Autofagia política en curso
En medio de las impotencias y el desánimo que produce la impunidad rampante de esta nueva raza de campeones del enriquecimiento personal, empiezan a tener lugar, por todo sitio, gravísimas discusiones políticas de ciudadanos comunes que suelen desembocar en agresiones serias o, lo que es más liso y llano, en escenas de pugilato.
La imagen controversial de nuestra dramaturga luctuosa la ha convertido en una melancólica figura de café concert y casi en una pésima artista de aquellos carretones itinerantes de los pueblos rurales del siglo XVIII.
Ella suscita enconos tan cerriles, odios y divisiones de tal tenor agonal, que vale imaginarse a una sociedad civil fracturada por la mitad (o no tan mitad, como que el lado oficial puede estimarse hoy en un máximo de 34% de las voluntades). Inclúyanse -allí mismo- unos 4 puntos que son el fraude inveterado de este oficialismo.
Nunca antes había ocurrido una cosa parecida durante un gobierno democrático, salvo en la segunda presidencia de Perón.
Diríase que no existe, precisamente, un clima de unión nacional, sino todo lo contrario. Y diríase también que ella, mucho más que su desaparecido monje gris, ha tenido un éxito pleno en las instigaciones fervorosas de tal clima de crispación.
Hasta un niño puede ver, en los libros elementales de historia, la saga de los gobiernos totalitarios nacidos bajo un régimen democrático, aún con apoyo de minorías poco significativas, pero al amparo inapelable de las urnas.
Ascienden por una torre de cartón escalonada en pliegues de total artificialidad, hacia un pináculo cuya altura jamás los conforma y convierten a la oposición en un instrumento atomizado que les pavimenta el camino para tal ascenso.
Miden quirúrgicamente cada paso de la fragmentación que le ocasionan a esa oposición con el ánimo de evitar, cuidadosamente, que desaparezca del todo, casi como una necesidad de agonía sostenida…
Una oposición que debe ser así… arrastrada de un modo interminable para que sirva precisamente como esencial alimento político de los totalitarios en el marco de unos contrapoderes que ya van quedando tan solo en los papeles. Son el sparring andrajoso pero imprescindible de cualquier triunfo hecho sobre puntos de comparación que justifiquen la lógica democrática de ganarle a “alguien”.
Sin embargo, empiezan a caer cuando ellos mismos se transforman en su propia oposición, en un proceso conocido como “autofagia política”.
El germen de su caída… son siempre el miedo y la inseguridad.
Y el primer síntoma del desastre es el descontrol de su corrupción interna, que les funciona como verdadera carcoma desatada entre sus propias vísceras… asemejándose a una clásica psicosis del latrocinio de los animales salvajes lanzados todos hacia una presa conseguida por uno solo de ellos …en medio de la hambruna.
No es ya el tropel de un abigeato en desbandada, sino la porfía terrible que se dispara en sus propias entrañas al destaparse a la luz pública alguno de los botines birlados a las arcas nacionales por alguno de ellos.
Para enfrentarse a ese drama íntimo y trágicamente autónomo que los atormenta cada día, los instrumentos de compensación que desarrollan naturalmente de forma casi descontrolada son sus anticuerpos de simple pulso: la bravuconada y la agresividad sin límites.
Logran, en verdad, al principio, muchos más adictos de los que ellos mismos se proponen. Sumisión, sometimiento e incondicionalidad empiezan rápidamente a campear en derredor suyo, para que muchos lleguen así…a constituirse -a su sombra- en un lugar seguro, bajo cuyo abrigo, en forma categórica, se calman las penurias de los rastreros.
Cuando ya no pueden arrasar con la verdad en prensa y medios, acusan a sus dueños y a las mejores plumas del país de cualquier herejía, sólo con la campaña simple pagada por la disponibilidad de “caja” y por partidas devengadas del propio erario público.
Esas partidas son correlato con un régimen impositivo confiscatorio distorsivo y armado con la excusa de unas “gravísimas emergencias”. Unas “amenazas de enemigos de la patria” o “el auxilio humanitario a toda la base indigente”.
El totalitario es esencialmente populista.
Debe serlo… forzosamente, por cuanto sueña con ser defendido por la movilización de una masa crítica popular, a la hora de aparecer alguna acusación en su contra, sobre todo si es fundamentada.
Arman sus escenarios con cuidado y, cuando hablan, saben muy bien que todos los que están allí presentes son autómatas puestos para su aplauso y su gritería de aliento. Sin ningún cargo de conciencia y sin medio chispazo de vergüenza, llegan a autoconvencerse de ese cuadro trucho de complacencia. No sienten el tormento de esa verdad ni se les mueve un pelo en su dignidad por haber pagado a una claque completa.
Construyen un liderazgo visual, comprando con dinero las palmas y los vítores… abrazando causas de defensa hipotética de los intereses del pueblo, siempre con una ferocidad terrible.
La patria (puesta con minúscula), la bandera nacional (su creador) y los símbolos de la soberanía, son el objeto ciego de una incentivación que ellos mezclan, a propósito, con oscuros personajes de la actualidad, recientemente muertos.
Hacen eso de una forma tan espectacular como mañosa, abriendo fuego sobre todos los íconos del desencanto popular, sobre aquellos que jamás nadie defendería… y sobre cualquier leña de los árboles caídos.
La defensa de los intereses nacionales, puesta como un cartel en la proa de su avance, es siempre abrigo de transacciones y erogaciones mayúsculas sin ningún sentido, encaminadas todas ellas a enriquecerse, a ampliar la caja chica … a hipotecar futuro y “ganar” presente.
Las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y las Fundaciones son las dos figuras jurídicas con personería (“sin fines de lucro”) que usan hoy como herramientas predilectas.
Dicen combatir la calamidad y el vicio del pasado, haciéndolo desde un pedestal de moralidad pública y de derechos humanos cuyas reglas básicas se imparten desde un discurso conmovedor, sacralizado y enojoso, perorado siempre en muy alta voz o a los gritos... casi en llanto.
Logran así, la rara mezcla de ser víctimas de fantasmas potenciales y verdugos amenazantes en forma simultánea, enarbolando en modo permanente un catálogo de graves peligros y acechanzas que son justamente los reclamos y las pretensiones de unas “minorías deshonestas” en cuya demonización trabajan de sol a sol.
Hacia ellos dirigen las advertencias y diseñan -parejamente- "grupos populares de acción directa" para producir el amedrentamiento sobre cualquier sector empresario que salga un milímetro de las reglas de ese juego decretado. Contratan para eso, a artistas raídos, a locutores de la rapiña y cantores populares… conocidos parásitos de la escoria y que tengan el bolsillo tan sensible como para arrastrarse en cualquier averno o para decir a los cuatro vientos la más lúbrica de las vesanias.
El derrumbe sobreviene por propia inercia.
Acaso nunca por la crítica opositora desde su siempre débil o candorosa estructura… y ni siquiera por los escapes de quijote que se animan a ensayar quienes esquivan la mordaza de la prensa.
Sobreviene por una espantosa contaminación interna y también por la descomposición natural de cualquiera de las vías de desarrollo económico social, devenida de la parálisis estructural interna y aún del aislamiento internacional… escenarios estos… de sus propios designios.
Les brota algo así como un tumor de oposición a sí mismos que tienden a comérselo. Quien se come las uñas por los nervios no incurre en autofagia por cuanto falta -en ese cuadro- la componente de la inanición o la desesperación.
Los autófagos se comen a sí mismos, casi siempre por necesidades de subsistencia o en estados de calamidad. Bien sea por el descalabro de su propia cohesión, o por la extinción forzada de los recursos artificiales de uso discrecional que fatalmente son llevados… por ellos mismos, al límite de su colapso.
Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política
e-Mail: gabunse @ yahoo.com.ar