El plan argentino para dividir a Bolivia. Noventa mil muertos por un petróleo que jamás apareció
A lo largo de tres años, los proyectiles y los morteros por un lado, y el calor y la sed por otro, terminaron con la vida de más de noventa mil hombres en una guerra que involucró a las dos naciones más pobres de la América del Sur.
21 de Julio de 2010
Detrás de los fusiles y el desierto, acechaban dos gigantes del negocio del petróleo: la Standard Oil en Bolivia y la Shell, en Paraguay. Ambas empresas creían con entusiasmo que, debajo de la arenisca del Chaco Boreal, sobre una superficie de 250.000 km2 (dos tercios de la Provincia de Buenos Aires) dormía un mar de viscoso oro negro.
La así llamada Guerra del Chaco dio inicio en junio de 1932 y finalizó en el mismo mes de 1935. Enfrentó a dos naciones que venían del costo horroroso de conflictos internacionales en los que habían llevado la peor parte: Bolivia perdió la salida al mar en la Guerra del Pacífico cuando -aliada al Perú- enfrentó a Chile. Paraguay fue arrasado como floreciente potencia regional cuando la sociedad entre Brasil, Uruguay y Argentina hizo el trabajo sucio del plan de su Graciosa Majestad Inglesa para esta porción del continente.
Cuando comienza el conflicto, en la Argentina hacía ya cuatro meses que un militar estaba a la cabeza del Poder Ejecutivo. Por medio del eficiente sistema de burla de la voluntad popular conocido como "fraude patriótico", el General Agustín Pedro Justo había llegado al poder al frente de una alianza de conservadores, radicales alvearistas y socialistas presuntamente independientes.
Aquel ingeniero egresado de la Universidad de Buenos Aires, hacía meses que participaba en el diseño de un plan de operaciones urdido en las discretas salas del Estado Mayor del Ejército. Allí se planificaban las necesidades de logística y equipamiento que requeriría el apoyo franco al Paraguay, en base a munición, transporte, alimentos para el personal destacado en el frente de batalla y aún, las líneas de crédito blando y poco rigurosas que sostendrían la aventura.
En una carta diplomática, el embajador del Paraguay en nuestro país, declara: "El Dr. Saavedra Lamas (canciller de Justo) no sabe absolutamente nada de mis arreglos con los ministros militares (argentinos)". Cuando se refiere al Presidente, lo define como "noble y generoso amigo del Paraguay".
En el Estado Mayor del Ejército argentino, comienza a tomar fuerza una idea para forzar el desencadenamiento del conflicto. Un grupo de paraguayos, disfrazados como elementos del ejército boliviano, atacarían una posición argentina, obligando a nuestro país a entrar en combate.
Para llevar adelante la maniobra, se envía a un joven oficial a Formosa, la frontera caliente del teatro de operaciones que se está montando. En octubre de 1932, el embajador paraguayo le informa a su presidente que la cooperación argentina está en marcha y que en opinión del recientemente designado Gobernador formoseño es "perfectamente factible la ejecución de las indicaciones del Mayor Perón, secretario del Ministro de Guerra".
El espionaje boliviano toma nota del plan en marcha y el Presidente se queja ante un diplomático extranjero: "El Gobierno argentino ha concentrado fuerzas en las fronteras bolivianas a fin de dar una mano al Paraguay en caso necesario, previo un incidente que se provocará. El espionaje paraguayo en Bolivia es costeado por la Argentina y ha sido muy eficaz contra nosotros".
En pleno desarrollo del conflicto, ya se advierte que buena parte de las existencias de munición y de armas de Argentina ha terminado en brazos paraguayos. Un documento boliviano secreto lo denunciaba sin vueltas: "El plan de guerra fue estudiado y decidido por el Estado Mayor General del Ejército argentino. El General Vaccarezza, amigo personal del presidente Justo, vino a inspeccionar los preparativos en todas las líneas y el Teniente Coronel Schweizer vigiló la ejecución, mientras que cien suboficiales y clases del ejército argentino militan en las líneas paraguayas".
Como Bolivia contaba con una moderna fuerza aérea, conceptuada como la más poderosa del subcontinente, una comisión argentina viajó a Francia para equipar a su similar del Paraguay. Se dijo, incluso, que inicialmente algunas operaciones aéreas fueron llevadas a cabo por personal argentino.
El fiel embajador paraguayo le escribe a Ayala, su presidente: "Los materiales bélicos son transportados, en un principio, por buques de guerra argentinos a puertos de la costa argentina indicados por mí, donde los hace retirar nuestro gobierno y también clandestinamente desde los arsenales de Zárate a Asunción, con salvoconductos provistos por la prefectura argentina".
Desde febrero de 1932, el Mayor Perón es la mano derecha del Ministro de Guerra de Justo. Cuando abandona la función nueve meses después, ha urdido una red de contactos y compromisos que resultarán vitales para la evolución del conflicto. El embajador paraguayo, en cada comunicación a su Presidente, le encarece máxima discreción, sugiriendo incluso que el cónsul en Formosa quede al margen de las maniobras. Cada vez que en algún informe se reporta algo, enfáticamente agrega: "Según me aseguró el Mayor Perón".
La Comisión argentina para la compra de armamentos en Europa tenía autorización para comprar materiales con destino al Paraguay. El contacto en Europa era un personaje muy conocido en la época infame, un individuo tan capaz como intrépido, que convenció a los militares argentinos acerca de la calidad de sus relaciones. El fabricante de armas Fritz Mandl había heredado una empresa que llegó a ocupar a 25.000 obreros y constituir un importante proveedor del ejército nazi en su Austria natal.
Acostumbrado a ofrecer suculentas comisiones, había construido un imperio suficientemente atractivo como para que Adolph Hitler se tentara con expropiarlo. Durante la Guerra del Chaco, los negocios con argentinos le proveyeron ingresos relativamente importantes y una simpatía por nuestro país tan intensa como para elegirlo como su refugio sereno en el exilio. En octubre de 1938, desembarcó en nuestro país con su familia, su Rolls Royce y 700 toneladas de oro en lingotes que fueron depositaron convenientemente en el Banco Central. Después de algún tiempo, compró una propiedad monumental conocida como "el Castillo", en un bello paraje cordobés de La Cumbre, covertido hoy en una hostería.
Pero los planes de Don Fritz de reanudar en la Argentina la fabricación de armas, alarmaron a los servicios de Estados Unidos que, desde ese momento, comenzaba a desplazar a Inglaterra de su puessto de nación influyente en América del Sur. Terminó sus días en la misma ciudad austríaca en que había amasado su fortuna, en 1977. Dijo de él, en 1942, el diputado socialista Mario Bravo: "El hombre vinculado a los contratos de armas y a quien yo denuncié como el gestor de las coimas y documenté todas esas cosas, no sólo robaba en connivencia con los fabricantes para beneficiarse él en los contratos argentinos, sino que también robaba en los contratos realizados para el Paraguay".
Los oficiales argentinos del Estado Mayor seguían con preocupación la suerte vacilante de los países empeñados en la mayor carnicería humana de la historia de América. Habían conocido por entonces las teorías que sostenían con vehemencia el rol de las tareas de información y desinformación como instrumento de guerra. Debían crear las "condiciones culturales" para tornar legítima la violencia bélica y fundar en afirmaciones racionales y verosímiles "la continuación de la política por otros medios", citando la célebre frase del general prusiano Karl Von Clausewitz.
Pronto, tuvieron al hombre indicado para encomendarle la tarea: era un joven talentoso que a sus 24 años de edad integraba la Academia Nacional de Historia, y que tres años después había participado de la fundación del Instituto Nacional Sanmartiniano en 1933. La luminaria detectada se había revelado como historiador de buena prosa y concentración en asuntos que al Gobierno le parecieron afines y compatibles con el perfil requerido. En efecto, cuando corre el último año de la guerra, ya había publicado la "Historia del Gran Chaco" (1929), "Límites de la Gobernaciones Sudamericanas en el siglo XVI" (1933) y "Los Derechos del Paraguay sobre el Chaco Boreal en el siglo XVI" (1935). Sorprendentemente, acepta el ofrecimiento de escribir una obra destinada a alentar la formación de una nueva nación con parte del territorio de Bolivia.
En pocos meses, el proteico Enrique de Gandía saca a la consideración pública su libro "Historia de Santa Cruz de la Sierra. Una nueva República en Sudamérica". Pronto, la diplomacia de argentina y paraguaya dan amplia difusión internacional a la insólita propuesta; incluso, en la misma Santa Cruz de la Sierra donde instalan una idea secesionista que habría de perdurar hasta nuestros días: "La Guerra entre Paraguay y Bolivia ha demostrado que los pobladores de Santa Cruz de la Sierra no desean seguir formando parte de la nación boliviana y que aspiran a erigirse en república independiente".
El historiador boliviano Gerardo Irusta considera que la obra cumplió la función instrumental que se le asignó en el conflicto: "Fué financiado y costeado íntegramente por los intereses argentinos que estaban en juego en la guerra". Vale la pena reproducir la franqueza con que el autor se despacha en el prefacio de su libro: "Este libro es la historia de una Nación cuya independencia será algún día una realidad. La nueva República, que en un futuro próximo podrá contarse entre los demás Estados de la Améerica del Sud, llámase Santa Cruz de la Sierra.
"Ella será la consecuencia lógica del final de la cuestión de límites entre Paraguay y Bolivia, y su creación representará la libertad del último pueblo que aún permanece sujeto en el Nuevo Mundo".
Finalmente, obsérvese la resonancia con acontecimientos recientes en este último párrafo que transcribimos: "Santa Cruz de la Sierra, junto con el Beni, está llamada a ser una República independiente, entre Paraguay, Brasil y Bolivia, con un futuro lleno de halgadoras promesas".
Un documento interno de la Standard Oil of New Jersey afirmaba que los planes de la Compañía sobre el petróleo de Santa Cruz tendrían un curso más rápido y favorable si pudiese negociar con la "Nueva República Independiente".
En 1936, un bisnieto de Cornelio Saavedra recibe el Premio Nobel de la Paz por haber inspirado la firma de un Pacto Antibélico por parte de 21 naciones y en particular, por su hábil mediación para poner fin a la Guerra del Chaco.
Habían transcurrido tres años de un conflicto que enfrentó a 250 mil bolivianos contra 150 mil paraguayos. Durante el desarrollo del drama, Carlos Saavedra Lamas organizó un grupo de naciones limítrofes con los paises involucrados (Perú, Chile, Argentina, Brasil -el ABCP-) a fin de mantener la neutralidad y promover el armisticio.
El plan de la Cancillería argentina, al lograr que en Buenos Aires se firmase el acuerdo de paz, ponía límites al mismo tiempo a la influencia de Estados Unidos, país ansioso por desalojar a su Madre Patria del rol de potencia dominante en la región.
Pero la guerra sólo dejó devastación. El mar subterráneo de petróleo se esfumó como un mal sueño. La oligarquía argentina había jugado una vez más a ser el escudero complaciente de Inglaterra.
El 27 de Abril de 2009 se firmó en nuestra capital el acuerdo definitivo de límites entre los actores del conflicto. Casi setenta y cuatro años atrás, Bolivia y Paraguay habían enterrado al último de los 90 mil inocentes sacrificados en el altar de las multinacionales del petróleo.
Por el Dr. Sergio Julio Nerguizian, para El Ojo Digital Sociedad e Historia.
E-mail: sjnerguizian (arroba) hotmail.com.
Por el Dr. Sergio Julio Nerguizian, para El Ojo Digital Sociedad e Historia