Coronavirus: cuándo llegará a su fin el evento, y qué sucederá en el proceso
El relato sobre el coronavirus ha generado un sinnúmero de historias de magnitud.
El relato sobre el coronavirus ha generado un sinnúmero de historias de magnitud. Tenemos, en primer lugar, la cuestión que hace al origen del virus. ¿Emergió de manera natural, o fue creado en un laboratorio de armamento biológico chino, estadounidense o israelí? De ser éste el caso, ¿escapó el vector, o fue liberado intencionalmente? Conforme los gobiernos que pudieran haberse visto involucrados en el proceso se han vuelto particularmente cerrados, y considerándose que los medios de comunicación se rehúsan a abrazarse a teorías conspirativas, nosotros, el público, acaso jamás conozcamos las respuestas.
En segundo orden, está la naturaleza del virus en sí mismo. Inevitablemente, hay escépticos que prefieren comparar este padecimiento con el de un resfrío o gripe invernal corriente, y se inclinan por convocar a pretendidos expertos a la hora de respaldar su caso. Numerosos ciudadanos estadounidenses se muestran poco predispuestos a someterse al aislamiento, al tiempo que se exhiben en público y se entremezclan con otros, afirmando que todo el asunto es un engaño diseñado para fogonear pánico -un tipo de pánico que favorecerá a ciertos políticos. Se conocen informes de prensa sobre adolescentes que van a los supermercados y simulan un estornudo o una tos en la góndola de las legumbres, a efectos de exteriorizar su indiferencia por las normativas comunicadas para lidiar con la infección comunicadas desde la prensa o desde el gobierno. Algunos críticos incluso han señalado, en relación a los centenares de decesos registrados en Italia a diario, que el sistema de salud pública de ese país está dejando morir deliberadamente a las personas mayores.
El hecho es que, cuando las personas que enferman gravemente perecen en hospitales, en ocasiones el motivo tiene relación con la decisión de quién vive y quién muere. Este escenario se presenta cuando quedan recursos limitados para tratar a los enfermos, tal como se ha visto hace poco en la ciudad italiana de Bergamo, en Lombardía, sitio donde los nosocomios se evidenciaron saturados. Los médicos deben tomar la decisión de tratar a aquellos que están enfermos pero que más probablemente contarían con mayores chances de sobrevivir, lo cual implica que otros recibirán tratamientos limitados. En general, Italia cuenta con la misma cantidad de camas de hospitales que los Estados Unidos de América (mensurado per capita), y cuenta con una cifra superior de respiradores mecánicos con posibilidad de ser empleados para lidiar con personas que exhiben un estado más avanzado de la dolencia provocada por el virus. Asimismo, Italia está recibiendo asistencia de parte de China y Rusia en lo que respecta a insumos para testeo de plasma y al aporte de respiradores, junto con barbijos. Los sistemas de servicio sanitario en el norte italiano estaban a la altura de los estándares europeos, mejor de los que prevalecen en los EE.UU., pero esos sistemas han sido aniquilados por el virus. España transita ahora idéntico sendero, y existen similares preocupaciones respecto de Francia.
A pesar del sesgo ideológico, las autoridades médicas que portan conocimientos genuinos sobre el problema se muestran de acuerdo en que el virus es altamento contagioso, y capaz de diseminarse rápidamente, convirtiéndose en pandemia, y que puede ser excepcionalmente letal para cierta demografía, incluyendo a los más ancianos y a aquellas personas que cuentan con un sistema inmunológico deprimido. El modo de combatir al virus también parece evidenciar acuerdo entre los expertos, a saber, que la prueba de muestras de sangre deberán ser extendidas, a efectos de determinar quién ha sido infectado, y que tales individuos sean aislados de mantener contacto con otros durante al menos dos semanas, con la meta de limitar la amplificación del contagio. Para aquellos cuyas condiciones empeoren, quedarán la hospitalización y el tratamiento -eventualmente, también, garantizándoseles la asistencia respiratoria mecánica.
El tercer gran problema marginal al relato es el fallo -en apariencia, deliberado- de la Administración Trump a la hora de responder con proactividad para limitar la diseminación del vector. Al evidenciar la intención de resguardar primero al mercado de capitales antes que a la ciudadanía, el presidente Donald Trump primero minimizó el impacto del virus, calificándolo incluso de 'engaño' entre los meses de enero y febrero, cuando apareció por primera vez en suelo estadounidense. A la postre, sucedió que numerosos institutos afiliados al Centro de Control de Enfermedades (CDC) que hubiesen debido lidiar con la epidemia, habían sido desmantelados por la Administración y, a pesar de las advertencias ofrecidas en torno de lo que estaba sucediendo en Wuhan, Estados Unidos no llevó a cabo esfuerzo alguno para incrementar su propia oferta de kits para testeo de plasma, barbijos, ni respiradores mecánicos. Mientras tanto, los congresistas recibían funestas adveretencias de lo que estaba llamado a suceder, de parte de la comunidad de inteligencia -en encuentros privados-, situación que llevó a numerosos congresistas a liquidar sus instrumentos financieros, en anticipación de un colapso del mercado. Esto, en los hechos, es calificado como inside trading -tráfico de información bursátil-, y es ilegal. De igual manera, es una buena medida de la corrupción que caracteriza a la clase dirigente estadounidense.
El cuarto aspecto marginal de importancia remite a lo que sucederá cuando la pandemia transite sus capítulos finales y si es derrotada -si en efecto esto tiene lugar. Los críticos han observado, acertadamente, que la réplica del gobierno a nivel federal y estatal podría bien ser una sobrerreacción ante una crisis sanitaria que quizás pudo haber sido tratada sin recurrir a mano dura. Ahora mismo, Donald Trump se ha autocalificado como un 'presidente de tiempos de guerra', caracterización peculiar cuando el jefe ejecutivo de los Estados Unidos eludió el sorteo para la Guerra de Vietnam. Por estas horas, Trump ofrece comunicados diarios, poniendo énfasis en que su Administración se merece una calificación de 'diez puntos sobre diez', por su épico combate contra el coronavirus. En rigor, la verdad consigna que, en persona, el presidente inhibió todo esfuerzo inicial que hubiese podido responder a la enfermedad, mientras que ahora intenta recuperar el terreno perdido, respaldando medidas draconianas que involucran el pago de dinero en efectivo para la totalidad de los residentes del país -incluso a personas que no necesitan el dinero. En sí mismos, esos fondos deberán ser pedidos en forma de créditos, o el dinero deberá imprimirse -depositando a los EE.UU. en un escenario de endeudamiento aún mayor.
Respaldándose en su status bélico, el presidente y su gabinete están llamados a aprovechar los contenidos de cierta legislación con origen en las épocas de la Guerra Civil o la Guerra de Corea, para asumir poderes especiales sobre la economía y, con toda probabilidad, para confeccionar rescates (bailouts) que beneficien a industrias específicas, en donde luego el gobierno se convertirá en socio. Sin lugar a dudas, la ahora declarada 'emergencia nacional' incluirá algunos formatos de ley marcial para reforzar la orden de aislamiento para poblaciones bien identificadas, mientras que también se ha informado que el Departamento de Justicia le ha exigido al Congreso que permita que los magistrados detengan por tiempo indefinido a ciudadanos, y sin mediar juicio, durante esa 'emergencia'. Conforme hemos aprendido del Acta Patriota, el Acta sobre Comisiones Militares y la Autorización para el Empleo de Fuerza Militar, poderes supuestamente perentorios adquiridos por la rama ejecutiva, tienen la costumbre de volverse permanentes. El poder irrestricto en manos de Trump o Biden debería ser un dato suficiente como para asustar a cualquiera que aún tenga algún interés en votar durante noviembre próximo.
De igual modo, se han conocido especulaciones al respecto de que Trump bien podría seguir el ejemplo propuesto por el primer ministro Benjamin Netanyahu en Israel. El Estado de Israel ha prohibido el ingreso de visitantes extranjeros, se halla bajo un toque de queda que se extiende durante las 24 horas del día, y se exhibe efectivamente clausurado. Tel Aviv utiliza intercepciones telefónicas proporcionadas por los servicios de inteligencia, para rastrear los ingresos y egresos de ciudadanos israelíes. El monitoreo está siendo justificado como un mecanismo para crear un registro que tome nota de quién se reúne con quién, y para erigir un modelo de aislamiento y clausura. Un programa similar ya se encuentra en práctica en los suburbios de Washington, D.C. La Agencia Nacional de Seguridad (NSA) ya cuenta con la capacidad técnica que le permitiría monitorear los movimientos de gran parte de la ciudadanía estadounidense. Ello representaría un sueño hecho realidad para la comunidad de inteligencia, y encajaría maravillosamente con los recientes esfuerzos del Congreso a criterio de reactivar ciertos apartados del Acta Patriota que hacen al Acta de Monitoreo de Inteligencia Extranjera (FISA).
Quinto, y final, asoma la variable de la politización del coronavirus. El vector está siéndole adjudicado a China, competidor global de los Estados Unidos. Como suele ser el caso, Trump ha puesto a funcionar la maquinaria a partir de su toxicidad verbal, calificando al virus como 'Virus Chino' o 'Virus de Wuhan'. Otros Republicanos se han hecho eco de esa fraseología, lo cual ha llevado a los inevitables reclamos desde el sector Demócrata, al respecto del carácter 'racista' de ese lenguaje. En rigor, no existe evidencia de que China haya creado, deliberadamente, el virus -ni de que lo haya liberado a la atmósfera.
Y, naturalmente, ahí está Rusia. Casi sonaría como un chiste viejo y sin gracia el culpar por algún novedoso y amenazante factor a Moscú -hasta ahora, el Congreso se abstuvo de hacerlo. Pero eso no significa que el establishment encarnado por el Deep State esté separando al Kremlin y al presidente Vladimir Putin de la responsabilidad. La comunidad de inteligencia de los Estados Unidos, a través de su canal favorito de propaganda, el matutino The New York Times, ha informado hace cosa de horas que Rusia está sacando provecho de la crisis del coronavirus, con miras a diseminar desinformación a lo largo de Europa, y también en los Estados Unidos. En particular -así dicen-, Putin ha decidido intensificar una campaña cuyo fin es reducir la confianza en los comicios presidenciales americanos de noviembre de 2020. En cualquier caso, la excusa de los rusos estaría llegando un poco tarde: a la luz del comportamiento de los partidos Republicano y Demócrata, muchos ciudadanos estadounidenses se han convencido ya de que votar en noviembre será una pérdida de tiempo.
Artículo original, publicado en Strategic Culture Foundation (Estados Unidos) | Traducido y republicado con permiso del autor
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.