Mal Macri. Perdió la batalla por los parquímetros y ahora garantiza impunidad a las murgas y corsos de Tetra Brik
Lamentable la gestión del Jefe de Gobierno Mauricio Macri, que recula cada vez que grupos minúsculos chillan para defender su impunidad. No conforme con el retroceso ante los inadaptados residentes de Recoleta en el caso de los parquímetros -cuya implementación era correctísima-, ahora retornaron los corsos y las murgas de un carnaval rechazado por una amplia mayoría. Ruidos y quejas al por mayor. Alcohol, violencia y destrozos.
21 de Julio de 2010
Los carnavales, otra vez.
Mauricio Macri ya está sufriendo del conocido mal que aqueja a los políticos y funcionarios preocupados por su imagen pública, que -ante la duda- prefieren no exponerse ante los medios peleándose con minorías.
Ya debió dar el brazo a torcer de cara al inaudible cotorreo de los vecinos de Recoleta y Barrio Norte, que pusieron el grito en el cielo porque les habían puesto parquímetros en sus cuadras, afectando su impunidad para adueñarse del espacio público y las plazas de estacionamiento como si todo fuera de ellos. Son los que Ud. ya conoce : que estacionan sobre las rampas para lisiados, justo junto a los carteles de prohibido estacionar y -si acaso pueden- hasta colocan sus vehículos encima del cordón. Son los mismos de siempre : los que chillan porque los espacios de cochera mensualmente cuestan más de $300, pero que exhiben soberbios automóviles de costos superiores a los $40 mil. Todo está permitido en esta Ciudad olvidada de Dios. El plan de estacionamiento medido del Gobierno de la Ciudad ya estaba surtiendo éxito : las calles se veían despejadas de vehículos en los barrios bajo mención y, en consecuencia, el tránsito comenzaba a verse más fluído. Pero duró poco, pues ganó la impunidad.
Las hordas de vecinos maleducados de las zonas más pudientes de la Capital Federal debieran aprender -de una vez por todas- que tener un vehículo no es para cualquiera. Deberían aprender acerca de los ejemplos de otras ciudades como Londres, en donde el acceso al micro y macrocentro de la City está restringido, y este solo es liberado para quienes pagan una cifra de ocho libras esterlinas diarias. Sin ir más lejos, en la moderna y envidiable Santiago de Chile, las cosas no son muy diferentes. Las multas por malestacionamiento y estacionamiento prohibido no solo son prohibitivas, sino que existe una política de penalización económica planificada para los que abusan de su vehículo. Al subir a cualquiera de las autopistas que rodean el núcleo urbano, se factura un aproximado de un dólar estadounidense cada menos de 2 kilómetros, a través de un sistema de lectura electrónica de pase que todo mundo está obligado a llevar. En Hong Kong, siguiendo con los ejemplos, la compra de vehículos conlleva un impuesto del 120% por cada unidad adquirida. De nada sirve replicar que, en Buenos Aires, la densidad del tránsito aún no es tan grave. Precisamente, ocurre todo lo contrario. Día a día se ha comprobado la existencia de nuevas horas pico, alimentada como siempre por vecinos inescrupulosos y cómodos que montan en sus vehículos para trasladarse a cinco cuadras, o que se dirigen motorizados hacia sus empleos en el centro de la ciudad. Vergonzoso. Pues bien, esta nueva legión de desaprensivos e irrespetuosos ciudadanos le ha torcido el brazo al timorato Jefe de Gobierno.
¿Faltaba otro papelón?
Desde luego, la noticia del verano no tiene que ver ahora con la playa, sino con el resurgimiento de la impunidad de las murgas y los corsos de febrero.
Como ya es costumbre -y muy mala por cierto-, las murgas y los carnavales se han vuelto a adueñar del espacio público, a contramano de lo que piden los vecinos, esto es, la eliminación de estos festejos en las calles. Mientras Diario Clarín y otros medios enfermizamente kirchneristas refieren a la noticia con tono burlón, nada tiene de gracioso para los vecinos que deben soportar el bullicio y el descontrol que procede de esta suerte de murgueros tuneados por obra y gracia del Tetra Brik.
Jamás se preocupó Mauricio Macri por averiguar a consciencia si, verdaderamente, los porteños aprueban la celebración del carnaval en sus esquinas y sus barrios. Vaya un dato no menor, en referencia a los periódicos que tratan la noticia : sus propios lectores se esfuerzan por postear comentarios contrarios a las murgas y que apuntan a reconstituír la tranquilidad perdida. En muchos casos, las opiniones de los lectores rozan lo violento. Y es que para nadie es sencillo descansar un sábado entre las 7 y las 2 de la madrugada, con el ruido del corso a metros de la propia ventana.
Los promotores de la movida murguera agitan el tema de la cultura para mantener viva su impunidad para pertubar la paz ciudadana. Pero muchos se preguntan qué tiene de cultural un desfile de jóvenes esperpentos mal disfrazados, que dan saltos sin coreografía alguna y que se reúnen con la excusa de abusar del alcohol y las drogas, ítems que -como es lógico- son parte del cóctel de la murga. Ni que hablar de la promiscuidad y el sexo casual en lugares públicos.
Con todo, los únicos que parecen haber hallado la forma de ahorrarse el problema han sido los residentes de Bajo Belgrano. Por años, ellos han sufrido la interrupción del tránsito en la calle La Pampa y el griterío de los jóvenes murgueros que, bajo los efectos de la marihuana y el alcohol en muchos casos, incluso los agredían al intentar ellos sacar sus vehículos de las cocheras ubicadas sobre esa calle.
En la zona de influencia bajo mención, los vecinos incluso comprobaron junto con autoridades policiales locales que los índices de criminalidad se disparaban groseramente en ocasión de los festejos, incluyendo robo de autoestéreos, agresiones físicas y verbales, destrozos de propiedad privada y abuso de drogas y alcohol, entre tantos otros episodios. El problema principal también estaba dado por el hecho de que los organizadores del desastre de cada febrero en el barrio estaba monopolizado por barrasbravas del Club Atlético Excursionistas. Muchos de sus integrantes administran el comercio de estupefacientes en la zona, así como también los asaltos contra la propiedad. Dentro del club, según se averiguó desde este medio, existe una pequeña organización que clona tarjetas de crédito y que revende electrodomésticos robados. En un reciente operativo, la Policía Federal arrestó a numerosos integrantes de la barra, pero los liberó apenas horas después. Desde luego, los uniformados de la Comisaría 51 tienen mucho que ver en esta cuestión. Bajo Belgrano parece ser un sitio en donde el crimen funciona pero de manera regulada. Los índices no son tan graves como en otras zonas, pero de todas maneras existen complicidades extrañas entre la fuerza y los violentos dignatarios de la barra de Excursio.
El caso es que -retomando el tema murguero-, los vecinos se hartaron y, desde dos años atrás, iniciaron una oleada de medidas tendientes a remover a los corsos de su barrio. Lo lograron intimando legalmente y a través de notas a la Jefatura de Gobierno, que en su momento era administrada por Jorge Telerman. Las quejas continuaban llegando, pues desde el sector murguero se insistía para llevar adelante las murgas. El reclamo vecinal incluso llamó la atención de una diputada de PRO, lectora de este medio y que procedió a redactar una nota en la Legislatura para que el corso no tuviera lugar.
Desgraciadamente, el resto de los barrios porteños no ha corrido con la misma suerte. Los vecinos de aquellas zonas que deben cargar con la cruz de los corsos sienten que el Gobierno de la Ciudad los ha abandonado. Nadie pide por ellos, y tampoco los murgueros los han consultado al respecto de si les molestaría la realización del corso en sus manzanas. Lamentable. Pero más lo es el hecho de que los organizadores de los carnavales hacen más ruido, que al parecer es lo que importa a los políticos. Recientemente han vuelto a movilizarse para pedir por los dos feriados nacionales del carnaval, pedido ridículo si los hay y que no deja de revelar cierta reacción adversa para con el trabajo. También reclaman un subsidio para cubrir los costos logísticos de los corsos. Un reclamo todavía más dictatorial y deleznable que el anterior, pues ello implicaría que la mayoría de los ciudadanos que detestan la problemática asociada con los festejos, debería pagarles la fiesta. Como siempre, es muy sencillo manejarse con el dinero de los demás.
La recomendación para los barrios que sufren los corsos proviene del ejemplo exitoso de Bajo Belgrano. Los consorcios de los barrios afectados deben unirse y presentar escritos a través de abogados ante el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, intimando a sus autoridades. Publicaciones en los medios también pueden servir a tal efecto.
Mauricio Macri, ya demasiado acostumbrado a retroceder ante las minorías, debería poner su bigote en remojo y tomar partido por los vecinos que lo han votado. Ya ha sido un cachetazo para sus electores el haberlo visto acordar con Hebe de Bonafini y su prole terrorista en la áspera cuestión de los subsidios. Luego el asunto de los parquímetros.
¿Privilegiará Macri ahora el derecho de perturbar la paz de los murgueros antes que los vecinos de tenerla?
Todo indica que no existe mucho margen para la esperanza, y que habrá que soportar otro febrero de excesos.
Por Ricardo White, para El Ojo Digital Sociedad.
Email : elojodigital.com -arroba- gmail.com.
Por Ricardo White, para El Ojo Digital Sociedad