POLITICA ARGENTINA: SERGIO JULIO NERGUIZIAN

La Argentina fracturada y la construcción incesante del enemigo político

El enemigo político es un punto de concentración de caracteres (incluídos su perfil personal y su bagaje de prontuario...

27 de Junio de 2024

 

El enemigo político es un punto de concentración de caracteres (incluídos su perfil personal y su bagaje de prontuario) que, se supone, resultan repugnantes al ideario del impugnador (o bien a la doctrina que exhibe el denunciante). Todos aquellos involucrados en disputas por porciones de Poder (la lucha agonal) diseñan, con algún atisbo de prolijidad, la lista de propuestas y actitudes condenables del Otro: el que exhibe el Poder arma y rearma su artillería a efectos de defenderlo de la codicia del adversario (es decir que su tarea lo compele a preservar y acopiar 'arquitecturalmente').

Acusado, Enemigo político, Carl Schmitt
A pesar de una apariencia de fácil identidad del enemigo en términos descriptivos, en rigor, todos los cruces son líquidos: abundan las frases ambiguas, las hipótesis sin probar, la temeraria cultura de solapas, el desprecio al escándalo como costo marginal, y una firme convicción -en todos los actores- de que, si el medio es idóneo para golpear con eficacia, todo planteo ético es charla de sonámbulos. La liquidez alcanza a la historia personal de los jugadores, de tal suerte que, dada una oportunidad de acceso al Poder relativo, la sustitución de fidelidades es ejecutada sin culpa ostensible y, si hay algo que resulta sencillo, pues eso es desarrollar un discurso que explica la mutación -la justifica como servicio patriótico, y la exime de toda sospecha de traición.
 
Algunos modos de construir:

1. El enemigo practica populismo, de derecha o de izquierda: 'La masa está inclinada ella misma a todos los extremos; la masa solo es excitada por estímulos desmedidos', conforme supo suscribir Sigmund Freud en 'Psicología de Masas y Análisis del Yo'. El enemigo se sostiene complaciendo a la masa: 'Es esta fuerza sugestiva y voluptuosa de la masa la que, actuando de manera dinámica y progresiva, puede hacer que la libertad del individuo se vea constreñida, convirtiéndolo en alguien proclive a la mayor de las dependencias' ( Rincón Oñate; Fundación Universidad Libertadores, Bogotá).

2. El enemigo es asociado a la cuestión racial. En los Estados Unidos de América, parece resurgir la idea de que el enemigo principal es el 'no blanco'. Rápidamente, el extranjero va siendo construído a imagen y semejanza de quien se opone al destino de grandeza de la comunidad 'nacional', en tanto esta caracterización puede alcanzar al ciudadano estadounidense promedio, conforme la descripción se impone sobre el origen.

3. El enemigo pertenece a una minoría que, muy a pesar de su exigüidad numérica, detenta poder económico, y también la habilidad de dislocar los valores tradicionales. La oligarquía, las minorías étnicas, las comunidades que defienden libertades sexuales, las organizaciones secretas, las mafias y el crimen organizado, las iglesias de cualquier credo. Esta enumeración no cae presa de distinciones en torno de la validez de las denuncias en términos probatorios pues, más allá de la verosimilitud de los cargos formulados, lo notable estriba en su capacidad de suscitar emociones intensas y, en el 'mejor' de los casos, violentas.

4. La construcción del enemigo requiere, necesariamente, de una persona central (jefes de partidos, o aún el titular del Poder Ejecutivo); en la periferia de su figura, se asociarán todos los males concretos o inminentes que justifican la derrota de quien detente el Poder, o la acusación de éste, en donde el el asedio al Gobernante tiene por objeto desatar una catástrofe útil para sus promotores.
 

La construcción mediática del enemigo
 
El pasmoso desarrollo de los medios de comunicación tiene un rol polivalente en esta construcción. La mediación entre el discurso enunciado y el objeto/sujeto destinatario alcanza modalidades que no registran antecedentes, en razón de que el desarrollo tecnológico ha derivado en el bloqueo o desaliento de las relaciones personales y la sustitución de las mismas por la comunicación telefónica oral y visual, por la expansión de plataformas para la instalación de usinas de rumores y noticias falsas, por el retorno de simbología gráfica para denotar emociones y sentido; y, en general, la convicción de que los medios aportan cualidades esenciales a la construcción del enemigo, a saber, velocidad en la transmisión del mensaje, sencillez para instalar denuncias ficticias con bajísimo nivel de responsabilidad, costo crecientemente bajo por aumento de la competitividad de las prestaciones del sistema, y usufructo de la alienación colectiva que asocia el prodigio tecnológico en que viaja el mensaje (con la cualidad de propuesta joven, moderna y actualizada). En definitiva, se asiste a una reinvindicación del apotegma de Marshall McLuhan, en el sentido de que el medio es el mensaje. Claro está que el principio sufre, en nuestros días, una mutación repugnante que el teórico canadiense pudo no haber previsto: en la construcción del enemigo político, la producción de enunciados verdaderos integra el mensaje y se justifica su inclusión -en la medida en que resulte más idóneo para destruir que el enunciado falso y calumnioso. A su debido tiempo, cuanto más eficientemente se repita en los medios una mentira, en la misma proporción, más se la percibirá como verídica por parte del recorte social destinatario. Esto es, que la 'productividad' del sistema reposa, en gran medida, en el empleo inteligente del recurso tecnológico, entendiendo por inteligente al ratio óptimo entre inversión (capital + tiempo + sentido de la oportunidad) y perjuicio concreto en la imagen personal o en el programa descalificado.
 

Al respecto de la necesidad de contar con un enemigo
 
El ideólogo del nacionalsocialismo alemán Carl Schmitt supo colegir en su oportunidad que la distinción entre amigo y enemigo constituía 'la esencia de lo político'. De modo tal que el enemigo carece por completo de derechos: es una categoría bélica de aplicación a las relaciones sociales, y la tarea única consiste en concretar su aniquilamiento o neutralización (entre nosotros, una expresión habitual en los setentas proclamaba: 'Al enemigo, ni justicia').
 
Ahora, bien; si la esencia de lo político es ese planteo binario, de allí a afirmar que no hay política sin enemigo, no hay más que un paso. Aún más: dada la afirmación anterior, es sensato deducir que, si los que quieren hacer política no encuentran enemigo a la vista, se verán obligados a inventarlo. Desde este punto de vista, el enemigo es precondición de la faena política, tanto agonal (destinada a adquirir poder) como arquitectural (destinada a conservarlo y acopiarlo). 
 
En la invención del enemigo, el sistema de ideas establecidas constituye el material o capital inicial. Este reservorio heredado no es sometido a revisión crítica ni a actualizaciones, las que en general son consideradas 'desviaciones', cuya invariable secuela sería el debilitamiento de los principios liminares del grupo preservador de la ideología. Se trata de inventar, es decir, de crear una meta-realidad conbinando conocimiento e información realtivamente fidedigna y verificada con exageraciones, una interpretación maliciosa de conductas y procesos y, en síntesis, una falsificación deliberada de la existencia concreta del sujeto y la organización criminalizadas. La prueba de la invención exitosa del enemigo consiste en consolidar el aglutinamiento de voluntades que adhieran acríticamente a la responsabilidad atribuida al enemigo creado.

En efecto, se trata de una tarea incesante y en constante refacción, determinada tanto por la evolución general de los acontecimientos sociales como por la necesidad de remozar parcialmente el engendro, a fin de mantener vivo el interés de los hipnotizados acólitos. Algunos ejemplos locales : a) el terrateniente oligárquico y expoliador, beneficiario sin mérito de la corrupción de la clase dominante; b) el capitalista explotador de la clase obrera y asociado al capital transnacional; c) el zurdo, comunista o trotskista empeñado en destruir el orden social e impedir el desarrollo de las potencialidades latentes mientras promueve la revolución violenta; d) el radical, que reduce su tarea histórica al formalismo democratista; e) el peronista, que concede a las masas bienes y servicios antes de contar con los recursos respaldantes y la seduce a fin de perpetuar su pobreza estructural; e) el socialista que, tras la mascarada de su afán igualitario, confirma el orden establecido por la burguesía, al aceptar la farsa de la representación democratoide ; f) el pseudo anarco-capitalista, cuya misión básica sería la restauración oligárquica, la enajenación discrecional de los recursos naturales y la reprimarización de la economía.

En toda sociedad, la inevitable fractura revela la colisión de intereses, propia de la mayor o menor desigualdad en la distribución de riqueza. En la América del Sur, la Argentina presenta también su propia fractura histórica.

El dato distintivo de nuestra inestabilidad institucional parece apoyarse en dos cualidades particualares. Por un lado, la robustez de los enemigos construidos que facilitan la perpetuación del estado de asamblea permanente. Por el otro, la idea generalizada -en los miembros de su sociedad- de que la victoria sobre el enemigo es inminente.


 
Sobre Sergio Julio Nerguizian

De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.