POLITICA ARGENTINA: MATIAS E. RUIZ

Reestreno: la Argentina se prueba el traje de nuevo paria internacional

Conforme lo ha expuesto recientemente un puñado de analistas políticos del orden doméstico...

22 de Agosto de 2019


Conforme lo ha expuesto recientemente un puñado de analistas políticos del orden doméstico, la Argentina asiste, por estas horas, a un escenario inédito en su joven e inestable democracia. El aperitivo electoral de las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) depositó al país en un limbo institucional desconocido, aunque no inesperado, en el que conviven un presidente virtual (Alberto Fernández) con un jefe de Estado que carga reducidos márgenes de credibilidad sobre sus hombros (Mauricio Macri).

Alberto Fernández, Cristina KirchnerPara sazonar el ya de por sí perturbador proscenio, los resultados de las primarias amplificaron la crisis económica que, en la previa, se caracterizaba por su latencia. Lo cual ofrece espacio para una incipiente conclusión: toda vez que no puede soslayarse que los mercados reaccionaron con virulencia frente a una eventual presidencia de Alberto Fernández, no es menos cierto que los guarismos de las PASO ayudaron a poner en evidencia la endeblez del sistema. En la ausencia de programa económico y de proyectos de largo plazo que contribuyeran a aportar soluciones a las problemáticas de fondo que acusa la Argentina, se verifica hoy que la Administración Macri invirtió tres años y medio solo en comprar más tiempo, sobretensionando el desbarajuste macro (inflación con åelevadas tasas de interés; aumento exponencial del tamaño del Estado; confiscación impositiva para financiar asistencialismo exacerbado y gastos corrientes en provincias artificialmente superavitarias, consecuente desmadre fiscal y cuasifiscal, et cetera.), ingeniando alquimias en pos de apalancar esa inviabilidad con un inabarcable endeudamiento externo. Dicho de manera más cruenta, el Presidente Macri terminó echando mano del Fondo Monetario Internacional (FMI) como prestamista de última instancia, con la única meta de arrojar dinero prestado a ese barril sin fondo que se ha dado en llamar déficit político. Una actitud someramente análoga a la de Domingo Felipe Cavallo quien, en los albores de la Crisis del 2001, mendigaba créditos a organismos multilaterales para continuar financiando despilfarro -naturalmente, sin atender a las necesarias reformas que se exigían para purgar a un Estado confesamente desfalcador. En razón de ello, desde hace casi ya veinte años se habla de un FMI extraviado y sin norte; convertido en un grisáceo consorcio de burócratas que han dejado de atender a la frialdad de las cifras, para dejarse arrastrar por una criterización política suicida.

En las últimas horas, aquella tristemente célebre inviabilidad nacional quedó al descubierto, cuando un reducto de gobernadores de provincia puso el grito en el cielo frente a la desesperada prerrogativa del Gobierno Nacional de anular el cobro de IVA para alimentos. En la práctica, esos funcionarios del interior han blanqueado la realidad ficticia de sus superávits, los cuales solo pueden prorrogarse si siguen ingresando dinero ajeno. En el andarivel gubernamental, la novedad remite a otra más grave -que la prensa tradicional ha preferido hacer a un lado en sus análisis-: el dinero público aportado por las 'cifras récord de recaudación' ya no alcanza para pagar la propia fiesta; mucho menos, la de terceros. Y Alberto Fernández lo tiene bien presente: de llegar eventualmente a la Casa Rosada junto a su equipo, no habra magia ni edulcorados servomecanismos financieros sobre los cuales apalancarse. Casi en simultáneo, y en el mejor de los casos, Fernández y Cristina Kirchner heredarán un Estado quebrado sin otra salida que reciclar la bola de nieve de instrumentos estilo LELIQ (comidilla para otra crisis futura). Sin embargo, esa renovación de papeles exigirá, necesariamente, conversar con los acreedores sobre la base de una reestructuración, lo cual equivale al término prohibido y que el mundo real cataloga como default técnico.

Asimismo, una probable presidencia del ticket Fernández al Cuadrado se topará con una realidad geopolítica regional inapelablemente reticente. Ese ensayo de neokirchnerismo ya no contará con un swap de bonos patrocinado por Venezuela -como el que en su momento ejercitara el difunto Néstor Carlos Kirchner-; Washington obstaculizará cualquier eventual nuevo convenio de liberación de fondos desde el FMI, dada las obvias diferencias ideológicas; tampoco será plausible apelar a la piedad del Kremlin: Moscú tiene sus propios problemas, provisto que aún no ha podido consensuar subterráneamente con la Administración Trump la reposición de los miles de millones de dólares en créditos otorgados a Nicolás Maduro, para la adquisición de armamento Made in Russia. Como solución de último recurso, alguien de esa gestión podría terminar prestando oídos a las propuestas sugeridas sotto voce por Carlos Zannini en el Instituto Patria, y que invitan desde ahora a sumergirse en conversaciones con la República Popular China, para sondear alguna frugal promesa de asistencia. Lo que derivaría en una sumisión incondicional ante Pekín, acaso bajo el formato de la inclusión de la Argentina en la denominada Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative), que ha arrojado a toda nación suscriptora en una combinatoria de corrupción, entrega de soberanía y deuda externa impagable.

En tal contexto, la ausencia de alternativas reposicionaría a la nueva Argentina K en la categoría de paria internacional, con una Casa Rosada explícitamente enemistada con Washington y Brasilia, intimando con China, y potenciando esa reformulación geoestratégica junto al progresismo latinoamericano de confesión aislacionista, hoy devaluado y en franco retroceso. En tal sentido, los festejos exteriorizados por núcleos variopintos como las FARC colombianas y el espectro Ahora Podemos (España) frente al perentorio triunfo de Los Fernández en las PASO, nada tienen de circunstancial; antes bien, ofician de revulsivo desde el cual alimentar una esperanza de reconstrucción, tanto programática como operativa.

Peor aún, si Alberto Fernández lograra consolidar en octubre su victoria de las primarias, el nuevo escenario le inflingiría un daño significativo a la estrategia estadounidense de estabilización sudamericana. Tras demorarse más de la cuenta los objetivos de Donald Trump tendientes a consolidar un cambio de régimen en Venezuela, ahora la Argentina habrá resignificado su categorización como amenaza regional; la válvula de escape de una Casa Rosada retornando al cosmos socialista complicará aún más los esfuerzos de Washington, demandando más activos y dinero. Por sobre todo, el Problema Argentino comporta el potencial para diseminar un pernicioso Efecto Contagio en la República Federativa del Brasil: no es que el presidente Jair Messias Bolsonaro sea un fan de Macri. En los hechos, el mandatario brasileño entiende que un Alberto Fernández ungido como mandamás en Balcarce 50 dará lugar a presiones devaluacionistas de magnitud en su propio país, habida cuenta de que ningún broker de Wall Street sabrá diferenciar entre kirchnerismo y chavismo. La fuga de capitales será un factor atendible en el Brasil de 2020. Tampoco Uruguay, Bolivia y Paraguay podrán hacer gran cosa para diferenciarse del contagio rioplatense. Habrá consecuencias.

¿Desconoce el candidato Alberto Fernández la plétora de implicancias que se desprenden de su ambición electoral? En lo absoluto. Quienes lo conocen bien, tras haberlo tratado en persona durante años, lo describen como un personaje ambiguo, por momentos vehemente, portador de una psiquis volátil, aunque fundamentalmente atribulado por una colección de inseguridades personales. Fernández no destaca por su carisma y, en consecuencia, no es un líder; su trayectoria siempre lo ha posicionado como fiel ladero. Su retórica recae una y otra vez en la falta de coherencia, en tanto es normal para él prodigar cataratas de insultos a sus mejores amigos vía teléfono móvil, para terminar retractándose a los pocos minutos.

Ahora mismo, el ex Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner debe navegar en una marejada de poco envidiables presiones, con el único propósito de no naufragar en el proceso. Por un lado, se exhibe insalvablemente cercado por el camporismo más recalcitrante; por otro, su speech atiende a los consejos que le comparte cierto consorcio de bien identificados pejotistas de centroderecha, quienes lo conminan a construir previsibilidad desde sus declaraciones a la prensa. Es poco probable que el sistema nervioso de Fernández salga saludablemente airoso de esa sanguinolenta interna, la cual está llamada a potenciarse en las próximas semanas -y que será tema de tratamiento en este mismo espacio.

Para muestra, bastará el botón. Si León Arslanian (propuesto como futuro Ministro de Justicia del tándem Fernández al Cuadrado) comparte una y otra vez ante sus íntimos el apelativo: 'Rezá, para que no gane Alberto', pues será menester prestar atención.

Precisamente, de eso va el rollo: ante todo, Alberto Fernández deberá imponerse a la radicalizada escudería camporista que, por estas horas, invierte horas de reuniones en pergeñar metodologías que logren eyectar a Mauricio Macri antes de los comicios de octubre. Para ellos, lo mejor es no arriesgar a ver qué sucede con los votos, llegada esa instancia. 


 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.