Geopolítica del coronavirus: aceleración del cambio político, económico y social
¿Qué circunstanciales lecciones ha comenzado a compartir la pandemia de coronavirus para el orden internacional?
El Estado es una organización frágil; un estadista no puede arrogarse el derecho moral de arriesgar la supervivencia de aquél, respaldándose en restricciones de índole ética.
Henry Kissinger; Orden Mundial
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¿Qué circunstanciales lecciones ha comenzado a compartir la pandemia de COVID-19 para el orden internacional, y cómo sopesarlas equilibradamente?
En el plano estrictamente sanitario, todo análisis habrá de atenerse a la frialdad de la estadística: se asiste a una pandemia fogoneada por un vector de transmisión sumamente eficaz, cuya metodología de mutación aún es prematuro evaluar, pero que devuelve cifras elevadas de contagio. Irónicamente -y conforme lo han explicado ya virólogos y epidemiólogos-, su reducida tasa de letalidad (entre el 0.8% y el 3%) no consigna una noticia tan auspiciosa, por cuanto el elevado ratio de infecciones contribuye a descompensar los ecosistemas sanitarios de las naciones. Proscenio que reconfigura la caracterización de lo que se entiende por urgencia, y que centraliza los recursos hospitalarios en los infectados actuales y potenciales. A lo largo del tiempo, comenzará a ponderarse debidamente el impacto de las distintas cuarentenas en la salud psíquica de cada sociedad, en función de que episodios vinculados a la ansiedad y el estrés del encierro harán mella en muchos. Psicólogos conductistas y psiquiatras están llamados a, en el mediano plazo, desempeñar un rol central.
En este apartado, el liderato político de los países responde articulando los recursos -siempre escasos- de sus respectivos sistemas, recurriendo a modalidades y metodologías que juzgan asequibles. Aunque se observa desde ahora, en no pocos casos -y dado lo inédito del fenómeno- una preeminencia del factor 'ensayo y error', a la hora de lidiar con el desafío.
Cítese el ejemplo de Italia o España, cuyos servomecanismos de salud pública 'universal y gratuita' cosechaban, hasta no hace tiempo atrás, los más coloridos elogios. En la caída del telón, ese costumbrismo celebratorio ha sido demolido sin piedad por el vector coronavirus: el macabro epitafio fotográfico remite a los convoys de camiones del ejército, desplegados para dar cuenta de miles de cadáveres con destino de incineración. Conclusión ineludible: los modelos sanitarios de esas naciones claramente no estaban preparados para tratar con un escenario de pandemia de amplificación geométrica. Los modelos que en la teoría se arrogaban excelencia han terminado recurriendo a la implementación de medidas draconianas. En cuestión de minutos, los profesionales de la medicina deben decidir a qué pacientes le serán destinados los tratamientos que salvarán su vida, y a cuáles marginar.
En el andarivel económico, mientras tanto, la evidencia también se exhibe harto elocuente. El concierto global presenta un panorama de aniquilación preventiva e inmediata de industrias tales como el turismo y subsidiarias: aerolíneas, hotelería, entretenimiento (offline), gastronomía, etcéteras. Líneas aéreas privadas han comenzado a pontificar la necesidad del bailout o rescate estatal como alternativa de último recurso, a efectos de que no se vean forzadas a firmar su propio certificado de defunción -lo cual, a su vez, extendería idéntico documento para las actividades relacionadas. La oferta de bienes tangibles e intangibles también ha acusado un lóbrego recibo de la crisis: la puesta en marcha de cuarentenas ha potenciado la agudización del ausentismo, lo que ha redundado en un desmoronamiento en la oferta de productos y servicios. En consecuencia, los países que exhiben mercados de consumo pequeños o pobremente desarrollados -particularmente, en un Tercer Mundo privado de libertad económica- comienzan a exteriorizar fenómenos de desabastecimiento.
A tal efecto, la impronta de aceleración consignada por el COVID-19 no debería conducir a una catástrofe macro de dimensiones épicas perdurables. Aún cuando la prospectiva del bailout propiciará fenómenos recesivos de magnitud, toda recesión eventualmente deja como resultado un natural repunte o rebote de las variables. Llegado el caso, sin embargo, restará ver si los procedimientos de rescate se plantearán desde la óptica de un keynesianismo de resultados económicos artificiales y perentorios o si, por el contrario, son implementados con una invectiva de eficiencia que contribuya a la concreción de beneficios duraderos. En lo inmediato, los promotores del hiperestatismo tendrán problemas: a criterio de consolidar cualquier principio de supervivencia, los distintos Estados deberán prescindir de estructuras y superestructuras que oficen de lastre para la recuperación: se privilegiarán los recursos para atender a lo imprescindible, al tiempo que los gastos superfluos en materia de recursos y personal serán cercenados impiadosamente. De lo contrario, se observará una quiebra inapelable de los sectores públicos, con comprobable potencial para la proliferación de turbulencia social.
Luego del necesario prólogo, será lícito atender a las implicancias que el Factor Coronavirus comportará para el territorio de la geopolítica. Lejos de alimentar el delirio esquizofrénico-paranoide de un mundo futuro de presentación orwelliana, regido por esquemas de gobierno autoritarios o tecnodictaduras, los hechos certifican la imposibilidad de esa ocurrencia.
Así, por ejemplo, el modelo comunista cubano -acostumbrado a coquetear con el desastre económico que reposa en un combo de dosificación del principio de escasez con crudo autoritarismo- ha comenzado a exhibir grietas en su traje de amianto. A lo largo de la última semana, la policía castrista ha debido duplicar esfuerzos para reprimir a ciudadanos hambrientos que se manifestaban por la falta de alimentos básicos -por cuanto La Habana ya había decidido abandonarlos a su suerte. En la República Bolivariana de Venezuela -nación cuyo saqueo sistemático fuera pergeñado y puesto en práctica por la propia Cuba-, la crisis ha conmovido el suelo de Nicolás Maduro Moros y su cártel. El derrumbe de los precios internacionales del crudo -que Miraflores ya se veía obligada a exportar clandestinamente- ha detonado los ya de por sí alicaídos ingresos nacionales. La represión contra opositores políticos y ciudadanos comunes se ha acentuado mientras que, en simultáneo, las existencias de combustible y carburante utilizados por la maquinaria militar y policial represiva se han agotado, sin más. En el terreno, esto implica que Maduro y sus consorcistas se ven abiertamente impedidos de reprimir cualquier eventual esfuerzo ciudadano (por más exiguo que éste sea) en pos de derribarlos. Marginalmente, el proceso judicial elaborado por autoridades estadounidenses contra el presidente de facto y sus lugartenientes, ha conducido a un escenario de rápida fuga de los mismos. Ello derivará, próximamente, en una retroalimentación sumamente negativa para Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel en Cuba: sin poder contar ya con recursos propios, ni con los aportados por Venezuela, el ecosistema dictatorial cubano verá evaporarse sus chances de supervivencia. Habrá consecuencias que se proyectarán hacia la totalidad del orbe latinoamericano: los cubanos tampoco podrán continuar nutriendo a su principal producto de exportación, el espionaje: sus cuantiosos agentes de influencia que trabajan como cuentapropistas de oportunidad en la América del Sur, dejarán de percibir sus haberes.
En la República Islámica de Irán, el coronavirus ha hecho estragos, no solo en virtud de la marcada tasa de infecciones y muertes, sino también porque se ha cobrado la humanidad de más de una docena de funcionarios del régimen en Teherán en el proceso. Las problemáticas derivadas del proceso inflacionario y de la acentuada devaluación de su moneda llevaron a la ciudadanía iraní a manifestarse en los centros urbanos más importantes del país en los últimos meses; la pandemia ha magnificado el desorden social, escalando el régimen de los ayatolás la adopción de medidas represivas -las cuales han resultado en numerosos homicidios, perpetrados por agentes estatales. A diferencia del pasado, hoy las arengas discursivas del líder supremo Ali Khamenei, quien tenía por costumbre hacer catarsis contra espías estadounidenses e israelíes, no son suficientes para apaciguar el descontento frente a la paupérrima gestión estatal de la crisis sanitaria.
A la postre, el lubricante fundamental de todo modelo autoritario-represivo es el dinero; solo la República Popular China lo tiene, en razón de su agenda de proyección económico-ideológica transcontinental, que en ocasiones supo ganar empuje a partir de la promocionada 'Nueva Ruta de la Seda' (Silk Road Initiative). Muy a pesar del progreso consolidado por Pekín en ese aspecto, ha comenzado a erigirse un incipiente consenso mundial en torno de las obvias responsabilidades del Partido Comunista Chino en la amplificación global del COVID-19. Con toda probabilidad, la motorización de ese consenso concluya en la formalización de demandas judiciales presentadas contra China en foros económicos del concierto occidental, con el objeto de que ese país licúe sus culpas a través de masivos mecanismos indemnizatorios o compensatorios. Eventualmente, la exportación del desastre le costará a la China comunista una significativa cesión de ingresos, lo cual dificultará las aspiraciones regionales de Pekín en lo que respecta a la acentuación de la presión imperialista sobre Hong Kong o Taiwan -acaso proliferando movimientos libertarios en esos territorios. En su haber, el Partido Comunista solo tiene a favor un detalle no menor: su imperativo estratégico logró posicionar a China como sinérgicamente imprescindible en los términos del intercambio comercial con el mundo en general, y con los Estados Unidos de América en particular. En tal razón, Occidente no puede permitirse el lujo de la implosión de la República Popular: teléfonos celulares, ordenadores, indumentaria, maquinaria pesada o liviana, y demás productos habrán de seguir comerciándose a precios razonables, que no se tornen inalcanzables para los consumidores corrientes en América del Norte y Europa. Sin embargo, el desafío no sería menor: en China, un crecimiento anual del PBI inferior al 5% reservaría un destino de hambruna para centenares de millones de habitantes que residen en el interior del país y en zonas rurales. Nuevamente, hace su ingreso la ominosa posibilidad del conflicto social.
Sin lugar a dudas, del naufragio global emergerá un mundo nuevo. No obstante, y más allá de los costos que muchas naciones habrán de pagar en materia de pérdida de vidas, los ciudadanos de geografías específicas podrían verse tentados de ponderar al COVID-19 no ya como portador de malos augurios o promotor de muerte y destrucción económica, sino como un inesperado -y bienvenido- agente de cambio político, económico y social.
Un virus libertario, si se permite -y tolera- el audaz atrevimiento.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.