El Síndrome Zelig, y el ejemplo de Uruguay
Me refiero a la producción cinematográfica de Woody Allen...
08 de Junio de 2020
Me refiero a la producción cinematográfica de Woody Allen, en la que se representaba a un fulano que carecía de timón interior y que todo lo operaba según lo que decían, hacían o pensaban quienes tenía en su cercanía. Recordemos que Zelig era del Partido Demócrata -si estaba con un demócrata-; era del Partido Republicano -si estaba con un republicano-; si estaba con un psicoanalista, se mimetizaba con esa profesión, incluso si estaba con un negro, comenzaba a mutar su piel. Es, estrictamente, un camaleón. Allen, que adopta el personaje central en ese rodaje, dice que 'es más seguro' proceder de ese modo.
Es lo que, en gran medida, ocurre hoy en día. La mayoría siente la necesidad de ajustarse a los demás. Se renuncia a la individualidad, a los más distintivo y precioso que tiene el ser humano: lo que le ha garantizado unicidad a lo largo de toda la historia de la humanidad. Se amputa de su tesoro más valioso. Deja de ser, para ser los demás. Hay pereza y temor por pensar distinto. Hay inseguridad y debilidad interior. La responsabilidad lo abruma, prefiriendo la persona endosar las decisiones al grupo. El ser humano abdica de su persona, y se incorpora a la manada. No tiene voz, sino que es eco. Es inconcebible ir contra la corriente. Se masifica. Debe ser parte del coro. Es un masoquismo moral. Se entrega a la nada.
Estos personajes, que padecen el síndrome Zelig, necesitan de un gurú, de un caudillo, de un líder -puesto que son incapaces de liderar sus propias vidas. En gran medida, los sistemas adoptados de nuestro tiempo se encaminan a la guillotina horizontal, es decir al igualitarismo -en el que no se enseña a pensar, sino a repetir.
Es de interés recordar el célebre experimento donde se acuerda con un grupo al que se deja afuera una persona para que todos digan que, frente a una serie de barras de distinto tamaño, la más pequeña es la más grande. Así, se invita a la persona que no está al tanto de lo acordado por los demás, y comienza la sesión. En una primera rueda, naturalmente el extraño al grupo se pronuncia por la verdad de lo que ve, y queda sorprendido al oír la opinión del resto. Se suceden distintas ruedas y, finalmente, el sujeto se rinde y opina como los demás, al sostener algo que no se condice con lo que está viendo. Es para probar la inclinación a ceder ante la opinión de los demás. Es extraño el caso de quien se mantiene en su posición en cuanto a lo que considera verdadero, en estos reiterados experimentos.
En una época en la que la politización abarca áreas crecientes, resulta más necesario que nunca preservar espacios íntimos. Los aparatos estatales se inmiscuyen en el deporte, la música, la familia, los medios de comunicación, el teatro, las jubilaciones, los contratos entre particulares, y tantas otras áreas de la vida que se mantenían a buen resguardo cuando primaba el espíritu republicano. Ahora, no hay prácticamente recoveco en el que los tentáculos del poder político no están presentes. Mientras, paradójicamente, los gobiernos tienden a abandonar responsabilidades en campos tan sensibles y cruciales como la justicia y la seguridad.
Parece haber pocas personas para el estudio, la reflexión sesuda y el debate de ideas de fondo y demasiadas para la foto, la pose y el protagonismo. A estos últimos aludía Jorge Luis Borges, al señalar que se esfuerzan en aparecer como alguien 'para que no se descubra su condición de nadie'. Personalmente, tengo por estos hombrecillos la misma opinión que tienen las palomas por las estatuas.
El mundo transita hoy difíciles momentos, pero no por la ya de por si desgraciada pandemia que a todos nos compromete, sino principalmente por gobernantes estrafalarios que incrementan gastos a niveles elefantiásicos, cargas impositivas insoportables, deudas públicas colosales, manipulaciones monetarias inaceptables en un contexto de regulaciones asfixiantes que naturalmente encogen los bolsillos de la gente, especialmente de la más necesitada.
En un momento como el actual, brilla la esperanza cifrada en el caso de nuestros queridos hermanos uruguayos, como ejemplo distintivo a la hora de liderar reformas tan necesarias, no para podar -que, igual que con la jardinería, crece con mayor vigor-, sino para liberar energías creadoras, y apartarse del rotundo fracaso del gobierno argentino anterior al presente, el cual malgastó la oportunidad de revertir el populismo de las últimas ocho décadas mientras que, ahora, se evidencia que, en la actual Administración, la niebla se torna más espesa y preocupante.
En esta difícil instancia, hacemos votos para que Uruguay consolide su rumbo anunciado, y se aparte del Síndrome Zelig, que exige imitar estatismos ajenos. Montevideo deberá alejarse de las fauces del Leviatán, que incrementa pobreza por doquier. Para cortar amarras con tentaciones anteriores, resulta conveniente tener en la mira el dictum de Ronald Reagan: 'Nada hay más permanente que una medida transitoria de gobierno'.
Las explicaciones y las anécdotas no son relevantes; lo crucial son los resultados. Todos los partidarios de la sociedad libre, observamos con atención el caso uruguayo, confiando que, con firmeza, sabrá apartarse del Síndrome Zelig.
Las explicaciones y las anécdotas no son relevantes; lo crucial son los resultados. Todos los partidarios de la sociedad libre, observamos con atención el caso uruguayo, confiando que, con firmeza, sabrá apartarse del Síndrome Zelig.
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@ABenegasLynch_h
Sobre Alberto Benegas Lynch (h)
Benegas Lynch (h) es es académico asociado en el think tank estadounidense Cato Institute, y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina. Publica regularmente en el sitio web en español del citado instituto, como también en medios internacionales.