Cristina Kirchner, regente incorpórea del Estado fallido. Enajenación mental y autocensura
Una vez más -aunque con visos que comportan bastante mayor gravedad que la devuelta por la crisis de 2001-, el país se mira en el espejo del caos social.
Una vez más -aunque con visos que comportan bastante mayor gravedad que la devuelta por la crisis de 2001-, el país se mira en el espejo del caos social. Ante los ojos de millones de ciudadanos, los promocionados "treinta años de democracia" aparecen como una pálida mascarada que, por si acaso hiciera falta, no logrará otro efecto que el de potenciar los saqueos en varias provincias del país, traccionando la amplificación del desasosiego. Para certificarlo, allí están las postales de toma de tiendas y supermercados, con el subsiguiente incendio de los mismos, y la ejecución de sus dueños y empleados por parte de hordas sin control.
En medio de la instantánea generalizada del desquicio, se asiste a una clase dirigente superada por una enajenación mental digna de la que prevalece en cualquier hospital psiquiátrico. Pocos días después de que Córdoba padeciera una oleada de hechos vandálicos con desgraciados paralelos en su historia, el Gobernador José Manuel De la Sota se mostró en una reunión con el Jefe de Gabinete, desbordando sonrisas. Acaso obviando que fue el propio Jorge Milton Capitanich Popovich el principal responsable político que, demora mediante, depositara a la Nación en el escenario dantesco que hoy construye titulares a cada minuto. Conforme se vuelve incomprobable que fue el obscuro Carlos Zannini -a la sazón, Secretario Legal y Técnico de Presidencia- quien descartara la propuesta del chaqueño para asistir a la provincia mediterránea desde el envío de gendarmes. A la postre, Capitanich parece no haber visto otro camino -quizás, el de la desesperación- que aferrarse a la exasperante regurgitación retórica de una Casa Rosada sin comando que justifica los hechos de violencia (y, por ende, los nutre) endilgándole a espectros políticos opositores el haber ingeniado el estallido. Precisamente, de la mano de un intendente cuya victoria en los comicios generales ahora pocos recuerdan, y que -desde la óptica expuesta por el dueto de incompetentes Alak y Alvarez- fue asistido por un ignoto concejal de cuarta línea.
La presentación encarnada por el Ministro de Justicia y su Secretario pertenece a la órbita del surrealismo puro y duro. Julio Alak y el camporista Julián Alvarez se esforzaron para mostrarse como un par de agents provocateurs de baja estofa: desde una tranquilidad cimentada en el cinismo y elucubraciones maquiavélicas lindantes con la "rancia policía", blanquearon su aparente necesidad de incrementar el hervor de una situación de por sí insostenible. En insoslayable sintonía con el compendio demencial de expresiones de Daniel Osvaldo Scioli quien, en el exabrupto, sindicó a los manifestantes de las fuerzas de seguridad de "tener en vilo a toda la sociedad" o "poner en riesgo la vida de la gente". Declaraciones por demás incompatibles con la moralina de un funcionario que disfruta trasladándose hacia su quinta La Ñata en aeronaves de la Gobernación, no menos de cuatro veces por semana. Scioli no es otra cosa que un ícono del quebranto socioeconómico de la Provincia de Buenos Aires, responsable de sumergir al extenso territorio bonaerense en la crisis de seguridad más siniestra que se recuerde. Visiblemente atemorizado, se mostró perspicaz como jamás lo había hecho. No porque le preocupara en modo alguno la ruptura del más elemental contrato social y el bienestar de la ciudadanía, sino porque sus pingües negocios -que, en mucho, dependen de la temporada estival- se veían comprometidos. A último momento, comprendió la gravedad del panorama; ello sucedió cuando su "mesa de trabajo" promovió la poco sana idea de reprimir a los policías acuartelados con elementos de Gendarmería Nacional, si las negociaciones caían en desgracia (proposición sobre la cual Hugo Matzkin, jefe de la Bonaerense, podría ilustrar con soltura). El consejo atendible para Capitanich, Alak, Alvarez, Scioli y Matzkin: fundamentar su hipótesis relativa a la "policía en rebelión y motivadora de saqueos" a la familia que sobrevive al subcomisario chaqueño Cristian Vera, ultimado por delincuentes que -entre risotadas- ponían de suyo para vaciar un comercio en los extramuros de Resistencia. El Gobierno Nacional y sus esquizofrénicos capitostes invierten más tiempo en adherir a los postulados incorporados del falaz discurso del dictadorzuelo ecuatoriano Rafael Correa, antes que en atender a sus propias responsabilidades. Algo los descolocó, a saber, que los agentes "rebeldes" acusan un apoyo ciudadano de importancia en muchas ciudades del país.
La autocensura en los medios de comunicación también ha sido un capítulo sometido a debate en los albores de la oleada de saqueos, y durante su desarrollo entre el lunes y el martes. Así lo certifican residentes de ciudades tales como Santa Fe, Concordia, Resistencia y San Miguel de Tucumán: ciertas porciones del periodismo colaboran para minimizar los hechos, "retocando" hacia abajo las cifras de decesos. Este detalle no menor -que recuerda a la desinformación computada en días previos a la gran inundación de La Plata y alrededores- ciertamente contribuye a multiplicar la furia de los damnificados. Por desgracia, el fenómeno no solo se registra en localidades del mal llamado "interior" del país: en la madrugada del lunes, la conductora del noticiero de Todo Noticias (TN), Natalia Marquiegui, reprendió con severidad a un colega que detallaba los funestos prolegómenos de Concordia, bajo la etiqueta de "guerra civil". El reportero solo describía los hechos tal cual los veía in situ, en donde comerciantes armados defendíanse a balazo limpio contra saqueadores y potenciales homicidas.
El cierre no sería justo, si no fuera dedicado expresamente a la Presidente de la Nación, habida cuenta de que su pasatiempo predilecto parece coincidir con la evasión o la fuga cuando las catástrofes comienzan a ganar espacio, o bien cuando éstas llevan ya un tiempo de acontecidas. Hace pocos años, la Universidad de Princeton echó mano de una definición desarrollada por el think tank Fund For Peace (FFP, http://www.fundforpeace.org/) para explicar los fundamentos de los Estados fallidos. La descripción -traducida del inglés- cita lo siguiente:
- una incapacidad para proveer servicios públicos razonables, y una incapacidad para interactuar con otros Estados como miembro pleno de la comunidad internacional.
Con periodicidad, una nación fallida se caracteriza por el fracaso social, político y económico. Caracteres comunes de un Estado fallido incluyen:
- un gobierno central tan débil o inefectivo que presenta escaso o nulo control sobre su territorio;
- no provee servicios públicos;
- un grado de corrupción y criminalidad ampliados;
- refugiados y movimiento involuntario de poblaciones; y
- una aguda declinación económica.
No será necesario razonar más de la cuenta: el actual estado de situación -con su respectivo estallido de violencia- encuentra incontables argumentos en el probado desinterés de Cristina Fernández de Kirchner por la función presidencial, las instituciones y la vida humana. A poco de renovar su mandato, la jefe de Estado (si acaso le cabe aún ese papel) se ha convertido en mudo testigo de la exterminación del "modelo" y su "relato". Clausura en clave de desgobierno que sobreviene con saqueos, homicidios, y destrucción de la propiedad pública y privada.
Curiosidad: el kirchnerismo se preocupó por conmemorar hasta la recalcitrancia -y con clara objetivación de latrocinio- luchas que sucedieron cuarenta años atrás. Sin saberlo, terminó retrocediendo el calendario, para repetir hechos registrados hace exactamente doce.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.