El plan de la Casa Blanca para estrangular a Irán
Existe cierta ironía en el hecho de que el presidente estadounidense Donald Trump...
Existe cierta ironía en el hecho de que el presidente estadounidense Donald Trump haya expresado, con frecuencia, su deseo de retirarse de las guerras sin fin que han venido caracterizando a la denominada 'guerra global contra el terrorismo', iniciada por George W. Bush en 2001. El problema es que Trump ha exteriorizado ese sentir en tiempos de campaña, y también recientemente -la semana pasada-, sin hacer nada para propiciar ese cambio. De hecho, el tan fogoneado 'retiro' de Siria se pareció más a una relocalización de activos militares ya existentes, con soldados que se han trasladado desde la frontera norte de Siria, para tomar nuevas posiciones en torno del control de campos petroleros iraquíes, hacia el sudoeste del país. En efecto, la cifra de uniformados estadounidenses en suelo sirio bien pudo haber sido incrementada, trasladándose a unidades blindadas desde sus bases en Irak.
El característicamente trumpeano comentario sobre Siria pudo haberse debido a presiones que partieron desde el Congreso y desde los medios de comunicación, los cuales han venido sentenciando que la partida de tropas americanas fue un grave error, aunque es cierto que se asiste a un tributo de abismal ignorancia de los Solones de los EE.UU. a lo largo del Potomac, y sus personeros prostituídos en la prensa que se hacen eco de la tradicional miopía bipartidista. En honor a la verdad, carece de sentido el aferrarse a los campos petrolíferos sirios, del mismo modo en que la guerra en tal geografía no ha servido a propósito alguno. La producción de crudo no es suficiente como para financiar la ocupación, ni aún cuando el petróleo sigue siendo robado y comercializado exitosamente -certeza digna de dudas, conforme el resto del mundo (con la excepción de Israel) entiende que ese oro negro es propiedad de Damasco.
Y a efectos de agregar precisión, los congresistas lo saben todo sobre ganar y perder. Los medios masivos de comunicación se dedican al sinsentido, incluyendo en ese terreno a las afirmaciones que subrayan que Rusia, Irán y Siria han resultado ganadores en virtud del retiro militar estadounidense, mientras que la promoción de la democracia liberal en Oriente Medio ha acusado, en rigor, una derrota, e Israel se exhibe ahora bajo amenaza. Y, por cierto, Estados Unidos ha traicionado a los aliados kurdos, al tiempo que pierde credibilidad en el concierto internacional.
Por caso, nadie ha examinado ninguno de los argumentos presentados por la tribuna intervencionista. No queda claro cómo es que Rusia ha emergido victoriosa al tener que hacerse cargo de un Estado-cliente al que no puede mantener; tampoco se entiende qué tiene Irán por ganar, nutriendo una presencia extraterritorial que es bombardeada periódicamente por Israel. En el ínterin, el presidente al-Assad porta consigo la nada envidiable tarea de reconstruir su país. En ese lapso, los kurdos se las arreglarán para cerrar sus propios acuerdos con Siria y Turquía, con Rusia oficiando de garante ante ese convenio.
Las verdaderas razones para mantener una presencia militar estadounidense en Siria tienen que ver, en realidad, con Israel, nación que durante mucho tiempo ha fogoneado la fractura en ese país, tanto con la meta de debilitar a un adversario, como para habilitar a Tel Aviv a robar más porciones de su territorio, probablemente, incluyendo los cuadrantes productores de petróleo, que cuentan con una escasa población. Asimismo, a Israel le interesa contar con una robusta presencia militar en Siria, a efectos de impedir que Irán la convierta en una base desde la cual lanzar ataques desde la frontera -prospecto improbable, aunque ciertamente sus considerandos han resonado en el seno del congreso estadounidense. En efecto, disuadir a Irán es la razón que con recurrencia se cita tanto en Washington como en Tel Aviv a la hora de justificar la interferencia americana en Siria, país en donde no tiene verdaderos intereses, salvo el aparente y enfermizo deseo de derribar al presidente Basher al-Assad.
De hecho, la turbulencia en relación a lo que Trump podría o no hacer, sumado ello a la eliminación de Abu Bakr al-Baghdadi, líder de ISIS, ha habilitado a la Casa Blanca para moverse subreptciamente en su objetivo primordial de política exterior, que es -sin ser sorprendente en modo alguno- la destrucción de Irán. El 28 de octubre, el Secretario del Tesoro Steven Mnuchin se hallaba, en rigor, en Israel -naturalmente-, oportunidad en la que ofreció una conferencia de prensa junto al primer ministro Benjamin Netanyahu, al respecto de que Estados Unidos incrementaría las presiones económicas contra Irán en relación a su programa nuclear. Se declaró en esa presentación: 'Hemos ejecutado una campaña de máxima presión, en pos de mayores sanciones. Estas han servido, están sirviendo; estamos interrumpiendo el flujo de dinero. Continuaremos con la presión, más, más y más'. Al dirigirse a Netanyahu, Mnuchin agregó: 'Me presento aquí luego de mantener un muy productivo almuerzo con su equipo. Ellos me brindaron una serie de ideas muy específicas, las cuales tomaremos próximamente'. Netanyahu replicó: 'Así es que quiero agradecerle por lo que Usted ha estado haciendo, y alentarlo, Steve, a hacer más; mucho más'.
Mnuchin, el perro Poodle, quien no pareció entender que Irán no cuenta con un programa de armamento nuclear, se estaba refiriendo a la última rueda de sanciones, anunciadas en Washington tres días antes, las cuales claramente portan la intención de volver imposible para Irán utilizar el sistema financiero internacional para involucrare en ningún formato de modalidad comercial alguna. A efectos de concretar ese objetivo, la Administración Trump buscó excluir a Irán del sistema financiero global, declarando que ese país es una 'jurisdicción que motoriza importantes preocupaciones en materia de lavado de dinero'.
La flamante designación, que proviene de una similar, emitida desde OFAC (Oficina para el Control de Activos Extranjeros), que en su oportunidad afectó al banco central iraní, exige que los bancos estadounidenses pongan en marcha mecanismos de 'due dilligence' contra cuentas administradas por entidades bancarias extranjeras, para el caso en que esos bancos del exrterior cuenten entre sus activos administrados a instituciones financieras de origen iraní. La serie de sanciones secundarias implica que, en términos prácticos, los bancos americanos presionarán a los corresponsales extranjeros para que procedan a cerrar toda cuenta que represente a bancos iraníes -con la meta de que los primeros esquiven el riesgo de sanciones. Esto logrará separar a Irán del sistema financiero global, conforme los pocos bancos iraníes que existen verán cada vez más difícil el mantener cuentas en el extranjero.
La designación del Tesoro que señalara a Irán como preocupación primaria sobre lavado de activos hará imposible, para los bancos de esa nación, la manutención de cuentas disponibles en el concierto global. El bloqueo de esas cuentas, ya fuere ejercitado de manera directa por los iraníes o por bancos foráneos, obstaculizará las formas de pago de Teherán para medicinas o alimentos que tengan al país por destino -lo que, en rigor, son bienes humanitarios que normalmente no se encuentran comprendidos por las sanciones. La novedosa reglamentación de OFAC ofrece un marco para que los bancos continúen congelando cuentas iraníes, llenando planillas e informes detallados con rigor mensual; aunque el papeleo y los procedimientos involucrados se volverán deliberadamente onerosos, siendo probable que los bancos internacionales se esmeren en hacer cumplir con tales esfuerzos.
El hecho de que exista un servomecanismo coordinado para incrementar con recurrencia el castigo contra el pueblo iraní también fue tema de tratamiento el pasado miércoles, cuando la Administración Trump se sumó a seis naciones del Golfo Pérsico en la implementación de sanciones contra otra docena de corporaciones, bancos y entidades que -según se informó- se hallan vinculadas al respaldo iraní de Hezbolá y de otros núcleos que el Departamento de Estado ha designado como organizaciones terroristas. En un comunicado, el Departamento del Tesoro anunció que las sanciones son 'las más importantes declaradas de manera conjunta' por el Centro de Supervisión del Financiamiento del Terrorismo o Terrorist Financing Targeting Center (TFTC) —que incluye a Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudí, los Emiratos Arabes Unidos y los Estados Unidos de América. De acuerdo al Departamento del Tesoro, muchas de las compañías sancionadas respaldan a una subsidiaria del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica Iraní, que ya fuera designada como organización terrorista a comienzos de este año.
El Secretario del Tesoro, Mnuchin, en su periplo a Oriente Medio, subrayó: 'Esta acción certifica la posición unificada de las naciones del Golfo y los Estados Unidos, al respecto de que no se le permitirá a Irán potenciar sus malignas actividades en la región'.
Nadie debe equivocarse: Estados Unidos está ejercitando una guerra económica contra Irán, la cual está innegablemente dirigida a la meta de empobrecer tanto al pueblo de ese país, de manera tal que no tenga otro camino que alzarse contra su gobierno, en revueltas ciudadanas. El castigo de referencia caerá sobre la cabeza de los más pobres y débiles, con lo cual se fortalecerá al régimen en lugar de debilitarlo. No solo la acción de la Casa Blanca contra Irán observa un carácter inmoral, sino que también es ilegal. La razón: Irán y Estados Unidos no se encuentran en guerra, al tiempo que Teherán no constituye amenaza alguna para la ciudadanía estadounidense. Todo el asunto remite sencillamente a un ejemplo que ilustra cómo poderosos lobbies -en este caso, el de Israel- distorsionan la política exterior de Washington, reconfigurándola en una dirección vergozosa y que no sirve a interés nacional plausible.
Artículo original, en inglés, aquí | Traducido y republicado con permiso del autor, y del Editor en el sitio web The Unz Review (Estados Unidos)
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.