Las Islas Malvinas, jamás un problema: fueron, son y serán argentinas
Contestar mediante un simple análisis las barbaridades escritas por Vicente Palermo el pasado 22 de septiembre en Clarín -página 25-, es más que un deber. Es un derecho de todo argentino bien nacido que, aunque se opusiera a la guerra de la dictadura, nunca considerará un “problema” la causa Malvinas. El “conflicto con Gran Bretaña” jamás “estuvo cargado por la traumática experiencia de la guerra y por su carácter emblemático de un nacionalismo que nos ha perjudicado” como el periodista del matutino lo expresa.
Desde hace ya un tiempo, cualquiera es un “politólogo”. Se trata de una especialidad o carrera que no existe en ningún país del mundo, pero que aquí es utilizada cotidianamente por una enorme cantidad de personas y personajes como si fuere un título honorífico. Escudados en esta supuesta “especialidad”, intelectuales o analistas políticos de toda laya y capacidad se dedican a opinar sobre cualquier variedad de temas con el “derecho” que le asiste a todo ciudadano de decir, pensar y expresar lo que quiera.
Pero de ahí, a que un medio supuestamente “serio” le otorgue una página en la sección “opinión o tribuna” para expresar verdaderas falacias o sandeces a este “investigador del Conicet y Miembro del Club Político Argentino” (Vicente Palermo), me parece una verdadera barbaridad, o cuando menos una arbitrariedad periodística que debería admitir, como mínimo, el derecho a réplica en iguales condiciones que las otorgadas a este personaje, que viene a plantear el conflicto con la Gran Bretaña y la justa causa de la territorialidad argentina de las Islas Malvinas como si fueren un problema de chauvinismo nacionalista.
Para la enorme mayoría del pueblo argentino –y para la totalidad de los intervinientes, los caídos honorablemente, y sus familiares- “las Malvinas” no son ni un diferendo de carácter territorial, sí una guerra impulsada por las necesidades políticas de la dictadura argentina y del gobierno conservador y liberal británico, y en tercer lugar “la causa nacional” que tuvo desde la ocupación misma de las islas ha comienzos del siglo XIX por el imperialismo británico, y siguió teniendo con todos los gobiernos constitucionales y democráticos “la recuperación del archipiélago”, pero si bien se puede acordar en algunos puntos la diferencia del carácter de éste acuerdo primario lo hace totalmente diferente.
No es un diferendo territorial pues la tenencia por parte de la Gran Bretaña del territorio insular malvinense es producto de una ocupación bélica e indebida –robo, piratería, etc.- y siempre fue tratada por Argentina como un “reclamo” ha derecho y por los carriles del derecho internacional , la diplomacia y en el seno de las Naciones Unidas, más allá que la potencia imperial ocupante nunca satisficiera siquiera la exigencia de dicho organismo internacional a sentarse a debatir el diferendo, llevando ya más de medio siglo de ésta absurda y arcaica postura colonialista. Y si bien acordamos que luego de 150 años de infructuoso reclamo el diferendo se “cargó pesadamente por la terrible experiencia de la guerra de 1982” no lo hizo como él explica por la fuerza asertiva de la causa.
Es una verdadera afrenta, y una muy baja chicana a nuestros héroes –combatientes vivos o caídos, militares y civiles, soldados, suboficiales y oficiales- querer “despojar al diferendo Malvinas de esos lastres” según sus palabras, que conllevan el concepto impuesto desde el neoliberalismo y socialiberalismo imperante en los últimos treinta (30) años de “desmalvinizar” al pueblo de la Patria. Así como la guerra sirvió a los intereses espurios tanto del gobierno militar argentino, como del liberal conservador de Margaret Thatcher que atravesaban por graves conflictos internos, la desmalvinización que se intenta imponer desde entonces sirven a fines políticos, económicos y de dominación tan bajos y espurios como los de aquellos gobiernos.
El interés nacional, nunca puede ir contra la voluntad inquebrantable de su pueblo, y la necesidad de desmalvinizar la Causa Malvinas está íntimamente atada a los intereses geopolíticos de la explotación indebida de los recursos naturales no sólo del archipiélago, sino de los territorios y archipiélagos antárticos por empresas y gobiernos extranjeros; es por ese motivo que el “conflicto no es un simple diferendo” y que nunca el reclamo de devolución puede ir contra el interés nacional.
A casi 30 años de aquella guerra que colocó nuevamente la “causa Malvinas” en el ojo mismo del seno de la ONU, y que su “devolución” recibió el expreso y unánime apoyo de la totalidad del universo iberoamericano y de los países emergentes, es causa primera para “justificarla” –aunque nos duela y nos sangre el recuerdo- más allá de condenar a quienes traicionaron esa gesta. “¿En qué consiste la causa Malvinas?” se llega a preguntar y luego arteramente se responde “Se trata de una configuración discursiva, que incluye un relato del pasado, una interpretación del presente, y un mandato en relación al futuro…fuimos víctimas de un despojo. Como consecuencia… está sufriendo una mutilación territorial”.
El grado de falacidad y perversidad del “relato-discurso” aplicado por este “investigador” en pos de la necesidad de bastardear la Causa Malvinas y como consecuencia lógica desmalvinizar al pueblo sobre lo que el con sorna llama “la redención territorial (la “recuperación” de las islas) sea una condición necesaria de la afirmación nacional” aplica el relato desmalvinizador que entronca ese caro sentido –que existe en todos aquellos Estado-naciones que se precian de tales- con el “ser enfáticamente nacionalistas” como si ser nacionalista fuera sinónimo de anticuado, fascista o no moderno y progresista.
El “nacionalismo” como tal es la base de sustentación de todas las naciones que se han destacado y lo siguen haciendo en el concierto de las naciones, y nunca el nacionalismo percibió la Patria –concepto mucho más profundo que el de Nación- como “víctima, despojada, mutilada e incompleta”, muy por el contrario este sentido de nación, el nacionalismo, percibió a la Argentina y a la Gran Patria Latinoamericana como una entidad plena, completa, victoriosa y a ser profundamente desarrollada en todo su enorme y gigantesco potencial hasta convertir a la Patria –la chica y la grande- en un verdadero “Imperio” continental, industrializado.
Quizás sea su propia formación, o su deformación intelectual –para ser más preciso- el que le lleva a pensar que la Causa Malvinas es un “modo particular del nacionalismo argentino” y no lo que verdaderamente es, que muy contra su pensamiento no es un “precipitado integrado a lo largo del tiempo por nociones, formas, palabras, símbolos, creencias, memorias, propias de ese nacionalismo” sino un impresionante sentimiento de pertenencia sentimental, intelectual y racional a una Patria, una raza –y su consiguiente crisol de ellas- y un lugar extremadamente importante en el mundo.
Las Malvinas no son el ADN de la identidad nacional, pero el permitir que una ex potencia colonial detente su patrimonio no es colaborar con esa misma identidad nacional, identidad nacional que no está supeditada a la causa Malvinas, pero sí íntimamente supeditada a su no desmalvinización, y todo aquello que como concepto antinacional implique, aunque esto conlleve a reconocer en su total amplitud –favorable y desfavorable- la guerra del 82; y en este concepto desde la afrenta británica, pasando por la traición estadounidense al TIAR, hasta llegar a lo despreciable del gobierno dictatorial y de los empresarios nacionales y extranjeros que lo avalaban.
Reivindicar la “causa Malvinas” y hasta la propia guerra, como el llamar Puerto Argentino a la capital del archipiélago no es ni mentirnos a nosotros mismos, ni condicionar la diplomacia y mucho menos dejar de reconocer que luego de soportar el avasallamiento colonial durante casi dos siglos (180 años) Argentina no sólo está dispuesta a negociar una “salida decente y coherente” a ese estatus colonial improcedente y anacrónico, como podría ser un gobierno tripartito –ONU, Gran Bretaña y Argentina- por un período lógico de 25 años y con reconocimiento a la permanencia de la población trasplantada e implantada por la potencia colonial como forma de ocupación ilegítima del territorio.
Argentina, contra la falaz o capciosa interpretación del firmante estuvo y está dispuesta a cesiones como no lo están ni los “intrusos” kelpers, y tampoco el Gobierno y la Corona Británica, ya que una parte importante de sus ciudadanos están más por desprenderse de un territorio que les trae más gastos y costos que beneficios; y esto es así tanto que en la década del 60 del siglo pasado se llegaron a negociaciones muy serias al respecto, luego de que el archipiélago dejara de ser estratégico para la defensa y dominio del Atlántico Sur. Ocultar estos hechos y sus realidades frente al pueblo es “desmalvinizar” el sentimiento popular, algo intentado vanamente desde la derrota misma de la guerra del 82.
Es infantil y perverso pretender igualar las Resoluciones de las Naciones Unidas y el apoyo irrestricto iberoamericano y de las naciones emergentes a la total y absoluta “descolonización” británica a simples “consejos” para que las partes se sienten a negociar. “¿Frente a quién se oscurecen estos puntos fundamentales?” se pregunta y su autocontestación lleva aparejada la mediocridad del “discurso-relato” desmalvinizador del escriba, “frente a la opinión pública doméstica que, sin elementos de juicio, termina reforzando su fe en los lugares comunes de la causa”. La opinión pública doméstica y la iberoamericana tienen muy presente el avasallamiento colonial de la potencia pirata.
La misma potencia que esquilmara al pueblo boliviano, al paraguayo –con la connivencia del Gobierno mitrista y el de Brasil y los independentistas uruguayos-, al colombiano y al venezolano por nombrar sólo a los más perjudicados; es por estos motivos que son absolutamente inaceptables las cuatro propuestas de Palermo, la de reeditar la fórmula del “paraguas de soberanía” como marco de una política de cooperación de gran alcance solo le es útil a los intereses económicos de los intrusos kelpers y las empresas transnacionales interesadas en los recursos hidrocarburíferas y pesqueros del archipiélago.
Tampoco el del reconocimiento como sujetos de derechos y deseos de los intrusos y ocupantes de facto –porque sería como reconocerles derechos a los usurpadores de viviendas o tierras urbanas o rurales, algo que las leyes nacionales e internacionales no reconocen-, menos aún, y aquí está quizás el motivo central del “artículo relato-discurso”, remover la cuestión Malvinas de la cúspide de las prioridades de la política exterior ya que esto es lo que desde hace 30 años se viene intentando con muy poca suerte en el plano popular, desde todas las esferas del sector antinacional y desde los intereses económicos de aquellos que pretenden lucrar con esos recursos naturales.
Es tan procaz la propuesta desmalvinizadora de Vicente Palermo que no puede conllevar otra respuesta que la de dispensarle el más profundo rechazo y repudio, en nombre propio y en el de todos los muertos en combate o suicidados, heridos, desaparecidos y sus dolientes familiares, traspasar la cuestión Malvinas del lugar prioritario que hoy por suerte aún conserva, en contra de todos los ataques que el pensamiento antinacional viene redoblando, para pasarlo al lugar de “importante” en función del mejor interés nacional es como pretender privarle a la mujer y madre del amor de su hijo y del suyo propio.
Esto es una cuestión de “causa nacional” y no una cuestión de mezquinos intereses económicos. Muchos menos es una cuestión de nacionalismo por victimización o por mutilación territorial: es una cuestión de reclamar legalmente por aquello de lo que fuimos hurtados o robados por una potencia colonial en retroceso, en sociedad con los Estados Unidos de América.