Celebrar y 'en-fiestarse'
Fin de año, época de excesos. Epoca de extravíos que sirven -en el caso de muchas personas- para disimular el propio vacío existencial.
01 de Enero de 2019
Anonimización (ser nadie), atomización (estar solo), monetarización de la vida, malestar y degradación moral, crecen hoy de manera conjunta.
Edgar Morín (Educar en la Era Planetaria)
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Permita el lector la inserción del neologismo -'en-fiestarse'-, el cual ya forma parte del argot popular en el mundo de excesos que hoy experimenta gran parte de la sociedad.
En palabras de Goethe, la fiesta era 'La hora elegida por los dioses'. Con ello, el notable filósofo se proponía identificar al preciso instante en que se celebraba la vida. La fiesta era, pues, un agradecimiento ante el hecho de vivir; de ahí la celebración. En tal acto, se detenía el ritmo del trabajo. Reinaba el ocio, el cual se oponía al negocio. Aristóteles recordó: 'Vivimos negociosos (negocio=trabajo), para tener ocio'. La forma en que un individuo vivía su propio ocio lo definía, por cuanto la palabra ocio derivaba de 'schola' (escuela); es decir que el ocio se interpretaba como un entrenamiento para el vivir cotidiano.
Para los antiguos, había dos tiempos en la existencia del ser humano: el tiempo rectilíneo, que era el que seguía el desgaste propio de la vida: el tiempo del envejecer, del trabajo, del desgaste. Pero existe otro tiempo: el tiempo cíclico, que es el de la celebración de la vida, el de comunión anímica con los otros; el de la fiesta. Allí, rejuvenecemos; en el otro, envejecemos.
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Los llamados se suceden. Jorge se acerca a mí, entre el llanto de la esposa y el de la hija. Se muestra como un ser derrotado, aún cuando el afecto lo sostiene y cuando todas sus empresas ya se exhiben en la quiebra. Es que no puede controlarse: el alcohol lo domina. Recién el 2 de enero, 'comienzo a atenderme' -me comparte. Una despedida lo espera; y espero verlo el 2 de enero. Un futuro paciente, mientras tanto, me relata que preparaba para las fiestas un 'delivery' con distintas drogas, champagne, varias botellas de cerveza, aperitivos varios y algo para comer. Su dilema existencial era si acaso debía dar inicio a un tratamiento y renunciar a ello, o si era mejor 'enfiestarse' entre vahos de sexo, Viagra y 'poli-amores' al estlo 'Toco y me voy'.
Mientras tanto, en la ciudad de La Plata, en una de las tantas fiestas clandestinas que hoy se llevan a cabo por fuera de los controles normativos, 800 jóvenes policías y funcionarios municipales fueron atacados a botellazos. Uno de ellos recibió dos puñaladas en el pecho. Facebook e Instagram dieron marco a la convocatoria de la gran 'marcha', así como la cadena de chats y los 'delivery' de sustancias de todo tipo -mientras tanto, se desarrollaba el negocio. En solo esa localidad, tuvieron lugar 50 fiestas ilegales, en donde el menor tiene ingreso sin dificultad. A la vez, el funcionario municipal se preguntaba: ¿dónde están los padres? -pregunta clave por estas épocas: se asiste a adultos que no escuchan, ni están, ni orientan, ni ponen límites... Esto es lo que sucede hoy en la República Argentina.
La fiesta se muestra hoy ligada al exceso. La diversión se transforma en per-versión (verter con exceso algo), y el exceso es una característica distintiva de nuestra época. Se multiplican los adictos al alcohol, al sexo, a los juegos, las drogas, el riesgo. En las primeras horas de este año 2019 en Argentina, muchos parecen consumar un verdadero ritual sacrificial. En gran medida, intervienen los balances y el rapto melancólico de la persona hacia sí misma. Y es que tales quebrantos y balances no pueden eludirse; quizás solo postergarse. Son el 'pasivo' de nuestra vida al que, más tarde o más temprano, habrá que hacer frente.
Para los antiguos, el ocio -primer invitado a la fiesta- se caracterizaba por cuatro momentos: la danza, el banquete, la ingesta de bebidas espirituosas, el culto religioso y -por fin- la tertulia. Lo esencial era la tertulia: el diálogo, el encuentro con los otros. Aún en España se conserva esta costumbre tradicional: existen salones de tertulia en donde, buen vino y moderación mediante, se potencia el diálogo. Escritores, filósofos y el pueblo en general se unen al encuentro, para charlar.
En el ágora griego, la plaza, la costumbre era sentarse a charlar entre dos para que surgiera un tercero, que es el lugar destinado a la verdad. Ese tercero también era el lenguaje, ponderado casi como una divinidad. Los hombres sólo se ponían en situación para aprender unos de otros, a través de lo que iba emergiendo hacia la superficie de esas peculiares tertulias. Naturalmente, siempre y cuando los protagonistas asumieran realmente su rol de seres humanos, que en gran medida tiene que ver con el hablarse y el escucharse. Hacía, entonces, su ingreso la Verdad. Aletheia, el lenguaje mismo.
La Fiesta en la Actualidad
Supo enseñarnos Aldous Huxley: '(...) La dictadura del futuro no necesitará de bayonetas y de métodos de terror (...) Seducción, drogas y publicidad bastarán'. En efecto, este es un carácter de las sociedades des-vinculadas de la actualidad, las cuales rodean a sus individuos. A la postre, estos caen en el sagrario de la impotencia y en la soledad del vacío; sin orientadores en su educación inicial, y siendo descartado cuando se marginaliza. Por estas horas, esta suerte de poder blando parece imponerse.
Al extraviarse casi por completo su dimensión religiosa, la fiesta es apenas un descanso del trabajo. Pero -importante es consignarlo- el descanso no es ocio, sino reposo frente al desgaste. El ocio consiste en descubrir nuevas realidades. Hoy día, la verdadera religión es el trabajo, siendo la obsesión de la competitividad el elemento fundamental. Por ello, suele decirse hoy que la sociedad disciplinaria se ha desmoronado, conforme Foucault y sus acólitos predican que ha llegado la hora de la sociedad del agotamiento, del estrés, del 'burn-out' (desgaste emocional e intelectual). Y, en la práctica, contamos hoy con una sociedad de cansancio, provisto que se trata de un cansancio ligado al vacío y a la huída, la cual también se exhibe industrializada en numerosos puntos de venta.
El individualismo y la soledad conducirán a la persona al vacío y a la botella, o a la poción mágico-salvadora del polvo blanco. Hoy, el que una persona pueda localizar a un Padre o guía, equivale ello a ganar el premio mayor de la lotería. Así me lo relatan, al menos, pacientes abandonados a su destino, o bien que han llegado al mundo a partir de vientres alquilados con figuras pasajeras -meros transeúntes de sus vidas.
El ocio, decíamos, se ha industrializado. La comercialización del tiempo libre ha trocado la significación de las fiestas. En las sociedades secularizadas y post-industriales, emergen las industrias de la diversión y del descanso. Incluso los sitios de encuentro (bares, disco) se saturan de ruidos o pantallas que impiden la tertulia y la comunicación.
El alcohol ya no es la bebida espirituosa; ha pasado a ser una farmacoterapia embriagante que disimula la incomunicación de las personas, aunque a veces se comercialice falsamente como 'El sabor del encuentro'. A este consumo, en incontables casos, se agregará el abuso de drogas, ya sean estimulantes o alucinógenas.
En rigor, la desmesura y el exceso parecen intentar disimular el vacío y el aburrimiento como fenómeno de alta masividad, especialmente en los grandes conglomerados urbanos: el aburrimiento y el vacío parecieran expresar el rostro de la tristeza.
Esto asume características más duras en el fin de año, instancia en la que el balance de muchos explicita la propia tristeza; solo el debe y no el haber de nuestra trayectoria existencial. Muerte, soledad, sueños frustrados... estas variables retornan como fantasmas de fin de año que construyen nuestra prisión.
De tal suerte que, en la caída del telón, la fiesta -alguna vez, marco para la alegría- porta consigo el potencial para transformarse en tragedia: accidentes, golpizas, coma alcohólico. No es otra cosa que el marco actual de la soledad narcotizada, allí donde la desmesura y el exceso se esmeran por ocultar o disimular el vacío.