La democracia devaluada: ¿hacia la crisis terminal del sistema de representación?
Sucedió. Simplemente, sucedió; y no se conoce al gurú que en su momento profetizara el acontecimiento.
08 de Febrero de 2019
Sucedió. Simplemente, sucedió; y no se conoce al gurú que en su momento profetizara el acontecimiento. El conjunto de análisis de prospectiva y las alambicadas elucubraciones de científicos sociales vaticinaron modalidades de crisis variadas, y aún contradictorias. Pero lo que sucedió no fue previsto. Una mancha de pegajoso aceite recorre Occidente y, todavía hoy, busca intersticios virginales a efectos de concluir su tarea.
Occidente, que había inventado la democracia liberal, ahora se dispone a discutirla, es decir, a cuestionar la validez ética del artefacto que implicara un paso sin precedentes en la dignificación de la persona humana. Precisamente, había creado un sujeto que ahora era persona -un ente blindado contra la opresión del Poder omnímodo, los arrebatos del autoritarismo brutal que habían signado la Historia hasta entonces. Dos acontecimientos clave del siglo XVIII, la Revolución Francesa y la Independencia de los Estados Unidos de América, echaban las bases del constitucionalismo, un estatuto tutelar del individuo. Claro que, inicialmente, no avanzaron hasta el diseño de lo que conocemos como régimen democrático. De hecho, nuestra Constitución, promulgada setenta años después de la estadounidense y casi calcada de ésta, no incluyó los términos democracia y partidos políticos hasta 1994, instancia en la que realmente sufrió su última reforma. Desde el progresismo variopinto, comenzó hace una década -primero, con alguna timidez y, enseguida, sin descaro- la tarea de descalificar al sistema democrático, mostrando que su piedra angular, el sistema representativo, era ineficiente, conforme el método de elección de representantes, lejos de cumplir la función de designar a los mejores para promover el interés de las mayorías, creaba un tejido sectario que en los hechos traicionaba a los representados: 'Es que la verdadera crítica marxista hoy no es, en ningún caso, la crítica economista al capitalismo. La única crítica peligrosa y radical es la crítica política de la democracia, porque el problema del tiempo presente, su fetiche, su falo, es la democracia. En tanto no sepamos llevar adelante a gran escala una crítica creativa de la democracia, permaneceremos, nos estancaremos en el burdel financiero de las imágenes' (Badiou, 68).
La cuestión central del planteo es que sus fundamentos parecen válidos. De acuerdo a reiteradas encuestas (para apreciar sólo una de las aristas del problema), apenas el uno por ciento de los votantes es capaz de nombrar a los primeros candidatos cuando en elecciones generales se renuevan los tres estamentos. La ignorancia masiva de quiénes son los postulados a la hora de representar al electorado, ha terminado por naturalizarse, esto es, por aceptarse como un escollo insalvable que no socaba las bases del sistema democrático: 'El profundo malestar de los argentinos con la política y las prácticas políticas dista de ser un fenómeno original.Tiene un gran parecido de familia con lo que los europeos llaman “desafección democrática”,esto es, un sentimiento de desconfianza hacia la política y las instituciones que no se vuelca sin embargo en un cuestionamiento masivo hacia el sistema democrático en sí mismo' (Mustpic, Ana María; Argentina: la Crisis de Representación y los Partidos Políticos; Universidad Torcuato Di Tella).
El tema abandona el reducto académico, y llega a los grandes diarios. Ya no se trata exclusivamente de la preocupación de analistas que escriben para lectores calificados. 'El votante, en el acto electoral, se ve confrontado con una multiplicidad de boletas de Partidos ,cada uno de los cuales contiene, según los distritos, decenas de nombres de candidatos a distintos cargos (...) Diversos sondeos han mostrado que sólo una porción ínfima del electorado conoce a más de un candidato de las listas (...) La mayoría de los legisladores que son elegidos, por ejemplo, en los principales distritos, no son conocidos por sus votantes' (Diario La Nación; sección Enfoques; marzo 7 de 1999, Buenos Aires).
Un primer enunciado podría sintetizarse en la siguiente afirmación: el descrédito de la democracia a nivel global proviene de la ostensible ineficiencia de los sistemas de representación. Resultaría, así, que esta falencia operararía en un mismo nivel de importancia que el éxito del sistema en términos de prosperidad general. Es decir que, aún en contextos en que el sistema democrático logra una mejora en los niveles de calidad de vida, medida ésta en ciclos relativamente largos para certificar una tendencia, aún así se constata un malestar en la sociedad. Más aún: en sociedades en las que la calidad de vida está entre las mejor calificadas, se opera con virulencia una crítica feroz al carácter sectario de la élite política, a su ensimismamiento autoreferencial cuasi paranoide, y al dispositivo de filtraje que regula y discrimina discrecionalmente la inclusión de nuevos actores.
Las mutaciones verificadas en la sociedad occidental (expresión laxa que para nuestros fines resulta útil) han erosionado algunos aspectos clave de las democracias, en particular los mecanismos de acceso a la representación.
Del modo vertical de producción de hechos políticos concretos, léase, un espacio para el líder, su discurso, la propalación a través de diarios, radio y TV, debates hogareños o en cafés de barrio, hemos transitado a una modalidad horizontal. En ésta, en los medios de comunicación social recientísimos, la cuestión política se da en foros en los que el debate es desprolijo y anáquico, pero suficientemente activo y desprejuiciado como para predecir la discusión de los asuntos más urgentes y, aún más, con virtualidad suficiente como para imponer temáticas y cargarlas en la agenda de los profesionales de la política. El cruce de noticias falsas por ignorancia con otras igual y deliberadamente falsas que responden a una táctica de los equipos que asesoran a la clase política, construyen un tejido en donde la búsqueda de la verdad queda relegada por el objetivo de los actores de convencer al otro de cualquier modo, cualquiera sea el obstáculo ético a superar.
Occidente, que había inventado la democracia liberal, ahora se dispone a discutirla, es decir, a cuestionar la validez ética del artefacto que implicara un paso sin precedentes en la dignificación de la persona humana. Precisamente, había creado un sujeto que ahora era persona -un ente blindado contra la opresión del Poder omnímodo, los arrebatos del autoritarismo brutal que habían signado la Historia hasta entonces. Dos acontecimientos clave del siglo XVIII, la Revolución Francesa y la Independencia de los Estados Unidos de América, echaban las bases del constitucionalismo, un estatuto tutelar del individuo. Claro que, inicialmente, no avanzaron hasta el diseño de lo que conocemos como régimen democrático. De hecho, nuestra Constitución, promulgada setenta años después de la estadounidense y casi calcada de ésta, no incluyó los términos democracia y partidos políticos hasta 1994, instancia en la que realmente sufrió su última reforma. Desde el progresismo variopinto, comenzó hace una década -primero, con alguna timidez y, enseguida, sin descaro- la tarea de descalificar al sistema democrático, mostrando que su piedra angular, el sistema representativo, era ineficiente, conforme el método de elección de representantes, lejos de cumplir la función de designar a los mejores para promover el interés de las mayorías, creaba un tejido sectario que en los hechos traicionaba a los representados: 'Es que la verdadera crítica marxista hoy no es, en ningún caso, la crítica economista al capitalismo. La única crítica peligrosa y radical es la crítica política de la democracia, porque el problema del tiempo presente, su fetiche, su falo, es la democracia. En tanto no sepamos llevar adelante a gran escala una crítica creativa de la democracia, permaneceremos, nos estancaremos en el burdel financiero de las imágenes' (Badiou, 68).
La cuestión central del planteo es que sus fundamentos parecen válidos. De acuerdo a reiteradas encuestas (para apreciar sólo una de las aristas del problema), apenas el uno por ciento de los votantes es capaz de nombrar a los primeros candidatos cuando en elecciones generales se renuevan los tres estamentos. La ignorancia masiva de quiénes son los postulados a la hora de representar al electorado, ha terminado por naturalizarse, esto es, por aceptarse como un escollo insalvable que no socaba las bases del sistema democrático: 'El profundo malestar de los argentinos con la política y las prácticas políticas dista de ser un fenómeno original.Tiene un gran parecido de familia con lo que los europeos llaman “desafección democrática”,esto es, un sentimiento de desconfianza hacia la política y las instituciones que no se vuelca sin embargo en un cuestionamiento masivo hacia el sistema democrático en sí mismo' (Mustpic, Ana María; Argentina: la Crisis de Representación y los Partidos Políticos; Universidad Torcuato Di Tella).
El tema abandona el reducto académico, y llega a los grandes diarios. Ya no se trata exclusivamente de la preocupación de analistas que escriben para lectores calificados. 'El votante, en el acto electoral, se ve confrontado con una multiplicidad de boletas de Partidos ,cada uno de los cuales contiene, según los distritos, decenas de nombres de candidatos a distintos cargos (...) Diversos sondeos han mostrado que sólo una porción ínfima del electorado conoce a más de un candidato de las listas (...) La mayoría de los legisladores que son elegidos, por ejemplo, en los principales distritos, no son conocidos por sus votantes' (Diario La Nación; sección Enfoques; marzo 7 de 1999, Buenos Aires).
Un primer enunciado podría sintetizarse en la siguiente afirmación: el descrédito de la democracia a nivel global proviene de la ostensible ineficiencia de los sistemas de representación. Resultaría, así, que esta falencia operararía en un mismo nivel de importancia que el éxito del sistema en términos de prosperidad general. Es decir que, aún en contextos en que el sistema democrático logra una mejora en los niveles de calidad de vida, medida ésta en ciclos relativamente largos para certificar una tendencia, aún así se constata un malestar en la sociedad. Más aún: en sociedades en las que la calidad de vida está entre las mejor calificadas, se opera con virulencia una crítica feroz al carácter sectario de la élite política, a su ensimismamiento autoreferencial cuasi paranoide, y al dispositivo de filtraje que regula y discrimina discrecionalmente la inclusión de nuevos actores.
Las mutaciones verificadas en la sociedad occidental (expresión laxa que para nuestros fines resulta útil) han erosionado algunos aspectos clave de las democracias, en particular los mecanismos de acceso a la representación.
Del modo vertical de producción de hechos políticos concretos, léase, un espacio para el líder, su discurso, la propalación a través de diarios, radio y TV, debates hogareños o en cafés de barrio, hemos transitado a una modalidad horizontal. En ésta, en los medios de comunicación social recientísimos, la cuestión política se da en foros en los que el debate es desprolijo y anáquico, pero suficientemente activo y desprejuiciado como para predecir la discusión de los asuntos más urgentes y, aún más, con virtualidad suficiente como para imponer temáticas y cargarlas en la agenda de los profesionales de la política. El cruce de noticias falsas por ignorancia con otras igual y deliberadamente falsas que responden a una táctica de los equipos que asesoran a la clase política, construyen un tejido en donde la búsqueda de la verdad queda relegada por el objetivo de los actores de convencer al otro de cualquier modo, cualquiera sea el obstáculo ético a superar.
Una de las tantas derivas de la sociedad en permanente asamblea cibernética, se manifiesta en la pérdida del sentido de fidelidad a los partidos o a los conductores notables de los mismos. El elector medio actual, lejos de considerar meritoria a la inmutabilidad de la opinión y de las preferencias, abomina de las adhesiones petrificadas, y las considera un flanco débil de la personalidad. Por el contrario, su flexibilidad a la hora de elegir es empleada como arma defensiva que tiende a complejizar la tarea de la secta política, y funge de advertencia a sus epítomes de que deben abandonar el sueño de administrar una masa cautiva. El escandoloso fracaso global de las encuestas de opinión parecen ratificar el punto de vista que subrayamos, de modo que la imprevisibilidad se convierte en arma defensiva de la sociedad objetivada, o lo que es lo mismo, de la que se siente manipulada por las centrales tanto institucionales como ocultas del Poder.
Los Partidos, ante las mutaciones advertidas, se reciclan en artefactos diseñados para la concreción del anhelo de ganar elecciones. Ahora, la sutil máquina es el resultado de un armado en que se emplean todos los artilugios de la moderna ingeniería electoral: la innovación tecnológica que horizontalizó la discusión hace su aporte, a su vez, para neutralizar los efectos perjudiciales de la novedosa herramienta al interior de las organizaciones políticas.
Detrás de la crítica a los sistemas de representación, subyace el desencanto que invariablemente sucede a cada gestión gubernamental. La decepcionante certeza de que los programas alentados en la etapa preelectoral no se cumplen, o lo hacen parcial y defectuosamente, oculta a su vez la insoportable sensación de que se trata de una ficción naturalizada por la conducta colectiva y que, en realidad, los grupos de interés y los factores de presión determinan el mapa de cumplimiento de lo prometido, su materialización parcial o, lisa y llanamente, la amnesia sin culpa.
Para Touraine, los fundamentos mismos de la política representativa se hallan socavados, entre otras cosas, porque actualmente ningún grupo social parece portador de los intereses generales de la sociedad como antaño (la nación o la clase). Además, porque se ha debilitado el recurso a la historia y ya 'no creemos en la sucesión de las formas históricas; y porque se han disociado el Estado y la Sociedad'.
La cuestión social, conforme vamos observando, se ha hecho un lugar notable en la discusión de las causas del fracaso de la representatividad: 'Pensar que la democracia en América Latina se reduce a lo meramente procedimental o simplemente a la garantía de libertades, mientras las grandes mayorías buscan mejores condiciones de vida, movilidad e inclusión social, es un reduccionismo peligroso que puede poner en duda hasta el propio sentido de la democracia' (E. Correa Rios; 2008).
Gigantes de la información que sostienen y fomentan la expansión global del dueto democracia-capitalismo tienen la perspicacia de detectar señales de alarma, y la difunden con sincera preocupación: 'A pesar de que Chile aparece en el exterior como modelo de consistencia económica, de administración fiscal prudente, existe un profundo desencanto con el modelo neoliberal y sus consecuencias económicas. En los últimos veinte, años Chile ha crecido a un promedio anual del 5% y, en 2010, exhibió un PBI per cápita de 14.341 dólares estadounidenses. No obstante ello, permanece entre los quince países más desiguales del planeta' (The New York Times; 2011, citado en Mira, 2011).
Porcentajes mayoritarios de la sociedad civil suelen manifestar su hartazgo, como consecuencia de la frustración de sus aspiraciones, especialmente las que alentaba la clase política en el programa que utilizaba como argumento para seducir al electorado. Los Partidos toman nota del estado de los espíritus, y ponen en acción tácticas de supervivencia. Por un lado, proponen el reemplazo en las áreas de gobierno de políticos profesionales (eternizados en la función pública, hábiles en la 'rosca', patrocinados por grupos económicos) por 'expertos', sin historia política o de baja exposición, dotados de títulos habilitantes y archivos sin manchas descalificantes. La administración de Gobierno se acerca a la administración empresaria, y se emplea buena parte del herramental de uso regular en las organizaciones mercantiles. Por otro lado, se proponen a la consideración pública a 'extrapartidarios', sin entrenamiento político ni instrucción suficiente para el desempeño de la tarea asignada.
Actores, deportistas y estrellas del espectáculo son invitados a participar, de manera tal que los Partidos usufructúan el capital en términos de simpatía popular del elegido a costo cero. La casi segura decepción que produce su actuación agrega un argumento más a la crítica de los sistemas de representatividad. Es decir, la crisis de representación alcanza a los designados en funciones electivas como a quienes son elegidos para desempeñarse en las de carácter ejecutivo.
La crisis que aquí comentamos genera la aparición de alternativas no-partidarias de actuación pública, englobadas en el concepto de 'organizaciones sociales': 'Como producto del proceso de modernización, las sociedades son cada vez más complejas, y han aparecido nuevas fuerzas sociales que reclaman su derecho a participar en el sistema político. Y estas fuerzas sociales, a veces no encuentran entre los partidos políticos un canal adecuado para representarlas' (Boudon,1988). A su vez, los partidos son por naturaleza poco permeables a las aspiraciones de individuos que pretenden iniciar una carrera política sin recorrer el penoso laberinto que a, modo de ritual de iniciación, se les exige bajo la forma de ceremonias de pleitesía y autos de fe que operan, en la práctica, como mecanismos de filtración de los postulantes.
Las Constituciones modernas han incluído mecanismos de participación directa de la ciudadanía, a través de institutos como la consulta y la iniciativa popular. Reunidas ciertas condiciones, como la adhesión de un porcentaje del padrón electoral y excluyendo algunas cuestiones particulares como asuntos impositivos o de derecho penal, se habilita una vía directa a la ciudadanía. En la práctica, dado lo engorrooso del trámite y la habitual resistencia de la corporación política a conceder al electorado la facultad de inmiscuirse activamente en los asuntos públicos, al poner en riesgo con frecuencia laboriosas negociaciones interpartidarias reservadas y discretas, el mecanismo no es puesto en práctica sino en contadísimas ocasiones, cuando los riesgos del resultado se atenúan con sistemas previos de amortiguación que morigeran el efecto real del recurso.
El electorado suele defenderse de los vicios de la política golpeando al sistema a través del recurso de la sorpresa: '¿Qué tienen en común las victorias de Bolsonaro y Witzel(gobernador de Río), la derrota de Vilma, la victoria de Trump en 2015, los plebiscitos del Brexit y el acuerdo de paz en Colombia? Resultan expresiones del hartazgo con algo que siempre manejan los mismos sin que logren hacerlo funcionar. Los triunfos de López Obrador, Piñera, Kukcynski y Macri, que no provienen de la carrera política, también podrián expresar ese hartazgo' (Crisis de representatividad, diario ElEntreRíos;14 octubre de 2018).
La totalidad de los reclamos formulados hasta la fecha a criterio de substituir las listas sábanas por un sistema que otorgue al ciudadano la facultad concreta de elegir a ciertos ciudadanos y de excluir a otros, con independencia del Partido al que pertenezcan, instaurando un tribunal que pueda premiar a los probos y castigar a los corruptos e ineptos, merituando antecedentes y prontuarios, han chocado contra el muro infranqueable de los intereses de la corporación.
Nuestra Constitución continúa proclamando, tras 165 años, 'El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Contitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición'.
Una modificación profunda del sistema electoral y la facilitación de formas de participación directa que consulten la opinión general pueden evitar el colapso a corto plazo de todo el endeble edificio democrático. Alcanzado el objetivo, muy probablemente el elector se percibirá entonces 'visibilizado' y aceptará con mayor tolerancia medidas de gobierno incluso antipáticas -y ocasionalmente contradictorias- con sus intereses inmediatos.
La confianza en el sistema democrático puede depender, en gran medida, del rol activo que se le asigne a la opinión general auditada, más allá de las maniobras que entorpecen o dilatan la sanción de las leyes que no pueden esperar.
Referencias
-Badiou Alain. El balcón del presente. Siglo XXI; página 68
-Boudon, Lawrence. Los Partidos y la crisis de representación, en Revista Contribuciones; número 57; Internet. 1988
-Correa Rios, E. Apuntes sobre las crisis de representatividad partidaria, en Reforma de los Partidos Políticos en Chile. Proyectamérica, 2008.
-Mira, Andrea, en Polis. Revista Latinoamericana número 30; 2011. En la Red.
Seguir en
@Atlante2008
Sobre Sergio Julio Nerguizian
De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.