El futuro es negro
En las últimas semanas, los argentinos hemos asistido a resonantes casos de inseguridad...
04 de Septiembre de 2014
En las últimas semanas, los argentinos hemos asistido a resonantes casos de inseguridad: los violentos robos a las casas del conductor radial Bobby Flores y del médico cirujano en Los Cardales; el asesinato de la adolescente Melina en Villa Lugano y el posterior desalojo del asentamiento 'Papa Francisco', con la consiguiente suspensión de clases en la escuela durante quince días debido a la extrema violencia y la insólita polémica entre Sergio Berni y el gobierno porteño. Apenas tres casos en el medio de tanta violencia diaria. Pero acaso lo peor no sea esto, sino lo que se viene.
Si despues de diez años de crecimiento económico a 'tasas chinas', la delincuencia no sólo no ha cesado sino que ha extremado su violenta metolodogía, cabe preguntarse qué les aguarda a los argentinos en los próximos años, con una inflación rampante, una recesión que vino para quedarse y una desocupación en aumento. La relación entre delincuencia y marginalidad no siempre es lineal, pero la exclusión económica contribuye notablemente al accionar de la misma, y sobre ésto pocas dudas quedan. En un contexto económico que se deteriora día a día, el futuro inmediato está lejos de presentarse alentador.
Con todo, el problema principal no parecieran ser el default, el dólar o la inflación. El mayor desafío al que nos enfrentamos como Nación no es otra cosa que el caldo de cultivo que ya se generado para la proliferación de la violencia en todas sus formas, con la intolerable facilidad para delinquir y el avance inexorable del narcotráfico en todas las ciudades del país. El tráfico de drogas hace tiempo ha dejado de representar un riesgo, para transformarse en una realidad con la que la mayoría de los ciudadanos debe convivir cotidianamente.
Pero nuestros políticos discuten poder: Carrió y Solanas se pelean por Macri; Scioli mide si le conviene saltarse a la vereda de Massa, o quedarse en el kirchnerismo; la propia Cristina juguetea con Kicillof como posible candidato; Randazzo hace pasaportes e inaugura -de tanto en tanto- alguna formación nueva para algún ferrocarril -y viaja demasiado seguido a Mar del Plata, desconociéndose si debido a razones proselitistas o por algún interés pecuniario controlado en la zona, acaso en sociedad, con Jorge Milton Capitanich.
En concreto, la dirigencia política ha decidido mudarse a otro planeta. Mientras todo esto pasa, la sociedad argentina no abandona el camino de la desintegración, por momentos concentrándose en escaramuzas inútiles contra molinos de viento: sea porque los buitres son 'malos' y buscan depredar nuestra geografía, sea porque el periodista Marcelo Longobardi hace bien o mal en jugar al golf, sea porque Berni es un personaje simpático o simplemente caricaturesco... sea que Maradona deba o no contraer nupcias con Rocío Oliva. De tanto en tanto, la realidad nos abofetea con la fuerza del puño de Tyson y -solo entonces- llegamos a notificarnos de la naturaleza peligrosa de la jungla en que vivimos. Plagada ésta de famélicos leones y de lobos que portan piel de cordero.
El panorama que comparten a diario la mayoría de las escuelas estatales bonaerenses asusta. Sólo a título de ejemplo -y citando a los propios protagonistas, en este caso, docentes y autoridades de colegios marplatenses-, servirá repasar algunas pequeñas anécdotas: un chico de 12 años apedreando en la puerta del colegio al colectivo donde se trasladaba una maestra que acababa de reprobarlo en un exámen; una alumna amenazando a otra docente, advirtiéndole que su padre se apersonaría para obsequiarle una golpiza in situ; un alumno de apenas 9 años espetándole en la cara a la docente que no lo toque, cuando esta apenas lo palmeó en la espalda para que entre al aula. Esto solo solo fotogramas de un escabroso contexto, en el cual los directores no ejercen ya ninguna autoridad, y los docentes se encuentran incapacitados para amonestar o reprender a los educandos. Nos relata una maestra: 'No son casos aislados; es una realidad diaria. Y no es para justificar nada, pero muchos de los alumnos provienen de familias disfuncionales, con padres golpeadores, chorros, y madres borrachas y ausentes, y viviendo en condiciones de extrema pobreza'. Algún desprevenido quizás se vea tentado de declamar que esta juventud representa el futuro del país.
¿Qué tipo de reacción podría esperarse de una sociedad, si uno de los funcionarios más encumbrados del Gobierno Nacional, Jorge Capitanich, declara en sus mensajes matinales que la actual gestión ha erradicado la pobreza y la indigencia? Acaso el Jefe de Gabinete toma a cuarenta millones de compatriotas por estúpidos, o realmente cree que todos asumen esta condición? Un espectro de analistas y opinadores estima improbable que Capitanich crea las mentiras que prodiga con recurrencia, pero más certero sería apuntar que es la propia Presidente de la Nación la que otorga a esos comentarios un viso de realidad. En cualesquiera de los casos, es muy grave.
Se asiste al país adormecido durante diez años, con aspirantes a empresarios que asintieron mansamente ante toda medida disparatada, mientras miraban su propio ombligo; pululan sindicalistas del oficialismo que -se sabe- no tardarían ni un minuto en hacerle uno y mil paros a un gobierno no peronista por el salvaje impuesto a las ganancias y por los despidos y suspensiones que se observan, casualmente, en sus propios gremios; la situación energética subsiste a duras penas, situada a la vera de un eminente colapso. El resto también es conocido: clínicas privadas desfinanciadas; una inflación anual de dos dígitos que ya supera los ocho años; firmas privadas que prefieren cerrar antes que hacer frente a los abultados costos laborales y la violenta presión impositiva.
Mientras tanto, la inseguridad se incrementa, con los traficantes cómodamente instalados entre nosotros, y con escuelas que hacen las veces de semilleros para futuros delincuentes. Acompañando este proceso, la justicia mira para otro lado (habrá que preguntarse alguna vez si los elevados salarios de los magistrados acaso los habrá hecho perder contacto definitivo con la realidad), y la dirigencia política discute el sexo de los ángeles.
El kirchnerismo llegó para probarnos cuán miserables podemos ser. La herencia para el próximo gobierno es poco menos que demoledora. Pero no nos confundamos: no se trata de la herencia K. Se trata, ni más ni menos, de nuestra propia herencia.
Si despues de diez años de crecimiento económico a 'tasas chinas', la delincuencia no sólo no ha cesado sino que ha extremado su violenta metolodogía, cabe preguntarse qué les aguarda a los argentinos en los próximos años, con una inflación rampante, una recesión que vino para quedarse y una desocupación en aumento. La relación entre delincuencia y marginalidad no siempre es lineal, pero la exclusión económica contribuye notablemente al accionar de la misma, y sobre ésto pocas dudas quedan. En un contexto económico que se deteriora día a día, el futuro inmediato está lejos de presentarse alentador.
Con todo, el problema principal no parecieran ser el default, el dólar o la inflación. El mayor desafío al que nos enfrentamos como Nación no es otra cosa que el caldo de cultivo que ya se generado para la proliferación de la violencia en todas sus formas, con la intolerable facilidad para delinquir y el avance inexorable del narcotráfico en todas las ciudades del país. El tráfico de drogas hace tiempo ha dejado de representar un riesgo, para transformarse en una realidad con la que la mayoría de los ciudadanos debe convivir cotidianamente.
Pero nuestros políticos discuten poder: Carrió y Solanas se pelean por Macri; Scioli mide si le conviene saltarse a la vereda de Massa, o quedarse en el kirchnerismo; la propia Cristina juguetea con Kicillof como posible candidato; Randazzo hace pasaportes e inaugura -de tanto en tanto- alguna formación nueva para algún ferrocarril -y viaja demasiado seguido a Mar del Plata, desconociéndose si debido a razones proselitistas o por algún interés pecuniario controlado en la zona, acaso en sociedad, con Jorge Milton Capitanich.
En concreto, la dirigencia política ha decidido mudarse a otro planeta. Mientras todo esto pasa, la sociedad argentina no abandona el camino de la desintegración, por momentos concentrándose en escaramuzas inútiles contra molinos de viento: sea porque los buitres son 'malos' y buscan depredar nuestra geografía, sea porque el periodista Marcelo Longobardi hace bien o mal en jugar al golf, sea porque Berni es un personaje simpático o simplemente caricaturesco... sea que Maradona deba o no contraer nupcias con Rocío Oliva. De tanto en tanto, la realidad nos abofetea con la fuerza del puño de Tyson y -solo entonces- llegamos a notificarnos de la naturaleza peligrosa de la jungla en que vivimos. Plagada ésta de famélicos leones y de lobos que portan piel de cordero.
El panorama que comparten a diario la mayoría de las escuelas estatales bonaerenses asusta. Sólo a título de ejemplo -y citando a los propios protagonistas, en este caso, docentes y autoridades de colegios marplatenses-, servirá repasar algunas pequeñas anécdotas: un chico de 12 años apedreando en la puerta del colegio al colectivo donde se trasladaba una maestra que acababa de reprobarlo en un exámen; una alumna amenazando a otra docente, advirtiéndole que su padre se apersonaría para obsequiarle una golpiza in situ; un alumno de apenas 9 años espetándole en la cara a la docente que no lo toque, cuando esta apenas lo palmeó en la espalda para que entre al aula. Esto solo solo fotogramas de un escabroso contexto, en el cual los directores no ejercen ya ninguna autoridad, y los docentes se encuentran incapacitados para amonestar o reprender a los educandos. Nos relata una maestra: 'No son casos aislados; es una realidad diaria. Y no es para justificar nada, pero muchos de los alumnos provienen de familias disfuncionales, con padres golpeadores, chorros, y madres borrachas y ausentes, y viviendo en condiciones de extrema pobreza'. Algún desprevenido quizás se vea tentado de declamar que esta juventud representa el futuro del país.
¿Qué tipo de reacción podría esperarse de una sociedad, si uno de los funcionarios más encumbrados del Gobierno Nacional, Jorge Capitanich, declara en sus mensajes matinales que la actual gestión ha erradicado la pobreza y la indigencia? Acaso el Jefe de Gabinete toma a cuarenta millones de compatriotas por estúpidos, o realmente cree que todos asumen esta condición? Un espectro de analistas y opinadores estima improbable que Capitanich crea las mentiras que prodiga con recurrencia, pero más certero sería apuntar que es la propia Presidente de la Nación la que otorga a esos comentarios un viso de realidad. En cualesquiera de los casos, es muy grave.
Se asiste al país adormecido durante diez años, con aspirantes a empresarios que asintieron mansamente ante toda medida disparatada, mientras miraban su propio ombligo; pululan sindicalistas del oficialismo que -se sabe- no tardarían ni un minuto en hacerle uno y mil paros a un gobierno no peronista por el salvaje impuesto a las ganancias y por los despidos y suspensiones que se observan, casualmente, en sus propios gremios; la situación energética subsiste a duras penas, situada a la vera de un eminente colapso. El resto también es conocido: clínicas privadas desfinanciadas; una inflación anual de dos dígitos que ya supera los ocho años; firmas privadas que prefieren cerrar antes que hacer frente a los abultados costos laborales y la violenta presión impositiva.
Mientras tanto, la inseguridad se incrementa, con los traficantes cómodamente instalados entre nosotros, y con escuelas que hacen las veces de semilleros para futuros delincuentes. Acompañando este proceso, la justicia mira para otro lado (habrá que preguntarse alguna vez si los elevados salarios de los magistrados acaso los habrá hecho perder contacto definitivo con la realidad), y la dirigencia política discute el sexo de los ángeles.
El kirchnerismo llegó para probarnos cuán miserables podemos ser. La herencia para el próximo gobierno es poco menos que demoledora. Pero no nos confundamos: no se trata de la herencia K. Se trata, ni más ni menos, de nuestra propia herencia.
Seguir en
@PortaluppiPablo
Sobre Pablo Portaluppi
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.