Jerogífico Venezolano
La República Bolivariana de Venezuela volvió, esta semana, a adueñarse de los principales...
La República Bolivariana de Venezuela volvió, esta semana, a adueñarse de los principales titulares en los medios de comunicación del orbe internacional; esta vez, en razón de los incidentes registrados en el edificio de la Asamblea Nacional -que derivaron en una votación que volvió a consagrar a Juan Guaidó como presidente encargado del país. A pesar de haber sancionado un fuerte despliegue de elementos de la Guardia Nacional Bolivariana y de colectivos con la meta de impedir el ingreso de los legisladores opositores, la dictadura tutelada por Nicolás Maduro Moros en los papeles se anotó un estruendoso fracaso: los congresistas quebraron el cerco de las fuerzas del régimen, y procedieron con la elección para la que habían sido convocados. Los diputados chavistas Luis Parra, Franklyn Duarte y José Noriega, que habían intentado juramentarse sin quórum pocas horas antes, se dieron a la fuga.
A la sazón, una observación veloz pero objetiva sobre el particular referirá que, o bien Miraflores optó por ahorrarse un baño de sangre que hubiese adquirido aristas catastróficas para todas las partes, o bien que las fuerzas armadas y de seguridad adscriptas al madurismo rehusaron echar mano del último recurso de la violencia. Acaso el ensayo comparta aspectos apreciables de cara al futuro: fracturado el fallido experimento de la MUD, los legisladores de oposición remanentes desplegaron una firmeza sin precedentes que no dejó alternativas al dispositivo represivo del chavismo, esto es, que los uniformados debían disparar, o permitir eventualmente el ingreso de los congresistas. Finalmente, ¿exhiben la GNB y otros activos de la milicia gubernamental predisposición para perpetrar una masacre? La conclusión obvia es que no existe voluntad para hacerlo; allí donde es menester subrayar la crítica diferencia entre el secuestro y la tortura de ciudadanos (sancionados esos actos individualmente), y la ejecución masiva de los mismos -o de sus representantes.
El evento en cuestión resignifica -o acaso vuelve a poner en perspectiva- la Iniciativa Guaidó: ¿cómo combatir con medios democráticos a un narcorégimen de proyección transnacional, infiltrado en todos sus andariveles por el quintacolumnismo cubano, y con la columna vertebral de su su economía (léase: exportación/explotación de petróleo, metales preciosos y metales raros) monopolizados por violentos consorcistas que responden al ELN y las FARC colombianas o a sindicatos delictivos patrocinados por la República Popular China? Si lo que corresponde es atenerse a los hechos, en un concierto tan intrincado, la capacidad de movilización ciudadana demostrada anteriormente por Guaidó merece destacarse; lo actuado por el presidente encargado estas últimas horas refrenda el principismo estratégico de su agenda -aún cuando la oleada de críticas que ha recibido desde la impaciencia puedan presentarse, en ocasiones, atendibles.
En el cénit de las dificultades, Juan Guaidó tampoco ha podido contar con el respaldo decisivo de Washington, Brasilia o Bogotá, en razón de restricciones operacionales de magnitud; esas expresiones de apoyo no han trascendido lo estrictamente declaratorio. En tal sentido, ya briefs de inteligencia desarrollados por agencias occidentales certifican el stalemate o callejón sin salida que hace a un lado, por inconveniencias que emergen de la evaluación costo-beneficio, una eventual operación militar: los sistemas de misiles de origen ruso S-300 importados por el régimen de Maduro consignan una amenaza existencial para un procedimiento de orden clásico sustentado por raíds aéreos, por cuanto rematarían en una cuantiosa pérdida de aeronaves para el atacante. Más grave aún, la adquisición de ese material por parte de Caracas representa una amenaza no solo para la aviación militar, sino también para el tráfico aerocomercial en prácticamente toda Colombia y grandes porciones del norte de la República Federativa del Brasil. Un acto de guerra, en todo alcance y concepto.
Quizás a criterio de satisfacer a la búsqueda de soluciones, el cúmulo de restricciones arriba citado condujo, en abril pasado, a una propuesta extraoficial por parte de Erik Dean Prince (directivo de Academi, ex Blackwater; compañía militar privada), a efectos de diseñar un dispositivo compuesto por un aproximado de cinco mil activos militares que ejecute en Venezuela un 'evento dinámico' que contribuya a eyectar eventualmente del poder a Maduro. Toda vez que numerosas fuentes en los Estados Unidos refirieron que la proposición fue recibida con beneplácito por impacientes funcionarios de la Administración Trump, el transcurso de los meses ha compartido una novedad adicional: de acuerdo a agencia Reuters, en diciembre pasado, Prince en persona se trasladó furtivamente a Caracas, en donde mantuvo una serie de reuniones privadas con Delcy Rodríguez, pintoresca responsable de Relaciones Exteriores para Miraflores.
El detalle permite suponer la edificación subterránea de un backchannel entre Washington y el régimen regenteado por Maduro y Diosdado Cabello, con la meta de propiciar una salida negociada del chavismo del poder en Venezuela. Naturalmente, ese combo negociador gana empuje en subcapítulos variopintos, con cónclaves celebrados entre funcionarios rusos y estadounidenses en la capital administrativa americana (Moscú desea, como es lógico, recuperar de alguna manera las inversiones realizadas en la nación caribeña), y con conversaciones en voz baja entre referentes chavistas y dignatarios del presidente Trump. Por fuera del sinuoso encuadre, Juan Guaidó Márquez se debate en escaramuzas diarias con el middle management madurista, mientras antepone su narrativa libertaria al esfuerzo represivo del narcogobierno bolivariano.
En las postrimerías, un aspecto ya resulta evidente, y es que la construcción de este ciertamente susceptible servomecanismo de armisticios multipartitos se realiza a espaldas de La Habana, desde donde el tándem Raúl Castro/Díaz Canel se esmera en hacer picadillo cualquier esbozo de solución pacífica. El motivo no amerita mayores precisiones: un acuerdo de salida negociada privaría al castrismo de continuar con la expoliación de los recursos venezolanos, motorizando una implosión del sistema comunista isleño. En el circuito informativo de las agencias de inteligencia estadounidenses, existe ya una certeza: ante la eventualidad de la paz en Venezuela, la nomenklatura cubana decidió poner en marcha su Plan B, el cual coincidió con el incendio estratégico de América del Sur.
Los capítulos de Ecuador y Chile se referencian en la estratagema de supervivencia de Castro, Canel y su Partido Comunista; así los evidencian los hechos.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.