Inesperada implosión en el seno del derechohumanismo plutocráta
El estallido de los "derechos humanos de billetera" -protagonizado por Sergio Schoklender y Hebe de Bonafini- ha arrojado esquirlas hacia toda dirección posible: abarca no solo a los personeros del rubro, sino también a sus socios en la política, el periodismo y la justicia.
Consabidamente aburrida la opinión pública y ciudadana frente a las noticias que parten del panorama político, las últimas horas han obsequiado una eventualidad por demás inesperada. Se trata, por supuesto, del duelo entre Hebe Pastor de Bonafini (Madres de Plaza de Mayo) y Sergio Schoklender (H.I.J.O.S.), albaceas de la conocida impostura del tratamiento de los "derechos humanos" en la Argentina.
Esta novedad se las ha arreglado para saltar a las primeras planas de los diarios y ahora es tema de conversación para analistas políticos que, lentamente, comienzan a atreverse a plantear la cuestión en sus respectivos espacios de opinión. Porque -es innegable- el periodismo tradicional y conservador ha mantenido un silencio cómplice frente a los puntos de vista del conglomerado que comparten [o compartían], desde Bonafini hasta Schoklender, pasando por periodistas como Ernesto Tenenbaum, Horacio Verbitsky (CELS) y Martín Caparrós, o jueces como Eugenio Zaffaroni y los porteños Roberto Gallardo y Elena de Liberatori.
El rimbombante estilo de vida del mayor de los hermanos Schoklender -conocido desde siempre- contribuye hoy a empujar al derechohumanismo de alquiler hacia el borde de la extinción. La articulación propagandística de los DD.HH. parciales funciona -lícito es decirlo- como un mecanismo notablemente aceitado: la presión política del espacio se sinergiza con el rubro de la prensa y las editoriales. En la administración de justicia, los fieles representantes del pensamiento único motorizan ideologías y consideraciones lindantes con el tratamiento "entre algodones" para delincuentes peligrosos. Escenario en donde el rol de la denominada "Doctrina Zaffaroni" es bien conocida y perfectamente delimitada. A este breve compendio tampoco le han faltado escuadrones de jóvenes que han hecho las veces de guardia pretoriana, cuyo método favorito es el escrache y cuyo funcionamiento no dista del que supieron exhibir los integrantes de las juventudes hitlerianas. La escuela obligada para la formación y el lavaje de cerebros de estos alineados individuos: la universidad.
Pero las leyes de la Termodinámica no mienten, y a todo sistema -por más perfecto que se presente- le aplica el principio de entropía, a saber: sin importar cuánto se retroalimente y se desarrolle, a la larga estará condenado a la extinción. Esto es lo que ha sucedido, a partir del "entredicho" entre Schoklender y el liderato de Plaza de Mayo. A partir de esta instancia, los célebres dignatarios del derechohumanismo -provengan del rubro que provengan- no podrán seguir prestando oídos sordos. Porque en este preciso momento, tal vez más que nunca, han quedado en duda no solo la popularidad del movimiento de los "derechos humanos", sino que la lupa recae sobre su verdadera meta y objetivos. Aún cuando muchos lo supieran de antemano, queda ahora expuesto que las luchas intestinas siempre han tenido relación con el "quién tiene más", no interesa si se trataba de dinero o poder. En definitiva, una meta con miras al enriquecimiento y el control.
No pocos recuerdan, por ejemplo, los encendidos discursos de Hebe Pastor de Bonafini en colegios secundarios porteños, llamando acaloradamente a producir una "revolución". O las oportunidades en que celebró, ante mudas cámaras de tevé, la muerte de miles de personas inocentes en los atentados de Nueva York en 2001. La protagonista también se ha encargado de defender a viva voz al terrorismo internacional, enmarcado en el accionar de la banda ETA -recordar el caso "Josu" Lariz Iriondo- o las colombianas FARC. En alguna de aquellas presentaciones públicas también supieron acompañar a la Señora el magistrado kirchnerista Zaffaroni o el encumbrado asesor gubernamental y columnista Horacio Verbitsky. Se sumarían luego figuras de "renombre" del piqueterismo y los gremios afines a Cristina Fernández Wilhelm y su fallecido esposo. Precisamente, el tándem santacruceño decidió aferrarse al conglomerado de los "derechos humanos", desde su llegada al poder en 2003. Las estructuras ahora bajo análisis cuajaban perfectamente con los sueños de acumulación de Néstor y Señora. Por esta misma razón, las recientes noticias han estallado en el rostro de la Presidente de la Nación.
Recién en junio de 2009, apenas producida la derrota del oficialismo en las elecciones legislativas, la crítica más exacta al negociado fabuloso de los DD.HH. provino del ya mencionado periodista Ernesto Tenenbaum. Casi desencajado, la emprendió contra el propio Verbitsky y contra todo el "progresismo" que, erróneamente, decidió apegar el reclamo social a la agenda política del Gobierno Nacional. Aunque fundamentó sus razones en una brillante argumentación, nadie pareció escucharlo, y hoy ha sucedido lo que él supo anticipar. Porque, si acaso quedaba algo de digno en el reclamo por los ciudadanos desaparecidos durante el Proceso de Reorganización Nacional y a posteriori, esa supuesta legitimidad acaba de volar por los aires. Las piezas incandescentes de esa construcción se han disparado ahora en todas direcciones, perforando la humanidad de todo aquel que comulgaba con sus objetivos.
De manera inapelable, el showdown Shoklender-Bonafini se transmigra hacia la realidad política. Candidatos de la izquierda dura y el centroizquierda -apegados al derechohumanismo- también resultan contagiados, por asociación. Resulta evidente que la ciudadanía hace tiempo no está para discursos de campaña que encumbran el derecho de ciudadanos con prontuario, eliminando cualquier mención sobre sus obligaciones. Se ha vuelto ya insostenible declamar a viva voz que el delincuente "es una víctima de la sociedad" o similares. Cae, por propio peso, la sentencia ambivalente del "Proyecto Nacional y Popular", que ni es proyecto, ni es nacional y que tampoco es "popular". Se derrumba -de igual modo- la falacia de calificar de "fascista" a cualquier ciudadano que exija un mínimo ordenamiento para transitar y/o trabajar. Quedan obliterados los falsos opuestos "izquierda" y "derecha", junto con la consabida propaganda que somete a escarnio público a quien pudiere coincidir con la segunda visión.
Finalmente, todo está dado para que un puñado de candidatos echen mano de declaraciones que aprovechen el mal momento de los promotores de los DD.HH. El premio mayor en las Presidenciales de octubre será para aquellos que recojan el guante y se atrevan a poner en agenda qué tipo de derechos humanos deberán primar: si aquellos del ciudadano de trabajo y de bien, o -como ha sido hasta ahora- los derechos del malviviente, el violador o el homicida.