Genocidas
“Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” (John Donne)
26 de Octubre de 2010
El 23 de noviembre de 2009 escribí una nota, a la que titulé “Corrupción, como Genocidio”[i], en la que describía cómo la forma de ejercer el poder y concentrar la caja de este Gobierno que supimos conseguir estaba matando, literalmente, a gran parte de la población, sectorizada en las capas más desprotegidas de la Argentina.
Hoy, después de ocho años de los Kirchner en el poder, con el país creciendo -por obra y gracia de la soja y de las exportaciones a Brasil- a tasas nunca vistas en la Argentina, ha muerto una niña más por desnutrición.-
El propio Gobernador de Misiones acaba de decir a los medios -¡qué no dirá mañana de ellos la Presidente por twitter!- que la cifra de muertos en su Provincia alcanza, por esa sola causa, a doscientos seis casos, mientras que los afectados llegan a seis mil.
Mientras tanto, siguen impunes los delitos relacionados con los fondos de Santa Cruz, con los sobreprecios en las obras públicas, con el lavado de dinero instrumentado con la venta de terrenos en Calafate, con la valija de Antonini Wilson, con la mafia de los medicamentos, con las coimas en los subsidios al transporte, con las facturas truchas de Skanka, con los fideicomisos y la importación de gasoil de Venezuela, con el cínico enriquecimiento ilícito de don Néstor y sus cuarenta ladrones (su familia, sus testaferros, sus ministros y sus amigos, comenzando por Ricardo Jaime y los secretarios privados del tirano de Olivos y de doña Cristina), y miles de etcéteras.
Hoy, otro chico se ha muerto porque el Estado, en manos de estos inmorales, no es más que una alcancía en la que todos ponemos para que ellos roben. Ellos se llaman funcionarios, sindicalistas, empresarios y, tristemente, hasta militares y policías.
Hoy, mientras don Néstor y la Presidente dilapidan dineros públicos para hacerse enviar los diarios y las medialunas a la Patagonia, otro chico ha muerto por desnutrición, por la ausencia de ese Estado que pretenden haber reconstruido sobre la falsa distribución.
Hoy, mientras doña Cristina y cada uno de sus ministros se roba empresas enteras, o funde a las que no se doblegan, otro chico ha muerto.
El sábado, mientras la Presidente twitteaba en el Calafate, un tornado golpeó a un pobrísimo pueblo de Formosa. Ochocientas casas fueron destruidas y dos mil personas perdieron todo lo –poquísimo, casi nada- que tenían; sin embargo, la Presidente dormía y, por supuesto, no podía ser incomodada.
Argentina, con cuarenta millones de habitantes, es capaz de producir alimentos para quinientos millones de personas; por impericia, por negligencia, por culpa o por dolo, no lo hace. Porque está en manos de unos sinvergüenzas ignorantes que, con el declamado propósito de privilegiar el mercado interno, han terminado con todos los incentivos a las indispensables inversiones, esenciales para lograr el verdadero crecimiento.
Argentina, que supo ser un país rector en materia de educación en América Latina y respetado en el mundo entero por ello, no solamente ha dejado de serlo sino que hoy no logra ubicar, entre las mejores trescientas universidades del mundo, una sola nacional.
Argentina, de la que llegó a dudarse –en la segunda década del siglo anterior- si superaría a los Estados Unidos, se ha convertido en el único país del mundo que, a lo largo de setenta años, sólo decrece y decae.
Y hoy, como corolario, Argentina, que supo ser el paraíso soñado por las masas de inmigrantes que lo poblaron y enriquecieron, ha sido aplazada -2,9 puntos sobre 10- en materia de corrupción, como sucede desde hace ya varios años.
La muerte de cualquier hombre duele y clama al Cielo. Pero la muerte buscada de los niños más pobres y olvidados de nuestro país, en manos de estos genocidas que no dudan en hartarse a costa de esas vidas, nos exige algo más que poemas, oraciones y declamaciones.
Los argentinos debemos asumir las culpas que, como sociedad, tenemos en la caída y en la desolación en la que nos encontramos, y ponernos de pie para recuperar la autoridad en la familia, para terminar con la degradación en las costumbres, para construir instituciones sólidas y confiables y, antes que nada, para terminar con el hambre entre nosotros, para evitar nuevas muertes por inanición; en suma, para volver a ser un país, para construir una nación y dejar de ser un mero consorcio.
Por el Dr. Enrique Guillermo Avogadro -Abogado-, para El Ojo Digital Política.
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Por el Dr. Enrique Guillermo Avogadro -Abogado-, para El Ojo Digital Política