La oposición no quiso -ni querrá- ganar: por qué el cristinismo es imbatible en las urnas
"Debieron elegir entre guerra y deshonor, y optaron por el deshonor. Pero también tendrán la guerra" (Winston Churchill)
A lo largo de estos últimos ocho años, el kirchnerismo -reciclado ahora en cristinismo como nom de plume- se las ha arreglado para reciclarse permanentemente ante sus propias crisis, al tiempo que ha logrado refrendar su condición de imbatibilidad. Las recientes Primarias Abiertas y Simultáneas representaron, en rigor, una confirmación de ello.
Reparar someramente en los episodios fraudulentos que acercaron a la Presidente al 50% de los votos el pasado 14 de agosto se convierte hoy en un ejercicio por demás inútil. La futilidad de ese esfuerzo solo sirve para remitir a las incoherencias y la carencia de agenda de un espectro opositor francamente devaluado y que ha pecado, fundamentalmente, a la hora de obsequiarse un horizonte de planificación estratégica.
Una vez terminen de confirmarse las enriquecedoras perspectivas del cristinismo (con la mirada puesta en las Presidenciales de octubre), el público dejará de especular frente a los ribetes teóricos de la "profundización del modelo" para comprobarlo definitivamente en la práctica. Para la militancia oficialista, es incluso tarde para desmentir esas prerrogativas. Obsérvese, por ejemplo, la renovada marea de presiones que tuvieron por objetivo a magistrados que venían "entorpeciendo" la aplicación de la Ley de Medios que oportunamente impulsara Balcarce 50. O las recientes declaraciones de la malograda Hebe de Bonafini, quien alegremente califica de "enemigos" a aquellos que reclaman su procesamiento. De manera poco disimulada -y como complemento de la avanzada cristinista-, el Gobierno Nacional tampoco se ha privado de reconocer que su caja se encuentra en apuros. Vale, a tal efecto, tomar nota de la iniciativa oficial para apropiarse de los recursos financieros de las obras sociales hasta este momento regenteadas por el sindicalismo. Ahora que los fondos jubilatorios han sido dilapidados sin remedio y que las reservas del Banco Central de la República Argentina son abiertamente calificadas de "papel picado", a la Presidente de la Nación no le queda otra salida que estrechar el círculo y echar mano de aquellos dineros que aún no controla. De otro modo -ella lo sabe-, no habrá forma de garantizar el aceitado y gigantesco mecanismo de subsidios gracias al cual ha cosechado una abultada cantidad de votos. No queda espacio para la duda: después de las obras sociales, el cristinismo irá por la renta financiera y la consolidación de la parálisis del sector importador [a criterio de planchar el ya insoluble déficit comercial], para rematar con la creación de una suerte de nueva "Junta General de Granos". Los fondos controlados por los gremios y el campo se perfilan aquí y ahora como los grandes botines de la Casa Rosada. Aunque debe apuntarse que la apropiación de las utilidades de productores agropecuarios tiene -para los mentores de la movida- un componente que convierte a esa empresa en una meta más dulce: el factor ideológico. Para colmo, estos sectores productivos se han ocupado de obsequiarle un notorio voto de confianza a Cristina Fernández Wilhelm en las Primarias. Estos referentes no han hecho otra cosa que optar por su propio verdugo.
El cristinismo goza de buena salud electoral porque fragmenta y luego castiga. Su aparato de subsidios (basado en asignaciones familiares, Planes Descansar y entrega de notebooks) sinergiza con la pauta oficial, gracias a la cual se mantiene a la totalidad de los medios del país bajo control. Por si todo ello fuera poco -que no lo es-, existe otro poco visible pero reconocido proceder: se trata de la garantía discrecional compartida a empresarios y entrepreneurs amigos del poder para que operen sin ser perturbados por la Justicia. Este modus operandi que solo puede catalogarse de "permiso para robar" representa la frutilla del postre en el banquete oficialista. Y, merced a esta ingeniería, el Gobierno Nacional amplifica su radio de acción, al tiempo que consolida sus metas electorales: no menos de un 35% del electorado nacional se encuentra bajo control de la agenda presidencial.
Con seguridad, los dos principales reductos opositores se han notificado de este escenario para "quitar el pie del acelerador". Parece existir consenso para trabajar a reglamento y permitirle a la Señora acceder a una contundente victoria el próximo 23 de octubre, fecha pautada para las Elecciones Generales. Tal como lo reflejara cierta fuente que cruza permanentemente las fronteras entre peronismo disidente y radicalismo: "Hay acuerdo: prefieren optar por dejar ganar a Cristina, para que ella misma se haga cargo de este lío". La falencia que exhibe esta cuestionable estrategia es de carácter ineludible porque -en vistas del desmadre que apuntan las cuentas del Gobierno Nacional y al considerarse la variable política- no pocos grandes players del concierto dirigencial saben a ciencia cierta que la Presidente se verá imposibilitada de completar su nuevo período de cuatro años. Esta realidad ni siquiera es rebatida por el núcleo duro de Balcarce 50 y Olivos: comienzan a oírse -puertas adentro- comentarios respecto de una certeza, y esta refleja que no existe gran motivo para la celebración. Más tarde o más temprano, la esmerilada oposición deberá hacerse cargo de un problema ostensiblemente mayor. Lo cual remite a la célebre sentencia de Winston Churchill que encabeza la presente columna.
A la postre, la obligada mención al pacto secreto opositor nos devuelve a las recientes Primarias del 14 de agosto, a criterio de desmenuzar el voto ciudadano. Cristina Elisabet Fernández Wilhelm recogió adhesiones bastante disímiles, en donde la porción de votantes "convencidos" destaca por su escasez. Ello se explica en virtud de que -hoy es claro- gran parte de aquellos sufragaron apremiados por la posibilidad certera de perder su cuota de ayuda alimentaria, asignaciones familiares o de otra índole. El resto supo deambular dentro del margen del 35% de "rehenes" que señalábamos renglones más arriba, sin fundamentar mayormente su elección. En lo que respecta al voto de las clases medias y altas -que resultara favorable a CFK-, sobresalen dos grandes grupos: a) aquellos que temían ser castigados con mayor inflación e impuestos, para el caso en que el oficialismo resultare derrotado y, b) un nutrido espectro de electores que, más tarde, reconocerían haber optado por la Señora porque no verían con malos ojos que la situación le estalle en sus propias narices. Parece otearse, a fin de cuentas, alguna coincidencia entre la cosmovisión de una franja del electorado y la que apuntan el puñado de referentes que reposan en la vereda de enfrente de la Administración.
En tanto oficialistas y opositores han decidido sumarse a un inquietante espectáculo, teñido de fuegos de artificio y adornado con malabares ejecutados con piezas candentes, por estas horas existe consenso respecto de quiénes serán los que pagarán la fiesta, una vez caiga el telón.
Y, muy probablemente, la última sonrisa que el gobierno se digne a regalarle a la ciudadanía coincida con la instancia en que la Presidente de la Nación deba dejar el país con motivo de alguna gira internacional, dejando en control del Poder Ejecutivo a... Amado "Aimé" Boudou. Un show del que no habrá que perderse detalle, en primera fila.
Por Matías E. Ruiz -Editor-, para El Ojo Digital Política.
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