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El timón está en la gente
La propaganda ha sido mucha y muy fuerte para convencer que los gobernantes están rodeados de un halo de magnificencia inigualable. De allí es que se autodenominan “su majestad”, “el excelentísimo”, “la honorable” y demás adjetivos que rebalsan de pomposidad y grandilocuencia. De allí las reverencias, saludos serviles, venias, trompetas, alfombras coloradas y demás parafernalia.