Laura Di Marco y la sacralización de la investidura
Aún los que votaron a la mujer que dirige nuestros destinos… y que fue ungida luego, aceptan que ella… “tiene un grado más o menos aceptable de corrupción” (eso indican dos de las propias encuestas del gobierno en sus capítulos confidenciales)
Aún los que votaron a la mujer que dirige nuestros destinos… y que fue ungida luego, aceptan que ella… “tiene un grado más o menos aceptable de corrupción” (eso indican dos de las propias encuestas del gobierno en sus capítulos confidenciales).
El cargo presidencial nadie lo duda… tiene una significación republicana de tipo puro en lo institucional, de tipo universal en cuanto al alcance de la globalidad del estado que administra… de respeto y de prudencia.
La “investidura presidencial” es el carácter institucional que se adquiere por la posesión de ese cargo. Esa investidura… es como una capa, como una especie de toga o manto… que cubre la imperfección de un cuerpo humano.
Supongamos… que debajo de esa toga… hay una persona enriquecida ilícitamente, una persona que dirige organismos de espionaje en contra de quienes opinan diferente… alguien que, sin lugar a ninguna confusión o error… le miente a toda la ciudadanía sin ningún arte ni estilo… una soberbia que se burla cotidianamente de las instituciones enviando a pagar jueces y a dar estímulos a los legisladores de una oposición que sabe tullida para que le voten sus caprichos.
Supongamos que… con la protección augusta de ese palio… hay una persona que no deja dudas sobre su proclividad corrupta y sobre su inmoralidad de toda escala. Una persona sin tabla axiológica de valores y sin medida para la tenencia y conservación de un poder absolutamente corrompido.
La investidura presidencial es… en cualesquiera de esos casos… un concepto que solamente la irracionalidad mantendría unido a tal persona. En efecto, ese concepto no viene pegado a la persona humana… sino que se desagrega… porque las propias instituciones lo gritan en su letra… y que se puede fulminar… simplemente con la mano rígida de la conciencia crítica del “soberano” que es el pueblo… quien fue el creador de ese palio. La descripción de una persona con las características que hemos señalado en el ejemplo no merece respeto, aún encontrándose bajo esa toga. Y no es la toga solemne a la que se irrespeta… sino a la persona que vive a su socaire. No hace muchos días la periodista Laura Di Marco que escribió un libro bastante bien descriptivo de uno de las más claras expresiones de la corrupción de esta mandataria, llamó al orden al empresario Dreyfus sólo porque le pareció… en ese momento… que el empresario había faltado el respeto a la investidura presidencial. Ningún insulto se oyó de las palabras de este señor… solamente una consideración sobre la incoherencia y la falta de equilibrio sobre ciertos temas notoriamente vinculados a la deshonestidad y a la corrupción.
La periodista… muy exitosa con su libro… por algún raro sortilegio, se convirtió en una solemne desconocedora de algo lo que jamás debe ser dogmático y que… como se ha dicho… es pasible de una desagregación conceptual automática : LA INVESTIDURA PRESIDENCIAL. Raro esto, después de que incluso Laura Di Marco fue cuasi apretada en la Feria del Libro a la luz del día… y mucho más raro es que ella pueda considerar que la presidente ignora lo que le hicieron esos papistas que trabajan forrados en dinero bajo su protección y bajo el lema “vamos por todo” Sabemos que Laura no lo ignora, pero ella admira a Moliere Es que después del apriete parece haber ocurrido un “abordaje” y acaso no precisamente para pedirle disculpas a esta frágil escritora … sino para conversar amigablemente con ella… sobre dos cosas a) Las próximas ediciones de su libro tan exitoso y la estimación de las ganancias que por ello esperaba b) La eventual ayuda para que termine de redactar su próximo libro… sin la rigurosidad del anterior.
Si la “brillante” escritora y periodista carece de la cultura como para saber que el concepto de “investidura presidencial” no pervive pegado al cuerpo de un corrupto o criminal en el ejercicio de su cargo, debe regresar a los estudios terciarios. Ahora acaso pueda sufragar sus gastos en Harvard Y mucho menos que eso…, ignora acaso que los resortes constitucionales habilitan al pueblo para protestar…y que eso no tiene irrespeto implícito…. como que… si esa protesta termina en un helicóptero… la investidura no va a subir jamás a bordo de esa nave. Es raro que con estudios de sociología, y habiendo ejercido la docencia … no sepa, o algo la haya hecho olvidar rápido de la desagregación y de la automática repugnancia que aquel concepto siente por la ortopedia de un sujeto adherido a él por la simple carambola del destino Es raro que FOPEA (el Foro de Periodismo Argentino) que promueve la ética y la calidad periodística como pilares fundamentales de la práctica profesional deje pasar este enfoque (por lo menos sospechoso) de una de sus miembros… cuando atañe a una esencia ética.
Por extensión se pueden ver entre este tipo de enfoques, contaminados por la política protectiva, algunos pecados conexos: voy a repetir aquí algunos conceptos vertidos en mi última disertación en la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en la que seguramente mi colega Di Marco… obtuvo su carnet. Y hay una visión rarísima… de este tipo de periodistas “cambiantes”… que parece muy peligrosa. La visión de aceptar ciegamente una exagerada idolatría tradicional por un concepto que podríamos llamar aquí, “la democracia trucha”. La democracia argentina La democracia, concepto solemne si los hay, se nos quiere presentar a todos como si fuera un gran “cuco extorsivo”.
No se puede criticar a la democracia, (como aquí lo voy a hacer), sin que aparezca algún imbécil que le venga a decir a uno que es un golpista , un totalitario o un gran antidemocrático. Siendo los dirigentes políticos argentinos, casi sin excepción… una caterva de truchos, chantas y rateros sociales, es difícil que la democracia se pueda salvar de tener el sello de su conducta. Y Laura Di Marco debería saberlo de memoria. El “producto natural” de esos sujetos… es la “democracia trucha”. Y aún peor : La democracia termina siendo… ellos mismos La democracia, lo mismo sirve para denigrar y excomulgar a quienes no la defiendan con uñas y dientes así como para blindar las actuaciones de sus más conspicuos beneficiarios : Los dirigentes políticos que fueron elegidos por ella. Los que elige una ciudadanía, obligada a votar. Y así, cuando ya están elegidos, parece que esa elección fuera una especie de salvoconducto ó patente de corso para que se perpetre cualquier clase de medidas y decisiones.
Una ordenanza que exige el acatamiento total a cualquier decisión. La esencia misma de la democracia reside en la ambición sin freno para ganar cuantas elecciones vengan, y por el margen mayor posible. En consecuencia, el afán, ó ideal de cualquier partido, es pues, ganarlas, una tras otra, y por unanimidad, todas. El sueño honesto de un político democrático, sería que todos los votantes se sintieran representados por él, y en ese sentido su anhelo coincide plenamente con el del dictador y el totalitario, sólo que el primero de los tres aspira a verlo cumplido mediante la persuasión y los otros mediante la imposición, la invasión, el sometimiento, el dirigismo, la ocupación y la fuerza. El primero por aclamación. Los otros, con o sin ella. El primero está dispuesto a conformarse con una aproximación razonable al cumplimiento de su anhelo, los otros no tolerarán el incumplimiento parcial y no aceptarán otra cosa que la cabal realización de sus designios. La meta de ambos es, sin embargo, la misma: tener el poder, agrandarlo, acumular cada día más y ejercerlo sin ninguna clase de trabas, dirigir y manipular a los gobernados a su criterio, independientemente de que tanto el uno como el otro crean ó puedan creer estarlos favoreciendo, protegiendo, guiando y hasta tutelando.
Un político, de la clase que sea, es alguien que, para empezar, cree estar en lo cierto. Puede, tranquilamente, estar loco de remate y no habrá examen previo que le diagnostique su reviro y le impida asumir la función que sea. Cuenta con periodistas raros como Laura Di Marco que van a defenderlo.
Cree saber… lo que es mejor para sí mismo y para los demás, para la totalidad de sus conciudadanos, y quiere llevar a la práctica su proyecto ó –más artísticamente- ver plasmadas en la realidad sus figuraciones más extravagantes.
Es alguien que aspira, siempre, a regir sobre otros y a decidir por otros, aunque formalmente lo haga “en nombre” de esos otros. Que uno utilice la persuasión y el otro la imposición no es poca diferencia, al contrario. Es toda la diferencia. Pero esta diferencia no debe ni puede, de hecho, ocultar que dentro de la persuasión caben y también se inscriben, el sofisma, la demagogia, la mentira, el engaño, las falsas promesas, y tal vez la calumnia. Sin duda todas las farsas, las argumentaciones falaces y por supuesto la propaganda, no digamos el insulto, las acusaciones infundadas, la trapacería, la difamación, la emboscada, la hipocresía y el chantaje. Y sin embargo, la superstición democrática, en su manifestación más extrema, pretende y logra que todo esto sea normalmente excusado.
Que sea pasado por alto, aceptado y aún acordado. Respetado visceralmente por los Di Marco. Rara vez o nunca será denunciado o condenado. Se toma como “parte del juego”, ó como “gajes del oficio”, ó como la “lógica de las alianzas”, de la “compensación y de la represalia”. Lógica del cambalache.
Todo esto se analiza con asombrosa asepsia, se cuenta y se especula con ello, se admite y aún se propicia. Parece normal que un político diga lo que no piensa, prometa lo incumplible, diga cualquier pavada, esconda sus intenciones y cambie de opinión en función de sus caprichos, sin explicar tal cambio. Es normal que se crea dueño del Estado y haga de él un coto de caza para sus negocios o para sus vicios. Siempre va a llegar un exégeta (comprado o confundido) que le haga respetar la “investidura” Nunca será castigado un dirigente político por sus veleidades ó inconsecuencias.
No se le han de pedir cuentas porque un día censure y al siguiente ensalce a un contrincante, a otro partido. Siempre va a encontrar un comprensivo agasajo de todo lo que diga o haga –en realidad resignadamente corrupto-. Pero cuando surge por ventura alguna persona que por estas prácticas descalifica a un político ó a un partido, entonces todos, como un ejército, sacarán a relucir sus dientes para que, con su magia, vuelvan las acusaciones en contra de quien los acusa: “Somos una agrupación democrática, somos hombres de la democracia, gozamos de inmunidad democrática”, “hemos sido limpiamente elegidos en unas votaciones libres”, “atacarnos equivale a insultar a varios millones de electores”. Estos son los reproches amenazantes a cualquiera que se anime a criticarlos.
Cuidado: atacar lo sacralizado es hereje. Un partido puede ser democrático en el sentido meramente técnico de estar registrado como tal y concurrir a las elecciones, pero puede perfectamente no serlo ni en su espíritu ni en su funcionamiento interno (y vemos que no lo es casi ninguno), ni en su defensa de ese sistema político ni, desde luego, en su mínima tolerancia de los demás partidos. Unos políticos pueden haber sido, en efecto, elegidos en votaciones libres, pero será difícil ó más bien imposible… que lo hayan sido “limpiamente” en la Argentina.
No sólo por las habituales manipulaciones antedichas sino porque, sobre todo, habrán sido elegidos en primer lugar –esto es, contratados, comprados, premiados ó “fidelizados”- por el aparato de sus respectivos grupos que los colocara en las listas cerradas armadas sobre “negocios a futuro” o devolución de favores. Y, claro está, criticar, atacar ó incluso descalificar a un político no equivaldrá jamás a insultar a un solo votante suyo. No ya porque un altísimo porcentaje de votantes opte siempre por una ú otra lista sólo como mal menor, sin ningún entusiasmo ni, desde luego, por incondicionalidad alguna, sino porque, por mucho que a los políticos y a los partidos les guste considerarse ó estén considerados “representantes” de la ciudadanía… a la hora de los hechos… lo son en grado mínimo, en nuestra democracia. Son unos perfectos chantas.
Truchos, todos ellos, reyes de la justificación, buscadores de culpas ajenas… lavadores de manos… insinceros… irresolutos… trenzadores de arreglos y acróbatas de la promesa. Ladrones en su mayoría.
Lo decisivo aquí, es que son siempre, y en el mejor de los casos, representantes interinos provisionales. Azarosos, si se me apura. Y la prueba de ello, es el modo en que, ellos mismos, cada vez que hay nueva campaña, procuran atraerse precisamente el voto de quienes la vez anterior no se lo dieron ni los quisieron como representantes suyos.
Digamos, en suma, que su grado de “representación” está tan rebajado, tan pálido, tan “televisivo”, su vínculo con los electores es tan teórico, cambiante y superficial, que de ninguna manera se podría hallar veracidad en sus pretensiones de transferir los ataques que reciben al cuerpo de sus votantes. Esa correa de transmisión que inventaron, es una entelequia.
Los gastos insólitos y demenciales (como los del avión Tango) de los funcionarios y dirigentes políticos a cargo del erario público se podrán justificar siempre, por más escandalosos y superfluos que sean, sólo con “estar contemplados en las nobles partidas presupuestarias legalmente aprobadas”, y así hasta el infinito.
Un formidable muestrario de dirigentes políticos que, empezando por ella, son los arquitectos consumados de la democracia trucha.