Argentina: adictos al poder, nunca más

Pocos días, el entonces titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) se mostraba públicamente, para informar que la ex presidente de la nación no concurriría al acto de traspaso de mando, por 'no estar dadas las condiciones de seguridad' para hacerlo. Lo curioso del anuncio fue que a la única persona a la que afectaría esta supuesta inseguridad, al parecer, era a Cristina Fernández de Kirchner; ya que no alcanzaba ni al nuevo jefe de Estado electo, ni a las delegaciones extranjeras invitadas a presenciar  la ceremonia.

 

Lo que sorprendió a propios y extraños, sin embargo, fue ganando forma a medida que Oscar Parrilli redoblaba su diatriba frente a los micrófonos. El verdadero riesgo, aparentemente, se agotaba en la conducta y las decisiones del nuevo presidente electo. Explicó este funcionario que era su obligación advertir a la población sobre el peligro de la inflación y la devaluación que ¿anunciaba? el nuevo Presidente. Asimiló las medidas judiciales deducidas por Mauricio Macri y Gabriela Michetti, para que se aclare judicialmente a partir de qué hora y día exactamente cesaba un mandato y comenzaba el otro, echando mano de la sentencia 'casi un golpe de Estado'. Dicho de otra forma, quien tenía a su cargo la función de ocuparse de la inteligencia nacional -actividad consistente en la recolección, reunión, sistematización y análisis de la información específica referida a hechos, riesgos y conflictos que hacen a la defensa nacional y la seguridad interior de la nación- alertó a la población sobre el riesgo que encerraba el nuevo Presidente electo. Desde esa función, aconsejó a Cristina Kirchner no concurrir a la ceremonia de traspaso de mando. No fue otra cosa que un grotesco -a falta de un mejor calificativo.

 

Imaginará el lector el pobre nivel de confianza que genera un funcionario de estas características, al frente de la monumental tarea de garantizar la seguridad del país. Difícil no preguntarse en manos de quién los argentinos han depositado responsabilidades a lo largo de estos años. Lo cierto es que Parrilli -como muchos otros- nunca estuvo al servicio de la república ni de sus ciudadanos, sino de Cristina Fernández, quien no se resigna a aceptar que su tiempo ya fue. De poco sirvieron el papelón internacional y la manifiesta fragilidad institucional y democrática a la que se expuso al país frente al mundo entero. Primó la adicción al poder de la mandataria saliente. En sintonía con esta demostración de desprecio por las instituciones y a la investidura presidencial, Máximo Kirchner explicó que su bloque de legisladores -24 horas antes de la celebración- aún no había definido su asistencia a la ceremonia -como si se tratara de un evento frívolo.

Claramente, estas personas jamás exhibió el menor respeto republicano, ni creyó en la democracia. Antes bien, pusieron de suyo para socavar los cimientos de la república. Se especuló con no dar quórum a la reunión de las Cámaras al momento del juramento del nuevo Presidente, como un obstáculo más, como si con ello se hubiera podido sortear o dilatar el traspaso de mando. Paradójico que quien se cansó de espetar a los argentinos que ella era 'consecuencia de la voluntad popular', pusiera tanto empeño hasta el último minuto para desconocer la nueva manifestación de aquella expresión ciudadana.

 

Los argentinos debemos aprender de esta lección, para nunca más obsequiar votos de confianza a esta clase de dirigentes y funcionarios, que tanto daño le han hecho al país. A las puertas de una nueva oportunidad, de una nueva esperanza, cabe recitar: 'Nunca más a los adictos al poder, que desprecian y le faltan el respeto a los valores de la democracia y de la república'.