Las cosas que verdaderamente importan
En el fragor de la discusión política y el enfrentamiento entre referentes del poder y albaceas de la oposición, permanecen olvidados los temas que realmente interesan a la sociedad. Un breve paréntesis de reflexión sobre esa realidad politizante que todo lo corroe y lo carcome.
26 de Julio de 2010
Bastante desgastada ha quedado ya la ciudadanía, luego de los recalcitrantes parloteos que parten de los políticos de siempre. Me refiero a ese cotorreo incesante que es promovido por los que están y por los que quieren estar. O -como se dice actualmente-, los que "quieren ser".
Dicen las leyes irrefutables de la física que a toda acción le acomete una reacción. El problema es que, en la Argentina, las reacciones se alejan cada vez más de aquello que verdaderamente interesa a la sociedad. Porque, más allá de las voces que se desgañitan para defender a la izquierda, el centro o la derecha -sin reparar que, en el fondo, todo se trata del vil metal- lo concreto es que la discusión se aleja cada vez más de su centro.
Ello sucede cada vez que se plantean cuestiones como oligarquía, "matrimonio" gay, fútbol para todos, bicentenario, escuchas ilegales, etcétera. Si acaso tomaran nota de las distracciones y las cortinas de humo aquellos que pretenden hacerse del poder el año que viene, tal vez hasta sea tarde que decidan poner manos a la obra.
Tal vez, habría que ponerlo más en limpio. Ostentadores de poder y candidatos, ocupen la vereda que ocupen, estos individuos jamás deberán lidiar con los guarismos que tiñen a la seguridad personal y familiar, los precios al consumidor o la salud. Propios y extraños disponen de abundantes custodios que los cuidan. Tampoco van al supermercado o almacén de la esquina por su cuenta, y ciertamente no tienen que lidiar con la violenta escalada de los precios del pan, los lácteos o la media docena de huevos. Sus grupos familiares cuentan con la medicina prepaga más generosa. Desconocen la realidad hogareña del argentino promedio, que -mes tras mes- debe resignar estilo de vida para hacerse de lo que pueda, mientras mira cómo se va volviendo más fino el hilo que sostiene a su propia Espada de Damocles. Porque todos tenemos una. A algunos, sencillamente, su filo ya nos ha rebanado la cabeza, impiadosamente.
En lenguaje más corriente, muchos replicarán con sabiduría urbana que "la actual Presidenta y aquellos que quieren ganar, ya están todos salvados". Y razón difícilmente les falte.
El Gobierno Nacional dispone de todo un año y medio para seguir desparramando un discurso que solo le sirve para entretener a los acólitos de la propia nomenklatura. No importa que entre esos partisanos se cuenten piqueteros, gremialistas, "derechohumanistas profesionales" o mediocres empleados públicos que se ganaron el "sueldito" por vivar al Pingüinato.
La oposición no tiene fundamentos para el apuro: hace uso del propio tiempo planificando jugadas "maestras" de ajedrez" con las cuales jaquear en el parlamento a los bufones de un dueto de impresentables que se encuentran en franca caída libre. Como si los legisladores oficialistas fueran los únicos preocupados, sus pares opositores les restriegan por la cara la escasez existente en materia de botes salvavidas. Unos y otros han olvidado de que los ciudadanos tienen más derecho que nadie a ocupar esas plazas.
No existe demasiado espacio para la discusión a la hora de describir nuestra realidad disfuncional. Ella se encuentra coloreada por hechos inaceptables que -lejos de disminuír- se reproducen geométricamente en ocurrencia. Conductores homicidas que atropellan y jamás cumplen prisión porque -para el Congreso- matar con un vehículo no es igual que quitar la vida con un arma de fuego. Niños desnutridos y mortalidad infantil récord. Gremialistas y piqueteros amigos del poder que destruyen propiedad pública y privada porque se levantan con el pie izquierdo. Aparentemente encumbrados magistrados de una Corte Suprema que aplauden a drogadictos peligrosos y los promueven como víctimas o mártires de una sociedad que "no los comprende". Diputados de provincias quebradas económica y socialmente -obsérvese el ejemplo formoseño- que perciben más de $20 mil mensuales mientras sus conciudadanos se desvanecen en agónica inanición. Gobernadores, jueces y policías que se ganan la vida como traficantes de drogas a la vista de todo mundo, sin fuerza legal ni jurídica que les presente oposición. Porque aquí, el ser "hecho y derecho" no paga.
Y, como corolario de lo anterior, reside una juventud que se aferra a la desesperanza y la futilidad porque no vislumbra una salida. Los más pobres recurren al paco, el crimen y a una carrera en el bajo mundo. Los que algo tienen y conocen su valor, optan por emigrar, título en mano. A pesar de que Diario Clarín intente vendernos desde sus páginas que muchos retornan porque la crisis europea no da para más.
Esa política que mencionábamos al comienzo, nada hace por brindar soluciones a las problemáticas por todos conocidas. Aún peor: llama la atención que nadie haga siquiera referencia a su existencia, como si esa misma política descreyera de las posibles soluciones. Probablemente, esos candidatos vuelvan a echar mano de ese recurso tan deleznable que se llama "problema estructural". Porque -para que se comprenda bien- el candidato que hace uso de esa expresión prácticamente está blanqueando que "no tiene soluciones" para ese problema. Entonces, lo que corresponde es aceptarlo tal cual es y dejarlo ahí. Con el tiempo, más y más monigotes nos siguen mencionando la "pobreza estructural". Luego, vendrán la "inseguridad estructural", el "desempleo estructural", y así sucesivamente, en una concatenación indetenible de falta de compromiso y manifiesta complicidad.
Se termina recurriendo a tecnicismos que ponen el foco en aquello que es mejor "para el sistema", olvidándose en el proceso que lo que debe hacerse es tomar acción por aquello que sea necesario "para la gente". Approach que podríamos bautizar como "Síndrome Cavallo". En honor a aquel ex funcionario de la Nación que, a la hora de explicarle a un jubilado qué era lo mejor para él, le recomendaba "comprar bonos". Seguimos siendo ese país que destrata, apalea y humilla a sus abuelos, en lugar de elegir el camino del Japón, donde el anciano es aquel a quien todo mundo recurre en busca de consejo y sabiduría.
No se pierde tiempo cuando, desde nuestro espacio, recomendamos al lector que sepa leer los titulares entre líneas. Las respuestas a los problemas específicos de una industria o una empresa, por ejemplo, no provendrán jamás de un político. Porque el político -per se- desconoce la manera de solucionar problemas. Lo que éste hace es armar equipos para enfrentar esas problemáticas. En tal sentido, es importante desconfiar de aquel candidato que diga, por ejemplo, "Voy a bajar la inflación". Lo cierto es que -muy para sus adentros- desconoce cabalmente la manera de hacerlo. De igual forma, desconoce los procederes para generar empleo genuino o mejorar la calidad de vida del ciudadano.
El gremialista tampoco tiene mayor idea de cómo aportar respuestas para muchas preguntas. El peor de los sindicalistas suele ser aquel que acompaña a un candidato. Porque suele arribar con su propia agenda y bagaje. En el Peronismo, el gremialista que más muestra la cara junto al contendiente principal, suele perseguir la meta de quedarse con la CGT, para poner un ejemplo contundente. El día de mañana podría reproducir las peores bravuconadas que hoy ejecuta don Hugo Moyano. Al menos, todas las chances apuntarán siempre hacia esa posibilidad.
El técnico es útil para lo específico y puntual, pero jamás puede un presidente satisfacer todos sus deseos y dotarle de amplios poderes. Por regla general, el funcionario de este tipo de área solo llega para promover una "apretada de cinturón" generalizada, aunque pocos reparan en un detalle, a saber, que siempre se reclama ese ajuste al ciudadano común. Nunca le es exigido sacrificio al político, responsable definitivo del desmadre. Porque el técnico-político no es otra cosa que el ladero del candidato. Cuando Domingo Cavallo viajó a los Estados Unidos para gestionar el blindaje que pretendía salvar a Fernado de la Rúa, olvidó mencionarle a los bancos acreedores que el déficit político argentino -la suma que se "robaban" los políticos locales en democracia, anualmente- totalizaba aproximadamente US$ 20 mil millones. Cuando Wall Street cayó en la cuenta del entuerto, explotó el gobierno y el mandatario debió poner pies en polvorosa, por vía aérea, y dejando un tendal de muertos y un país con sueños destrozados.
Hoy, continuamos viviendo en esta Argentina que inventa nuevas formas para encontrarse peor cada año, en un escenario de africanización no solo económica y social, sino también cultural. Lo grave del asunto es que tomamos esta triste realidad como algo que decanta sólo y que no vale la pena luchar para modificar. Se vuelve hoy casi imposible -para la mayoría de los ciudadanos- hacerse del techo propio o comprar un auto. El crédito sigue brillando por su ausencia, o se encuentra disponible para aquel que no lo necesita. No hay horizontes, y el empleo escasea. El "sueño argentino" se encuentra más lejos que nunca.
Habrá que prestar atención a los discursos de los políticos durante este año y el que viene. Veremos si acaso nuestros candidatos terminan -de una vez por todas- poniendo el foco sobre las cosas que verdaderamente importan.
Más que nunca, están vigentes los versos del poema "La Segunda Venida" de William B. Yeats:
Girando y girando en el creciente círculo
El halcón no puede oír al halconero;
Todo se desmorona; el centro no se sostiene;
Solo anarquía se desata sobre el mundo,
La oscurecida marea de sangre se libera, y en todas partes
La ceremonia de la inocencia se ve ahogada;
Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores
se ven plenos de apasionada intensidad.
Seguramente, alguna revelación está cerca;
Seguramente, la Segunda Venida está cerca.
¡La Segunda Venida! Difícilmente estas palabras pronunciadas
Cuando una vasta imagen del Spiritus Mundi
confunde mi vista: en alguna parte en las arenas del desierto
Una forma de cuerpo de león con cabeza de hombre,
Una mirada en blanco y despiadada al tiempo que el sol,
Mueve sus pesados muslos, mientras por doquier
Circundan las sombras de indignadas aves del desierto.
La oscuridad cae nuevamente; pero ahora sé
Que veinte siglos de pétreo sueño
Fueron contrariados hasta la pesadilla por el mecer de una cuna,
Y, ¿qué tosca bestia, cuya hora llega a su final,
Se arrastra hacia Belén para nacer?
Por Matías E. Ruiz, para El Ojo Digital Política. e-Mail: contacto@elojodigital.com.
Por Matías E. Ruiz, Editor de El Ojo Digital
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