La comarca de la ruleta
A los jóvenes que cuidaban la puerta del Palacio, les llamaba muchísimo la atención que, de vez en cuando -casi en horas de la madrugada- salía alguno de los jerarcas de allí adentro y, al pasar, les obsequiaba un beso.
No. No era eso que usted piensa.
Y no era, tampoco, que pueda haberse tratado de una de las múltiples visitas al Palacio que solía hacer el Juez Procusto (tan afecto al ósculo).
No.
Tardó bastante en descubrirse de qué se trataba en verdad. Veamos...
Un granadero de la comarca, que aguantó sin dormirse en su plantón, contó una noche en un asado que, en rigor, en el primer piso del Palacio (en un lugar llamado salón blanco), funcionaba una ruleta.
Cada día, se sorteaban 36 temas insólitos. Al azar.
Resonaba, en cada bola que se iba a lanzar, la voz de un croupier de tono solemne y autoritario:
- "Señores; se van a sortear los artículos 4º y 17º de la Constitución de la Comarca. Hagan, por favor, sus apuestas."
Y mientras todos ponían sus fichas en un paño verde, el tipo agregaba:
(les leo, señores, para que recuerden lo gracioso que es esto: "Solo el Congreso impone las contribuciones a la Nación").
Los apostadores lanzaban una carcajada verdaderamente contagiosa y sincera.
Y, a los veinte segundos, se oía: "No va mássss"...
"¡Colorado el 18, señores! Los artículos 4to. y 17o. son negros..."
"Así que, hasta el año que viene, no se cumplen". Y la totalidad de los presentes se mofaban, alegres.
Cuando se sorteó el Artículo 16 (colorado), salió negro el 2...
Y todos gritaron: "¡Bravo! ¡Nadie es igual ante la ley!"
Como una jugadora de casino, Ella sabe muy bien que el hecho de tener el campo despejado, como lo tiene, es algo que se exhibe completamente divorciado de cualquier escala de méritos propios.
Y, luego de haber cobrado quince “bancas” seguidas, dejar la apuesta en la mesa... es algo que no le permite disimular el vértigo.
Necesariamente, salvo que sea una psicótica, debe encontrarse (con remarcable frecuencia) en medio de su total soledad. Haciendo un acto de íntima contrición y reconociéndole, sonrojada, al espejo que, en ese cuadro de virtual devastación, su único mérito es el default irreversible de una oposición reventada.
Nadie, absolutamente nadie, de esa oposición, surgirá para el 2015. Por cuanto la esencia actitudinal de todos esos monigotes, desde siempre, ha sido el suicidio.
Ella debe mostrarse pletórica de coraje... Pero le sale, fatalmente, como un gesto ortopédico. Tiene miedo.
Diríase, antes bien, que su miedo es una pura conciencia de la insólita sucesión de carambolas que la tiene allí parada y que, por obvias razones, le permiten pensar en cualquier cosa, por más loca que ésta parezca.
Si ella se va algún día, su sueño -en este preciso instante- es poder dejar al muchacho.
Y no se piense que esto es una extravagancia de quien esto escribe. No.
Esto salió precisamente, de la ruleta de hace pocos días.
Y, preguntado el muchacho si estaba de acuerdo (como todos saben que no habla), emitió una mueca absolutamente extraña...
Llamaron al Oráculo de Delfos, intérprete de las muecas y, después de mirarlo fijamente dos minutos, dijo: -Parece que acepta.
Somos una sociedad que, en las actuales condiciones merece, precisamente, eso.
No es cierto que la autoría del panorama de terrible pulverización de la oposición sea obra de algún cerebro supuestamente astuto.
Como he dicho, el andrajo de la oposición se presenta como una arquitectura perfecta del sadomasoquismo y de la vocación autodestructiva de cada uno de sus propios integrantes. Payasos profesionales, todos ellos.
El dinero de la “caja”, arrancado cada día a mansalva del superávit fiscal primario (aún habiendo sido muy turbio) no exhibe hoy un solo centavo.
Es decir, lisa y llanamente, que no hay más superávit.
Tributos inexistentes en cualquier país del mundo, regresivos y sin duda absolutamente confiscatorios... ya no alcanzan para configurarlo.
Ahora, resulta imperativo ir a buscar dinero "a como dé lugar": a las cajas de las obras sociales importantes.
Y no se crea Usted, apreciado lector, que con el RENATRE les va a alcanzar. No, señor.
Es por eso que a Hugo Moyano se lo ve acomodándose, para recibir el golpe.
Tampoco (y mucho menos) les va a servir de mucho la prórroga de la Ley de Emergencia Económica, que se sostuvo a flote sólo por su antojo y por la trágica sumisión de la piara legislativa.
La victimización y el luto como uniforme de combate no son otra cosa que su miedo en estado puro. Suficiente para poner en el nivel de náusea a cualquiera, y hacerle perder hasta la mínima conciencia de su rol constitucional.
Se le abre la pista frente a sus ojos, como un horizonte que le permite ver, sin embargo, un enorme vacío. Sin el menor sosiego, sin la menor serenidad, le ladra a las sombras. Casi como si no les creyera nada a sus propios laderos.
El miedo a las sombras es un estadio previo a la esquizofrenia. Pues incluye el miedo al espejo, como en el caso del "Doctor Jekill y Mister Hyde", la célebre novela de Stevenson.
Ella sabe que va a ser duro aguantarse lo que se le viene...
Se le complicó obscenamente el camino, y ya no existe margen para más impuestos. Si se va, el “efecto vacío” puede provocar varios suicidios y el colapso de una cadena de negocios tan inmensa que nadie se imagina el curso de los correctivos del instinto de supervivencia colectivo que va a dispararse en todo ese ejército de dependientes y sumisos.
Nosotros, no. Pues nosotros, súbitamente, hemos de encontrarnos con su "herencia".
Y la aceptaremos mansamente, sólo por la impunidad que campea en este trágico territorio de aventureros del poder.
La aceptaremos, simplemente porque no implica mayor responsabilidad que la que puede imputarse a cualquier enésima “intentona” vanidosa de gestión, luego de tantos años de desquicio.
Vamos a aceptar mansamente la exacta medida de sus inacciones y de sus deberes de reforma estructural, todos científicamente incumplidos, postergados, mentidos, camuflados y contaminados.
Porque, en la República Argentina, nadie paga por nada. Y mucho menos por los desastres perpetrados desde la función pública.
Nadie es juzgado por incompetencia. Nadie es procesado por la famosa falta de idoneidad, que está condenada explícitamente en un precepto constitucional. Nadie jamás paga por una catástrofe en el Estado que condujo.
Pero -eso sí- se jura para que Dios, la Patria y "El", lo demanden.
Y no se ha conocido un solo ejemplo de que “Dios” o la “Patria” hayan demandado alguna vez algo a algún gobernante, en estas comarcas.
Y la venganza del faraón Tutankamón, por supuesto, ni la sueñen...
Por eso, juran por El...
Y, en medio de este desierto de ideas, en medio de este erial de la más elemental imaginación, lo único que se les ocurrió es una ruleta.
De allí surgieron los brillantes estímulos a los inversores, el tratamiento a los mercados que se van perdiendo al fulminar las exportaciones, la caída de los cupos en los puertos en los que se han colapsado las compras por muerte de las importaciones... De allí ha surgido todo.
Y algo más terrible, y mucho peor que todo lo anterior:
De allí, de esa ruleta loca, surgió que, a los extranjeros que regresan a sus países, les prohíban cambiar los pesos que les sobraron.
Aunque parezca mentira, así es. Existen innumerables y graves quejas planteadas ante varias embajadas. Que involucran, incluso, elevados montos de dinero en pesos. Sobrante, de cara a la gran sorpresa de haberse encontrado en la comarca, con precios tan altos que no valían la pena. Esto es lamentable pero, a la vez, estrictamente cierto.
Un ciudadano norteamericano aullaba, días pasados, en una reconocida casa de cambios. Gritaba desaforadamente que lo habían engañado. No le permitían recomprar sus dólares. Debía llevarse una importante suma de pesos a Estados Unidos, los cuales, obviamente, no le iban a servir para un bledo.
Entonces, mágicamente, de esa ruleta, surgió una industria autóctona:
La venta de enemas de papel moneda argentino.
Unas enemas de papel, para que todos los extranjeros que vengan al país a gastar y que, a la hora del retorno, se encuentren con sobrantes en pesos, puedan tener una solución, aunque esta no involucre la recuperación de sus dólares en billete.
Podrán hacerse una enema de pesos. Por cierto, antes de subirse al avión.
Operatoria que resulta prácticamente indolora, pues se procede a hacer un licuado con el papel de los billetes de cien pesos. Se mezcla con un poco de yoghurt, y el extranjero puede encaminarse hacia algún baño del Aeropuerto de Ezeiza... para pensar sentado si alguna vez se le va a ocurrir regresar a la Comarca de la Ruleta.
Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política
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