jefe idóneo y confiable. Quizás hayan percibido -y Omarosa así lo ha consignado- que ellos necesitaban prueba documental de sus conversaciones, porque era probable que el presidente los traicionara si él llegaba a percibir que necesitaba hacerlo para resguardarse.

La totalidad de lo aquí expuesto remite a un problema sistémico que ha venido persistiendo desde tiempos en que Trump era un hombre de negocios, y cuando formalizó su carrera hacia la Casa Blanca. Según se ha dicho, el jefe de Estado espera lealtad de su staff, pero no siempre hace extensiva esa lealtad hacia aquellos de quienes la exige. Lo cual deviene en particularmente perturbador al tener lugar negociaciones comerciales, conforme estas suelen respaldarse en la cohesión demostrada por el equipo que se sienta del mismo lado de la mesa. En rigor, la estricta confidencialidad suele ser un requisito legal en tales circunstancias. La periodista del New York Times, Maggie Haberman, quien ha entrevistado al presidente en numerosas ocasiones en la Oficina Oval, expresó en Twitter que otros miembros del personal de la Casa Blanca también han estado grabando en secreto al presidente.

Esta atmósfera de perniciosa carencia de disciplina y duplicidad en los escalafones parece ser un reflejo de la cultura de liderazgo que el propio Donald Trump está creando. Se asiste a un ambiente en donde nadie parece valorar la confianza, la lealtad y el respeto por el más alto cargo del gobierno estadounidense. Y no existen protocolos ni generales que jueguen a vigilantes que puedan ayudar a modificar este comportamiento. A efectos de restaurar el orden, la iniciativa debe provenir desde lo más alto -esto es, desde el propio comandante en jefe. En lo personal, me he desempeñado durante más de treinta años como emprendedor comercial, tanto en empresas grandes como firmas pequeñas, y puedo afirmar que la utilización del tono correcto es algo de importancia crítica cuando se trata de crear empresas exitosas.

Mientras que lo expresado por quien esto escribe parece remitir a un concepto sencillo, lo cierto es que, en la práctica, no es fácil hacer que colegas y subordinados se rijan por aquél. Esto es particularmente cierto en situaciones donde se manipula información sensible sobre clientes -relacionada con actividades de inversión-, en caso de iniciativas sobre políticas domésticas o diseñadas para el extranjero, o en estrategias de relaciones públicas. Todo esto resume las características primordiales en los servicios que una empresa ofrece. Los desafíos presentados al presidente por parte de su personal no dieron inicio con el despido de Omarosa -como tampoco finalizarán en este ejemplo. El problema es mucho más grande que el consignado por el viejo proverbio de las manzanas podridas del cajón.

Uno podría explicitar sus esperanzas frente a que el dolor generado por el impacto de estos eventos pudiera dar lugar a un esfuerzo de introspección desde el propio presidente. El no es un jugador más en el actual concierto. En este punto, Trump es el actor principal. La performance general de los actores de reparto que lo rodean se refleja, necesariamente, en la calidad de su liderazgo.



Artículo original, en inglés, en éste link


* El autor, Armstrong Williams (@ARightSide), colabora como columnista en el sitio web estadounidense The Daily Signal y oficia de anfitrión en 'El Show de Armstrong Williams', que se emite por la tevé en ese país.