POLITICA: SERGIO JULIO NERGUIZIAN

Ejercicio de tesis no documentada: la idea de soledad en Mauricio Macri

El Presidente de la Nación, en foco. Los costos que emergen de la estratagema desconocida.

06 de Enero de 2019
En la superficie, es decir, en la información que es factible recoger merced a la fluencia de datos provistos por la mera apariencia de los hechos, el presidente argentino es, en sí mismo, ponderado como sujeto político -un rehén en la celda en la que ha consentido ser confinado.

Una corte de individuos que exhibe su experiencia en el mundo de los negocios con el Estado como atributo esencial y suficiente (Estado que, sin embargo, desean anémico y pusilánime) eleva periódicamente el vacilante cuerpo de Mauricio a la contemplación pública; lo ofrecen como cordero pascual para la redención de un credo liberal/socaldemócrata infestado de herejías festejadas como pulsión por el aggiornamiento virtuoso. El sacrificio ritual es interrumpido antes del corte yugular, para asegurar la perennidad del recurso.

Mauricio Macri, NerguizianCuando, al asumir el mandato vigente, la sana lógica aconsejaba anunciar a través de mil heraldos que el gobierno recibía una herencia dominada por acreedores insatisfechos y sedientos y saldos enrojecidos, el sanedrín recién estrenado le impuso -o le aconsejó- un silencio elegante, propio de la conmiseración con que otean el mundo sus amistades de clase. Casi sin advertir, al principio, los riesgos del sendero, y alertado después por algunas voces tímidas en el oído habituado a la reticencia cuando el daño amenazaba irreparable, el Presidente marchó hacia la confortable prisión que los consejeros se habían esmerado en preparar.

Llegado el abominable momento de confesar la ruina legada y la repugnante medicina prescripta, Mauricio prefirió balbucear, torpemente, explicaciones que revelaban apenas su propia desazón y la rusticidad imperdonable de la racionalización intentada sin convicciones transferibles. Hacia mediados de 2017, el Consejo de Ancianos había guillotinado algunas cabezas menores, después de los anuncios de actualización de precios de bienes y servicios esenciales. La carta que se jugaría para ganar los comicios de legislativas consistiría en prolongar el coma farmacológico en el que yacían las finanzas públicas, apelar a un nuevo ciclo de endeudamiento externo -a fin de enmascarar hasta después del octubre mágico las revelaciones más sombrías, confiando en que el azar no se opondría a la estratagema.

Pero, no. Las deidades del Olimpo, cebadas desde siempre en la burla de la ingenuidad de los humanos, prepararon para el Presidente -en soledad- una trampa labrada con la minuciosidad y precisión que suele tragarse las prevenciones de los hombres, especialmente cuando los fastidian con la soberbia de los que se vanaglorian de la autosuficiencia como norma.

'La tierra estaba yerma, opaco el cielo...', escribiría Almafuerte. Para comienzos de 2018, constatábase la sequía más impiadosa en medio siglo. La mejor pradera del mundo boqueaba para anunciar una reducción brutal de los frutos que proveen el grueso de los ingresos argentinos.

Adormecido por la mullida soledad del Gabinete, Mauricio meditaba en la manera de cubrir los 10 mil millones de verdes ilusiones esfumadas entre el polvo de la pampa seca. Hasta que una noticia lo sacudió del dulce letargo en que meditaba: la Reserva Federal de los Estados Unidos de América había decidido subir un cuarto de punto la tasa anual con que remuneraba a los que confiaban en su bonos, como se confía en un hijo. Un efecto manada se expande por el cuerpo amedrentado del dinero global: huyen los inversores de los lastimosos países de la periferia, canjean sus bonos, y demandan ávidamente los dólares que la postrada Argentina no tiene en la cantidad demandada.

La fuga marca con nitidez el valor de la confianza argentina: apenas un cuarto de un uno por ciento. En la desbandada, nos hace compañía un puñado de naciones menesterosas, y el lamento coral subraya el desprecio con que se nos distingue. El año anterior, un dólar depreciado había permitido a la base electoral de su partido bautizar sus partes pudendas en las olas del verano perenne de Miami. Unos US$ 8. 500 millones había sido el costo del subsidio al turismo en el exterior; la dilapidación remuneró en los comicios la onerosa generosidad.

Pero el Presidente de la Nación se esmera en que su soledad emerja verosímil. Aunque el periodismo independiente sin pretensiones advierta que el país se dirige raudamente a confrontar con un ominoso muro de hielo flotante, Mauricio visita una exposición de figuritas de futbol. Alguien le aconseja no ofrecer explicaciones ramplonamente técnicas: mejor es repetir lugares harto comunes del cancionero new-age. Crear la sugestión de la prosperidad es deliciosamente semejante a la prosperidad real. El Presidente compra la propuesta con infantil fervor, pero el artilugio exhibe su fragilidad cuando el malestar en la sociedad inicia la tarea de demolición del empeño.

Académicamente, el Primer Magistrado es Ingeniero. Es muy probable que conozca la génesis de los problemas que enfrenta, tanto como su limitada capacidad para describirla. Es, al mismo tiempo, el presidente de menores recursos oratorios de toda nuestra breve y azarosa vida democrática. Tuvo en su momento la astucia de convertir sus limitaciones dramáticas en una metáfora de la limpieza de intenciones que lo animaba. No sedujo por las razones que ofrecía, sino por su patética dificultad para manifestarla. Despertó en su electorado la simpatía que suscita el discurso desideologizado; aquel que, sincera o fingidamente, se aparta del modelo expresivo del político profesional.

Pero la soledad en que se lo visualiza encapsulado no implica que pueda escudarse en la impunidad de quien no puede resistir la presión del entorno palaciego. En su silencio, en la futilidad del discurso o en la banalidad de los temas que selecciona para entretenerse, Mauricio Macri es inexorablemente responsable del curso de los asuntos nacionales trascendentes.

El jefe de Estado es un conservador que desconoce a qué distancia se encuentra de los muros de la derecha y de la izquierda. Lo ignora, porque camina a ciegas (o, una vez más, quizá simula hacerlo). La oposición y su propio electorado le arrojan descalificaciones contundentes: los primeros lo identifican con los caracteres de las más rancia oligarquía; los segundos le imputan el dejarse contaminar por el programa de alguna de las variantes del socialismo, y aún están los que exageran, olfateando tufillos marxistoides. La resultante de tan contradictorias interpretaciones deviene en una temporada más en la celda de aislamiento, a la espera de que el martirio de la soledad lo empuje a transparentar su ideario.

Las torpezas macristas son tan notables, que la primera consecuencia invita a dudar de su verosimilitud. Cuando un argentino llega a jefe de la Iglesia Católica, el Presidente deja trascender que ha abrazado la filosofía budista. No puede ignorar que representa la negación de un Creador y de casi todos los postulados teológicos del cristianismo. Ha sido alumno de un privilegiado colegio católico pero, en cuanta ceremonia religiosa participa, se advierte su desinterés en cumplir aplicadamente con instancias elementales del rito. Sorpresivamente, propone que el parlamento discuta un asunto que divide aguas como la legalización del aborto. Tras una serie de situaciones asociadas al escándalo y el alboroto tumultuario, la propuesta es derrotada. Aislarse de la Iglesia es agregar un ladrillo más al muro con el que tozudamente construye su soledad.

Su electorado, mayoritariamente antiperonista, suele perdonarle ésta y otras desprolijidades, con la misma facilidad con que olvida algún aspecto de su cursus honorum. Casi nadie recuerda hoy que, en junio de 2003, a meses de las elecciones en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el Partido Justicialista (PJ) eligió a Mauricio Macri como candidato propio a la jefatura de Gobierno. El acuerdo tuvo como negociadores a Miguel Angel Toma (por el PJ) y a Juan Pablo Schiavi (Compromiso para el Cambio; CPC). Schiavi se había iniciado en la banda insurgente Montoneros, habiéndose desempeñado como Subsecretario de Mantenimiento Urbano durante la intendencia grossista. Tenía por responsabilidad central el negociar los contratos de recolección de residuos de la firma Manliba, controlada entonces por la familia Macri. El proteico funcionario fue también Secretario de Transporte del kirchnerismo cuando, en 2009, reemplazó al condenado Ricardo Jaime.

La idea de un Macri-quijote arremetiendo contra la ineficiencia y la corrupción blindaron su figura contra los detalles molestos de su archivo y, concordantemente, en un proceso curioso que convalidó el fervor de sus seguidores, se mostró siempre actuando en soledad contra la adversidad del destino. La proyección inteligente da la imagen de un muchachón vulnerable que aprende sobre sus propios errores y que, al rectificarse una y otra vez, transforma los desaciertos en un mecanismo que adorna de virtudes complementarias su transgresora personalidad.

Hace un par de meses, una de las espadas brillantes de la coalición que sostiene al Ejecutivo manifestó a viva voz: Le he perdido confianza al Presidente. La declaración, que debía cuanto menos desatar un cataclismo apocalíptico, apenas nos devolvió la imperturbable imagen de una efigie. Ignorar una sentencia ofensiva es el recurso macrista, cuando de lo que se trata es de devolver una afrenta. El misericordioso silencio es la materialización piadosa que descalifica al ofensor. Pero el costo de la táctica es, otra vez, en el fragor de un juego sin fin, el agregar un nuevo candado a la torre donde el rey ha decidido recluirse.

La coalición que sostiene al Presidente ostenta una endeblez estructural que es exigida hasta las fronteras difusas de la ruptura, frente a cada desafío electoral como el inminente 2019. Macri regula el esfuerzo requerido para consolidarla, en términos de las chances potenciales de sus rivales. Si la oposición peronista no construye un frente sólido a los efectos de confrontar con expectativas serias de triunfar en octubre, el Presidente reforzará su abroquelamiento y esperará a los valientes que eventualmente se animen a abandonar la nave que timonea el solitario Capitán.

Jaime Durán Barba, un asesor en comunicación e imagen que en su momento importara Carlos Saúl Menem, indujo a Macri a abandonar al justicialismo partidario, como decisión liminar de una carrera exitosa. La segunda sugestión, tan riesgosa como afortunada, fue convencer al candidato de que debía rechazar la posibilidad de que el vacilante Sergio Tomás Massa lo acompañara en la fórmula desde la cual haría frente al peronista Daniel Osvaldo Scioli. Es probable que Macri haya tomado del ecuatoriano -que aún lo sigue como una sombra- una idea de la soledad como herramienta de la lucha agonal. De ser así, habrá estrenado una herramienta con pocos antecedentes o ninguno en nuestra historia política. No se trata del silencio o del galimatías indescifrable y hasta histriónico de Hipólito Yrigoyen.

Es un culto voluntario de una soledad tributaria de su condición de clase, de su visión economicista de la encrucijada argentina y, aún, de las limitaciones en términos de formación cultural que su vocación de lobo estepario logra disimular eficazmente.


 
Sobre Sergio Julio Nerguizian

De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.