POLITICA ARGENTINA: MATIAS E. RUIZ

Argentina: Alberto Fernández, 'delarruización' prematura

Durante las 72 horas previas a la populosa manifestación ciudadana...

18 de Agosto de 2020


La política no se trata de dinero, ni de grandes juegos de poder; tiene que ver con cómo mejorar las vidas de las personas.


Paul Wellstone, ex senador estadounidense (1944-2002)

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Durante las 72 horas previas a la populosa manifestación ciudadana del lunes 17 de agosto, una serie de episodios configuró el tsunami perfecto para el Presidente Alberto Angel Fernández. Entre ellos, se sucedieron la aparición de restos probablemente pertenecientes al ciudadano Facundo Astudillo -quien desapareció tras se retenido por agentes de policía en la Provincia de Buenos Aires-, la inconveniente presentación de la payaso/militante/performer Nina Lenze junto a la secretaria de Salud Carla Vizzotti a la hora de informar estadísticas actualizadas de supuestos decesos por COVID-19-, y la brutal detención (nuevamente, perpetrada por oficiales de policía) de la ciudadana Sabrina Coria en la ciudad de Bariloche (en apariencia, por haber decidido pasear a su can en cuarentena).

Marchas contra Alberto Fernández en ArgentinaTambién desde el pasado viernes, funcionarios y simpatizantes radicalizados del Régimen Fernández ya habían decidido poner la mira sobre los eventuales participantes del '17A', endilgándoles cargos de homicidio preterintencional, atentado contra la salud pública, y dedicándoles una extendida serie de calificativos irreproducibles. Hacia el atardecer del lunes, el diagnóstico destacaba por lo evidente: el propio Gobierno Nacional, en franco atentado contra su propio interés, había ayudado a volcar multitudes hacia las calles y avenidas del país, en el más adverso de los contextos. Así las cosas, describir la tropelía oficial como fallo estratégico podría sonar a eufemismo: en todo concepto, el jefe de Estado y sus socios se han abrazado a una épica políticamente suicida, acaso prisioneros de un pánico irracional.

En las postrimerías, la combinatoria resultante de malas nuevas y torpeza gubernamental sirvió para arrojar más combustible a la hoguera. A la hora del quebranto, el Presidente Fernández no solo ha terminado de licuar sus últimos atisbos de credibilidad sino que, en simultáneo, ha comenzado a ser percibido hoy como un consorcio digno de burla, incapaz de consolidar acuerdos políticos, y rehén de un aislamiento poco común cuando se considera que apenas contabiliza ocho meses de gestión. En tal virtud, el vicepresidente de Cristina Kirchner Wilhelm arenga a combatir en batallas perdidas (cítense las fallidas expropiaciones de Vicentín o Edesur, la hoy comprometida reforma judicial con el tándem Beraldi-Arslanian como principales impulsores, y cuarentena eterna devaluada) desde un solitario promontorio. La insoslayable consecuencia conduce sin escalas hacia un proceso de 'delarruización' prematura, por cuanto las comparaciones -aunque, en ocasiones, injustas- devienen en inevitables. Especialmente, cuando se pone bajo la lupa a la ruidosa concentración de ciudadanos quejumbrosos a las puertas de la quinta presidencial de Olivos, sobre Avenida Maipú, muchos de los cuales increparon a policías y activos de Seguridad Presidencial.

Declaradamente incapacitado para convocar a acuerdo político-social alguno, Alberto Fernández también ha puesto de suyo para demoler a los propios aliados. Bien podrá decirlo el jefe comunal porteño Horacio Rodríguez Larreta, cuya figura también acopió gruesos insultos este 17 de agosto. Atribulado por los perniciosos efectos del confinamiento eterno y su legado de destrucción económica, Larreta -quien jamás ha podido sacudirse el pesado lastre de antecedentes de la Fundación Grupo Sophia, los cuales alguna vez alguien ventilará oportunamente- ya se hace a la idea de que sus ambiciones presidenciales han ido a parar al basurero.

Este correlato de transitividad es igualmente aplicable sobre la totalidad del espectro de oposición: tras cinco meses de cuarentena, ninguno de los referentes externos al Gobierno Nacional ha recalado en la salvaje violación de la Constitución Nacional ni en el carácter inexorablemente ilegal de los DNU presidenciales; menos han condenado la forma en que el Presidente se ha arrogado la suma del poder público. Y ejercitan un costumbrismo cómplice a la hora de denunciar la brutal manipulación estadística de la que abusan a diario los recalcitrantes y pretendidos expertos sanitaristas/militantes de la Casa Rosada, hoy repudiados con crudeza por la ciudadanía. Finalmente, los marchantes del 17A -a contramano de la sesgada y sospechosamente selectiva interpretación planteada por Joaquín Morales Solá en su columna de La Nación- en modo alguno salieron a respaldar individualmente a Lorenzetti, Maqueda, Highton, Rosatti o Rosenkrantz; antes, bien: ensayaron una cerrada defensa de la Corte Suprema de Justicia como última línea de defensa de Carta Magna y sus contenidos.

Párrafo aparte merece el menesteroso y tacaño dietario exteriorizado por bien identificados actores centrales y de reparto emparentados con cierta oposición, que esbozaron un empeño por adueñarse de la manifestación de este lunes; intención que no disimularon la ex funcionaria Patricia Bullrich ni el actor de ganga Luis Brandoni. La presente temporada no se presenta propicia para vulgares miradas políticas que miren hacia las Legislativas del año que viene con monóculo egoísta. Muy por el contrario: estas imposturas solo contribuyen a acrecentar los decibeles y la magnitud de la anomia.

En cualesquiera de los casos, el Régimen Alberto Fernández ha desplegado una notable eficiencia a la hora de potenciar la destrucción legada por el cambiemismo, devenido luego en juntocambismo. En paralelo, el Presidente Fernández -polichinela al servicio de terceros, o no- ha consolidado la percepción del elefantiásico y parasitario Estado argentino como entidad abstracta que, muy lejos de salvar a las personas, destruye sus vidas. En el ínterin, cuarentena, aislamiento patriótico o comosellame mediante, el vice de la Señora Kirchner -asistido por su consabida ineptitud- se las ha arreglado para obsequiarle el tiro de gracia al establishment dirigencial. Establishment que, en cualquier momento, podría concluir que, como presidente, Fernández ha dejado de ser útil.

Acelerando hacia el abismo, el Presidente se prepara para redoblar la apuesta y completar su trabajo de exterminación de toda actividad, con los índices de pobreza merodeando el 50%, y las fronteras del país clausuradas indefinidamente. Incluso a diferencia de la Cuba castrista, que ha reabierto sus aeropuertos con miras a recibir al turismo extranjero.

En el epílogo, Alberto Angel Fernández y el Estado salvaron a nadie. Distribuyeron -equitativa y equilibradamente, eso sí- insolvencia, bancarrota y desolación para todos.

La prognosis sobreviene con el tenor de lo inapelable: la tozudez y el empecinamiento del Presidente de la Nación motorizarán nuevas manifestaciones ciudadanas en el mediano plazo, en más de un caso, convocando al no pago de impuestos y tributos.

Medida extrema que no pocos argumentan hoy como única salida, a criterio de plantarle cara a los embajadores plenipotenciarios del eterno reciclaje.


 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.