Reflexiones sobre el relato oficial y la clara derrota de la oposición
La oposición debe dejar de confiar en que la disconformidad con el cristinismo pueda hacer el trabajo que ellos debieron realizar; el populismo berreta del “modelo K” fue el único que supo hacer llegar su mensaje, terminando por beneficiar a CFK en este pseudoensayo electoral. Si bien es cierto que ganó en todo el país a excepción de San Luis, el “relato” del 50,07% no es verdadero. Lo que es más, ni siquiera se acerca a la realidad.
Nadie puede seriamente culpar al Frente Para la Victoria por haberse convertido en el “partido único”; que esto coincida con las aspiraciones hegemónicas del kirchnerismo no significa que el gran contribuyente a éste íntimo logro no haya sido el tropel de opositores desarticulados y sin un discurso “relato-propuesta” que han preferido la exaltada pequeñez del fragmento a la sobria grandeza de la unidad. Se debe destacar, asimismo, que se viene profundizando desde la crisis de 2001 –ya un poco marcada en los 90 del siglo XX- que el peronismo y sus distintas vertientes, o desviaciones ideológicas encarnadas por sus candidatos, parecen ocupar de modo cada vez más expansivo el teatro electoral argentino.
Así como en el 2003 la trilogía de fórmulas peronistas obtuvo un 61% de las preferencias y el 1995 la duplicidad de fórmulas en competencia llegó al 79%, en las pasadas primarias -y según el “relato” del Ministerio del Interior,- el peronismo acaparó el 70,4%. ¿Se ha peronizado la Argentina? El calificativo dista de tener relación con un fenómeno ideológico, ya que lo que desde hace 20 años se denomina “peronismo” fue una suerte de variante “ágil y versátil” de pragmaticidad que antepuso el adaptarse a los tiempos reformulando innumerables facetas de su ideología; ante la no condena social esta metamorfosis, dio como resultados un Estado descuartizado por el menemismo invocando al primer mundo y la modernidad del neoliberalismo en los noventa, y un pseudoprogresismo peronista socialiberal con los Kirchner.
Aquella metamorfosis logró que el cristinismo acepte la incorporación de Carlos Menem sin rasgarse ninguna vestidura, y de la mano de La Jefa logró candidatearse a senador por La Rioja para octubre. El principal rival de CFK en la interna del domingo fue Eduardo A. Duhalde, quien apadrinó en el 2003 la carrera de los K, aunque este padrinazgo se cortó luego en el 2005 en las Legislativas. De los tres –Menem, Duhalde y los Kirchner- uno fue el padre del modelo que intentó emparentar al peronismo con el neoliberalismo de los 90 con el acompañamiento de los otros dos, aunque Duhalde se corre de ese esquema en 1996 y plantea tempranamente la salida de dicho modelo para ingresar en uno productivista y desarrollista; lo que lo llevó a la derrota de las elecciones de 1999.
Néstor y CFK recién abjuran de aquel esquema neoliberal en el 2003 –recordemos que se negaban a salir de la convertibilidad durante la misma crisis de 2001 y hasta durante la presidencia provisional de Duhalde en 2002- enfocándose a terminar la tarea de reconstrucción del Estado ochentista iniciado por el gobierno duhaldista. Luego, en nombre de un “progresismo peronista” se aferran a un populismo berretizado, caracterizado por lo que se dio en llamar el socialiberalismo europeo que impulsara la Tercera Vía. Desconociendo estas desviaciones, la dirigencia opositora optó por una pobre lectura de la demanda social reinante en los distintos estamentos adversos al “oficialismo” y confió desmedidamente en el rechazo popular a la gestión cristinista, dejando muy poco espacio para ganar la voluntad popular como alternativa “novedosa” y afianzando la convergencia que, desde hace tanto, se le reclama.
No existe como tal la oposición, y por lo tanto tampoco existió en esta interna –PASO-. Existió y existe una diversidad de voces que dicen de la dificultad que tienen, primariamente, para escucharse unas a otras, logrando el castigo social por dicha insolvencia para el acuerdo –y más luego de haber alcanzado una simbiosis de propuestas firmadas entre todos ellos en Diciembre de 2010-. Primó en ellos el personalismo que terminó perjudicando el interés de la mayoría y las necesidades de la Patria al no confeccionar una “alternativa más constructiva” en el camino a octubre; una parte del voto –y del no voto, ocurrido desde hace ya casi 15 años- es un verdadero castigo para la oposición, por dividirse innecesariamente o, lo que es mucho más grave aún, por cuestiones personales.
Las elecciones son el corto espacio de tiempo en el que lo importante es el “elector”; en las pasadas internas del domingo, los votos se liberaron de las tutelas, los encuestadores y los analistas, la victoria de CFK fue absoluta y ha demolido a la oposición. La continuidad le ganó al cambio, y aunque para algunos sea doloroso, ellos deberán reconocer que el acierto estuvo en los votantes y el error en sus críticos. Mientras ella ganaba, sus candidatos en los tres distritos más importantes fracasaban, significando que el pueblo no acepta a los “delegados” del poder central, aunque luego se muestren dispuestos a acompañarlo.
Mientras el oficialismo mostró aciertos y errores –algunos muy groseros- la oposición en ningún caso demostró estatura para ofrecerle al ciudadano una sucesión segura; el radicalismo no pudo restañar las heridas de su falta de internas y el alfonsinismo que lo encumbró en 1983 lo dejó afuera del juego, junto al aborto prematuro y traumático del gobierno aliancista, augurándole tiempos negros de no asumir una renovación profunda. El peronismo opositor nunca ensayó siquiera una crítica a los desmanes del neoliberalismo del menemato, y para peor lo “recuperó” con hombres e ideas en varios casos, ofreciendo el pasado como opción de futuro y sin siquiera proponer un “relato diferenciador” de los supuestos “modelos en pugna”; el progresista contra el neoliberal.
La denuncia despiadada en nombre de la ética –aunque cierta y veraz- termina por desnudar las propias carencias de propuestas, así como las virtudes morales no pueden sustituir a las imprescindibles miradas ideológicas y las capacidades de gobernar; si se sabía que la cuestión económica podía tener un papel decisivo en la orientación política de las capas medias, ¿por qué no se supo persuadir al votante durante la campaña de lo que debía e iba a hacerse en esta materia, preservando lo indispensable –o lo bien hecho- y transformando lo necesario –o lo mal realizado, o no realizado-? El triunfo opositor de 2009 se convirtió en una feria de vanidades, fueron tantos los que se sintieron sus dueños que el pueblo abandonó la “causa”.
Son muchos los políticos y los grupos que este domingo pasaron a retiro, por propia decisión o por la fuerza del viento que los barrió, la percepción política de quienes lideraron las diferentes fuerzas opositoras fue inadecuada para generar confianza y consenso donde tanta falta hacían; el pueblo no oficialista -64,5%- manifestó claramente su disconformidad profunda con lo que los adversarios del Gobierno le ofrecían, esa, y no otra, es la conclusión ineludible que ponen de manifiesto los resultados del plebiscito del domingo 14-A. En otras palabras, el pueblo prefirió lo que había –con sus errores, falencias y corruptelas- al “balbuceo” y se volcó hacia el Gobierno. No fue tan solo una derrota electoral, para varios fue el final de una vida política que no fueron capaces de recrear, o sea, de adaptar al tiempo presente.
El cristinismo –como antes el kirchnerismo- suele cometer toscas y permanentes equivocaciones y errores (incluso delitos), pero cuando espanta votantes, la oposición se esmera en devolverle votos perdidos con discursos vacíos de sentido o con acciones de desplazamiento de los militantes políticos; ninguna de las ofertas electorales reunía lucidez de ideas y capacidad de ejecución, ni por parte del oficialismo ni de la oposición. No existió quien ofreciera una alternativa superadora del presente –verdaderamente gris, chato y muy poco creativo- respecto de las necesidades nacionales, eran todas anteriores a su propia transformación; fue atroz la mediocridad con la que se asumió el golpe de la derrota, esa y no otra es la mejor explicación del triunfo cristinista.
La total asimetría entre el oficialismo y las tendencias opositoras evidenciada por estas primarias prueba lo endeble de nuestro sistema de partidos, y por extensión, la fragilidad que termina por comprometer el desarrollo venidero de nuestra democracia. La ineptitud opositora para saber privilegiar el entusiasmo por un proyecto republicano es la causa primera de la cosecha de frutos del oficialismo. Se ha dicho -y vuelvo a repetirlo- que la oposición fue derrotada ante todo por su irremontable fragmentación y la falta total de un mensaje-relato superador de la mediocridad del “modelo” oficialista. A este despedazamiento obstinado, el tiro de gracia se lo puede terminar pegando CFK en Octubre próximo.
Nadie contribuyó más a su propio derrumbe que los jactanciosos abanderados de esa falta de sentido común, las vanidades desmedidas, las apetencias personales y/o familiares antepuestas a las necesarias participaciones de los mejores cuadros y militantes, y las designaciones de candidaturas a dedo. Mientras ellos se despedazaban a dentelladas por ocupar espacios y cargos –hoy cuasi ficticios- durante meses y meses, exhibían retazos deshilachados de una tela incompleta y le daban la espalda a lo verdaderamente indispensable para entretenerse con lo accesorio, el pueblo emprendía la marcha silenciosa hacia las fuentes de gratificación de hoy –pobres y marginales- y hacia el conformismo con lo que hay, y quizás hasta con el mañana.
Estas primarias ofrecían una posibilidad que la oposición desperdició. Era sabido que después ya no habría posibilidad de aunar esfuerzos. Mientras el oficialismo acapararía todos los votos de quienes quisieran la continuidad de este modelo mediocre, la oposición tendería a dividir los esfuerzos; era preciso formar un frente común y llevar a todos los candidatos que quisieran competir; ninguno tenía que bajarse o posponer sus ambiciones, el más votado representaría el frente en octubre y lo que hoy se visualiza no estaría ocurriendo, ni siquiera en el supuesto de que el cristismo obtuviera lo que dice haber obtenido. En el peor escenario existiría una fuerza opositora amplia y sólida, capaz de controlar al gobierno en caso de ser reelecto.
Si el próximo legislativo refleja el paisaje del domingo 14-A, la Patria se verá frente a una peligrosa situación, con la réplica de la primaria del domingo la oposición le obsequiará la hegemonía política y hasta la legislativa, un verdadero peligro para el republicanismo y la democracia misma. Es justo reconocer que el gobierno sabe ir hacia donde quiere, mientras que la oposición dice querer ir hacia donde no saben hacerlo; donde no se sabe convocar el porvenir, se termina alentando la opción por la pura actualidad, eso es lo que sucedió. Los principios republicanos, la ética pública concebida como valor innegociable, no bastaron ni mucho menos para persuadir a tantos votantes disconformes en esos órdenes y en otros, con la gestión oficial del cristinismo.
El periodismo, asimismo, es cómplice del “relato” oficialista impulsado desde el Ministerio del Interior, donde se remarca el triunfo con un 50, 07% de los votos -10.363.319 votos del FPV- sobre el 96,84% de las mesas escrutadas, las mismas que se anunciaron a las 24 horas del mismo domingo (inicialmente en C5N), sin que nadie pudiere entender cómo se había llevado a cabo dicho cómputo, si en la Provincia de Buenos Aires había mesas que aún estaban siendo escrutadas y que, pasadas las 6 horas del lunes 15, aún no se había completado ese escrutinio. Sobre eso, encontramos que, de un padrón de 28.853.153 electores, dicen que votaron 21.757.053. Es decir que (además de los votantes con documentos duplicados existentes, y en algunos casos denunciados, comprobados y hasta inicialmente detenidos; y de los votos colocados por fuera de la legalidad en las urnas, “llenado de urnas” que se dice y que sólo en Capital alcanzó a 400 mesas según las planillas del Frente Popular) dicen haber votado el 77,82%, llegándose a un récord imposible de ser creído, equiparándose casi con lo sucedido en 1973.
Este verdadero dislate pretende hacerle creer al ciudadano que se registró un record de electores que superó en un 15% los promedios de las últimas cinco (5) elecciones –tanto legislativas como presidenciales-, y para colmo debemos aceptar que existieran 1.057.390 votos nulos, impugnados y/o en blanco. Lo cual supone que, sumados a los 7.096.100 no concurrentes, existirían 8.153.490 ciudadanos que están por el no o el ni –pero nunca con el oficialismo, que se preocupó y mucho por llevar a votar a todos sus militantes o los cooptados por sus planes sociales-; finalmente, un 28,26% que, sumado a los 10.336.344 votos obtenidos por la oposición, nos indican con claridad no descubierta por los medios ni el periodismo tan sagaz que el tan meneado 50,07% de la Presidente (sumados a los 35,82% de la oposición y los 28,26% de los no votantes o votantes anulados) nos otorgaría la imposible cuenta matemática de sumar 114,15%, cuando todos desde la primaria sabemos que el total del porciento (%) es CIEN (100): sobra un 14,15%, es decir que están "de más" 4.082.721 votantes.
El “relato” del oficialismo cristinista y de los medios de comunicación masivos y los hombres de prensa –a sabiendas o por desconocimiento de la matemática más elemental- promocionan que CFK ganó en primera vuelta, reafirmando el “ya ganó” que se venía inculcando desde los estamentos del Gobierno todo. Los guarismos reales, después del “fraude” denunciado por Carlos Brown del Frente Popular y de varios voceros de Ricardo Alfonsín como “monstruosas irregularidades”, por las incongruencias entre los telegramas, la carga de datos y el resultado de las mesas (y las planillas firmadas por las autoridades de mesa en poder de los fiscales), nos muestran que CFK logró un triunfo holgado con el 35,92% del padrón electoral, o a lo sumo con un 47,63 % si tomamos la cantidad de votantes que ellos dicen haber existido, sin descontar los votos blancos nulos e impugnados, lo cual no dejaría de contradecir el precepto matemático.
El aluvión de consumo, la mejora ficticia del salario, la asignación universal por hijo –aunque no tan universal-, el discurso de la inclusión y los derechos humanos, la mejora y ampliación de las jubilaciones –más allá del achatamiento de la pirámide y la negación del 82% móvil-, el crecimiento de la economía y la producción y la apelación a la participación de los jóvenes fueron cuestiones que terminaron pesando de modo más homogéneo sobre el pueblo que la alta inflación, la inseguridad, la persistencia de altos índices de trabajo en negro y la desocupación que no baja y se ha amesetado, el ahogo y persecución sobre determinados sectores productivos, la corrupción que hasta llegó a las organizaciones de derechos humanos, la creciente proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan, el narcotráfico y el lavado de dinero; el ataque y la difamación sobre políticos, intelectuales, sindicalistas, medios y periodistas que no comulgan con el “discurso único”, funcionaron para el cristinismo como galvanizador de su tropa.
No es culpa de ellos que la oposición hayan tenido tan poca visión, que terminaran chocando entre ellos y que dejaran escurrir la potente perspectiva que les ofreció en bandeja el gobierno y la Presidente, con los errores, horrores y desmesuras de sus actos de gobierno. Ella, a la muerte de “él” supo recomponer el poder, cierto que a chequera y látigo. En los próximos 45 días se podrá ver cómo es ella luego del relato del 50% de los votos, cómo actúa y cómo trata a la otra mitad del país que no la votó y a sus dispersos representantes. Bien harían quienes se le oponen, mientras tanto -sobreponiéndose a la incredulidad y la bronca- tratar de entender qué está pasando en este país que votó el domingo 14-A pues de no hacerlo, negro se ve el futuro. Y no es difícil explicarlo: las inconsistencias opositoras, las sospechas que cayeron sobre la idoneidad de sus representantes y las dudas sobre sus aptitudes para gestionar colectivamente lo que prometían terminaron siendo mayores que todas las reservas inspiradas por el cristinismo triunfante.
Aquellos quienes intentaron proponerse como voceros de la democracia republicana ante los representantes de la democracia populista (berretizada de este falso progresismo) no fueron ni convincentes, ni tuvieron un discurso-relato que llegase al electorado que estaba en desacuerdo con el oficialismo o estaba en duda. Nadie puede dudar que ganó el progresismo populista porque supo hacer llegar su discurso y además contó con el apoyo invalorable del bullicio estéril por parte de la oposición. El electorado desoído que ésta contribuyó a crear, en lo que hace al reconocimiento de sus demandas primordiales insatisfechas, acaba de castigar a quienes no supieron representarlo.
De hoy, hasta octubre la exigencia es alta, la tarea compleja, y la oposición para configurarse como tal, no puede menos que aposentarse sobre los más capaces e idóneos –dejando de lado los amigos y los alcahuetes de turno- y sobre la militancia tan degradada hasta hoy para pensar en un proyecto de mediano plazo. Ese proyecto -aunque no alcance para ganar octubre- debe generar expectativas de una alternativa perdurable a la del oficialismo que enriquezca y fortalezca la democracia argentina y que la aleje del “partido único” al que la Casa Rosada conducirá a la sociedad. A nadie medianamente orientado se le puede escapar qué es lo que palpita detrás del pragmatismo descarnado que imperó en este ensayo electoral; palpita una sombría resignación a vivir en un país donde impere el "Se hace lo que se puede", en vez de imperar la democracia, concebida como aspiración a conciliar principios y pluralismo, justicia social y educación de excelencia plena. Pero particularmente dirigida a los bolsones de extrema pobreza, un bipartidismo serio y un desarrollo como sociedad, imperando la ley y la solidaridad.
Algo del desaliento que hoy cunde en las democracias desarrolladas también parece expandirse entre nosotros, la falta de liderazgos políticos y sociales fuertes es una constante allá y aquí; la crisis mundial de este momento, antes que una crisis económica, es una crisis de creencias y de valores, de convicciones democráticas, entendidas como recursos aptos para infundir y ampliar la dignidad de la vida humana. La sombra de esta crisis parece empezar a expandirse también sobre nosotros. Por eso, nuestra dirigencia debe colocarse los pantalones largos y mucho más allá de los recaudos por el propio vedettismo y los problemas económicos que es preciso tomar y de los que tanto empiezan a hablarse en esta hora. Bien harían ellos y haríamos todos en preguntarnos qué cabe hacer para enfrentar este conflicto al que una oposición desmembrada y sin ideas tanto parece aportar, al no impedir que el descrédito de la democracia republicana siga prosperando entre nosotros.
“No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. La expresión es certera, pero la oposición política deberá ahora abocarse a generar un liderazgo superador de esta medianía hoy existente, si acaso pretende seguir existiendo.