Ruleta Rusa: La Presidente, bajo recomendación, retrocede. El mal negocio de confrontar con Marcelo Tinelli, Susana Giménez y Mirtha Legrand
Néstor Kirchner, Luis D Elía y Hugo Moyano se quedarán "con las ganas". Cristina Fernández reflexiona y elude confrontar en la calle con los referentes de la farándula. El argumento: a la postre, el propio gobierno se hubiera suicidado.
21 de Julio de 2010
La Presidente Cristina Fernández de Kirchner ordenó suspender la marcha prevista para "contrarrestar el clima destituyente" que sobrevuela el clima de la Argentina (claro está, en vista del pensamiento único oficialista).
La marcha atrás no debería conllevar apreciaciones cercanas al juicio de valor. Tal retroceso, a fin de cuentas, no debe aplaudirse -como proponen ciertos columnistas dominicales- ni criticarse -como ya lo hace el elemento más revanchista del núcleo duro del kirchnerismo-.
Seguir adelante con la táctica de confrontar a los inexistentes "golpistas" hubiera sido, lisa y llanamente, una decisión a todas luces demencial. Pero no en el sentido estricto de la crítica hacia los promotores de la idea. Esta reflexión viene a cuenta de que la movilización oficialista venía a contradecir los preceptos más elementales de cualquier manual político.
En el aquí y ahora del contexto político-social de la República Argentina, ya no corresponde perder el tiempo en indagar acerca de quién o quiénes han sido los responsables de manufacturar este clima "destituyente", como tampoco sería sano acumular pruebas que corroboren que el propio gobierno federal es el ideólogo del escenario presente.
Concreto o no, en gran parte todos los actores sociales y políticos del presente ya discuten sobre los pormenores de los eventos recientes. Con lo cual, se termina de dar forma a aquello que se quiere confirmar o desmentir: la Argentina ya transita por la instancia más delicada en institucional desde el retorno de la democracia, aún por encima de episodios como el ataque guerrillero al regimiento de La Tablada o el asalto carapintada de décadas pasadas.
La Presidente Cristina Fernández -decíamos- ha decidido dar marcha atrás con las demostraciones públicas que el piquetero Luis D Elía se encontraba diseñando, junto con el tristemente célebre gremialista de Camioneros, Hugo Moyano. El carácter decisional de la novedad, sin embargo, carece de elementos inocentes. Muy a pesar de la idea, promovida por el odio visceral del ex presidente Néstor Kirchner y consensuada puertas adentro con Moyano y D Elía, primó el remanente de sapiencia que aún le resta a los asesores conyugales de rigor. O, para ilustrarlo con las palabras de una fuente oficialista cercana a El Ojo Digital: Al final, el propio gobierno se hubiera suicidado, alentando una posible confrontación callejera entre partes antagónicas. En esta demostración de fuerza, la Administración hubiera resultado la primera perdedora. Se hubiera terminado de blanquear en las calles del país que nadie está dispuesto a ponerle el pecho al matrimonio.
Declaraciones off the record que resultan incontestablemente elocuentes. Por un lado, las huestes oficialistas iban a estar representadas en el tándem D Elía-Moyano. En la vereda de enfrente, se presentarían otros miles de manifestantes de la CTA y sus acólitos de la izquierda más violenta. Y -como mudos testigos de una probable confrontación armada- hubiera terminado por salir a la calle una sociedad hastiada, fácilmente combustible y permeable a potenciales propuestas para echar literalmente a patadas a los Kirchner de Balcarce 50.
No pocos estudiosos de la historia reciente del país han concluído que el llamamiento oficial a manifestarse bien podría redondear un escenario mucho peor que el de diciembre de 2001, ocasión en que la Administración De la Rúa debió escapar por la puerta trasera, mientras decretaba un insípido Estado de Sitio que nadie respetó. Ni siquiera los elementos de las Fuerzas Armadas que custodiaban la Quinta Presidencial de Olivos, cuyos dedos temblaban para tirar del gatillo y derribar a individuos que ya se habían trepado a los muros y que amenazaban con ingresar al perímetro.
El suicidio político que hubiera representado la demostración pública de lo más recalcitrante del kirchnerismo hubiera echado por tierra el denodado esfuerzo victimizador que se desparrama desde el propio Gobierno Nacional.
En las arterias de la Capital Federal -evaluaron ciertos asesores- se hubieran enfrentado a tiros los gremialistas y piqueteros del oficialismo, contra incontenibles y bien entrenadas hordas provenientes de las organizaciones del conurbano que hace tiempo han dejado de recibir subsidios. Por su parte, Hugo Moyano y sus partidarios hubiesen quedado a merced de nutridos contingentes de gremios que no aprueban su relación con la Casa Rosada y que -menos aún- coinciden con su cercanía a D Elía, Pérsico y Depetri.
En otro capítulo todavía más temido por Kirchner y su esposa, la Presidente, un puñado de íntimos del poder dibujó un panorama en el que las clases medias inundarían una Plaza de Mayo desguarnecida, mientras los bandos en pugna se encontrasen preocupados de frenar el avance de sus rivales.
Para colmo, existe un detalle no reflejado por los medios de prensa tradicionales, pero sí considerado por los cercanos a los patagónicos: ni las fuerzas de policía ni las Fuerzas Armadas moverán un dedo para proteger la integridad física de la cabeza del Ejecutivo ni la de sus funcionarios. El teatro de operaciones incluso hubiera quedado abierto para cualquier civil armado con intenciones de "inmolarse" y pasar a la historia, atentando contra la Presidente. Cada miembro del staff oficial hubiera tenido que procurarse su propio salvoconducto. Es en este esquema que corresponde considerar un detalle informativo al que pocos investigadores han accedido en los últimos meses, a saber, que funcionarios del Gobierno han "comprado" el silencio de un número específico de generales del Ejército y de comisarios de las policías Bonaerense y Federal. Esta suerte de élite de las distintas fuerzas se ha asegurado salarios mensuales que superan los $15 mil mensuales y suculentos negociados, a condición de que mantengan a raya a sus subordinados. Aquí comienza a cobrar vigor la razón de por qué los Kirchner se desvelan por controlar desbordes callejeros que podrían resultar peligrosos. Mientras las clases trabajadoras sigan pagando "el pato de la boda", todo estará bien. No sería lo mismo si el riesgo se acercara a los centros de poder.
Sin lugar a dudas, el error más garrafal de la estrategia comunicacional oficialista -diagramada por el insufrible Fernando Braga Menéndez- ha sido confrontar con los íconos de la televisión argentina. Aunque a muchos le cause irritación, lo cierto es que Marcelo Tinelli, Susana Giménez y Mirtha Legrand concentran hoy el grueso del rating televisivo de la Argentina. Detalle que, en vistas del síndrome creciente de farandulización ciudadana, no debe ser pasado por alto bajo ningún concepto. Mucho menos por un gobernante que se precie de continuar en el trono.
En medio de cierto fragor ideológico nestorkirchnerista -bien vale la pena aclararlo-, el principal tropiezo ha sido provocar a los mencionados íconos de la tevé para que se pronuncien simultáneamente en sus alegatos sobre la falta de seguridad. Continuar con la iniciativa de la marcha piquetero-gremialista oficial, hubiera empujado al triángulo Tinelli-Giménez-Legrand a que dicten sentencia.
No en vano, cierto sector de poder en el Pentágono estadounidense -experto en el estudio de las conmociones internas en naciones latinoamericanas-, ha evaluado que, en la Argentina, uno de los elementos sine qua non, necesarios para provocar desórdenes, coincide con interrumpir el suministro eléctrico de centros urbanos... para que la ciudadanía se vea privada de ver televisión. En ocasión de la invasión de Panamá a fines de los ochenta, ingenieros del ejército estadounidense cortaron, como primera medida, la electricidad en todo el país. Evento que se ejecuta mediante el bombardeo con misiles aire-tierra contra torres de alta tensión y estructuras específicas relacionadas. En Colombia, la guerrilla de las FARC ha librado combate contra el estado nacional, mediante el atentado con explosivos contra instalaciones de suministro eléctrico en todo el país.
Con toda la ingenuidad que se quiera presuponer, la opinión de Tinelli y sus veteranas colegas femeninas es harto más valorada en comparación que los discursos de cualquier político. Las recientes expresiones de Marcelo Tinelli, en las que cruzaba a funcionarios del Gobierno -incluso a Luis D Elía y el Senador Nacional Miguel Angel Pichetto- deben interpretarse en este contexto y jamás ser tomadas a la ligera. La teleaudiencia siente un compromiso con estos referentes que, lejos de tener cargos ejecutivos, no afectan ni perjudican la vida diaria de la ciudadanía, como sí lo pueden hacer ministros o presidentes en ejercicio. También en este esquema, las críticas de Pichetto contra Tinelli, en el sentido de que este último "nunca se ha presentado a una elección", rozan el ridículo y parecen más bien propias de un infante de pocos años de edad. Pero tal parece ser la medida de la realidad para no pocos políticos y funcionarios argentinos, no solo kirchneristas.
Quien esto escribe no puede permitirse avanzar hacia terrenos lindantes con la sociología, es a los expertos en ese terreno que les corresponde, en todo caso, ejecutar un análisis profundo de la sociedad farandulera y la manera en que perciben el análisis de la realidad presentado por íconos de la televisión, frente al diagnóstico efectuado por la dirigencia del país.
De cualquier manera, y, a los efectos de no contribuir al fogoneo de consecuencias imprevisibles para la sociedad, tal vez sea recomendable para Mirtha Legrand desistir de su convocatoria ciudadana para protestar contra los índices de violencia. En pro de resguardar la propia imagen, a la señora tal vez le convenga no responderle a las autoridades con la misma intransigencia por la que se las acusa.
Urge un llamado a la racionalidad para amortiguar las imprevisibles consecuencias con que los discursos oficiales vienen perturbando la paz social.
Por Matias Ruiz, para El Ojo Digital Política.
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Por Matias Ruiz, para El Ojo Digital Política