El depredador de su propia miseria
Imposible exigirle a este gobierno que entregue la cabeza de ninguno de los delincuentes que integran su elenco. Pues jamás lo haría. Pero ni siquiera se trata de la cabeza de los delincuentes ocultos. Parece absolutamente elemental que, por lo menos, entregue la cabeza de los imbéciles. Los cuales, además de ser ladrones de gallinas, han perpetrado su felonía a cielo abierto... y a la vista y paciencia de toda la sociedad.
El Poder Ejecutivo siquiera ha tenido la decencia de constituírse en querellante de ninguno de ellos.
No lo hizo ni como escarmiento a un miembro de su propia banda que "se la estaba llevando solito"... sin decirle nada a todos ellos.
Prefirió quedar basculando entre soltarle la mano y pagarle un retiro por debajo de la alfombra.
Así lo hizo con Claudio Uberti, con Felisa Miceli, con Ricardo Jaime, con Manolo Vázquez y con otra media docena de tránsfugas de la moral.
Ni siquiera le importa a la Corona parar mientes en la autopurificación, mostrando que corta los brotes malos. Ni aunque por todo el árbol corra la savia de la corruptela. No. Apuesta al silencio y se acabó.
Ya se ocupará nuestra sociedad -sorda y ciega- de olvidarse, distraída con cualquier abalorio... en los confines del tiempo.
Quien esto escribe meditaba sobre la posibilidad de hablar aquí en detalle del vuelo impúdico de Jorge Milton quien, administrando una provincia con récord nacional de desnutrición y raquitismo, se fue a unos hoteles de ultralujo en Panamá con sus hijas, en el avión jet del estado provincial y con un presupuesto astronómico, abonado por la misma caja de la que debería salir el auxilio a aquel drama.
Con información coleccionada durante cinco días, puede otearse desde cualquier ángulo que ese viaje, en esas condiciones, es una absoluta obscenidad axiológica. Ilegítima e ilegal.
Pero acaso sea mejor levantar vuelo mucho más alto que esa aeronave de lujo, y mirar al sátrapa desde una altura superior.
Analizar su contexto dentro de los bordes del infierno de pobreza de una provincia famélica en la que él mismo nació, y en cuya desgracia creció viéndola en forma directa, sin tener -justamente por eso- la menor razón humana para ignorar u olvidar esa calamidad.
El sabe bien que existe una especie de septicemia allí, que se propaga sin pausa con el incentivo permanente de los hombres de su propio poder ejecutivo... para que todo dependa solamente de sus designios y se sufrague con la "caja" que le adjudican... por ser uno de los ahijados de la Monarca.
Sabe perfectamente que nadie le hará daño, ni le llamará la atención.
Sabe (y por eso se traslada hacia Panamá en modo escandaloso) que cuando prende este virus, entonces ya no hay posibilidad de remedio alguno. Todo está en sus manos, y por ello tiene prefigurados los cuestionamientos.
Los más elementales niveles de conciencia crítica resultan aturdidos y reducidos, saturados por este tipo de larvas que enarbolan la peor perversidad. Organizada especialmente desde el gobierno de provincias como ésta, que se exhiben hambreadas hasta los tuétanos.
Y, justamente, la población del Chaco -postrada y menesterosa- es la que lo ha reelegido hasta el 2015... con el 66% de los votos.
La más terrible confusión e indignación comienza a embargarlo a uno cuando se mira al trasluz este tipo de canalladas, y allí se comprende la causa por la que surge el costumbrismo social de dejarse depredar.
Es la absolución de las vacas, a cualquiera de estas demasías, como caldo de cultivo ideal para la pérdida de la capacidad de asombro y para el colapso de la identidad de las acciones nobles.
Y, a fuerza de terribles confusiones -editadas y publicadas en centenares de periódicos-, el ciudadano, absorto e indolente, tiende a confundir la acción con la expiación y el vicio con la virtud.
Y termina viendo como una conquista... a su propio aniquilamiento.
Una especie rara de cinismo colectivo y de hipocresía social hace que muchos, como en el Chaco, estén llegando a pensar que eso es algo absolutamente normal...
O que es propia de nuestro sistema la depredación gubernamental de esa misma caja, que debería alimentar a miles de chicos raquíticos y agonizantes. Con su abdomen hinchado por la desnutrición.
Y nosotros, ante la rapiña que ejecuta este trapacero, bajamos la cerviz, como estúpidos de enciclopedia. Apostados sin pudor en una cornisa que da al abismo. Desde la que, sin mayor esfuerzo, podemos ver la nada.
El hartazgo ha superado ampliamente a quien esto escribe.
Este y otros tres gobernadores aprendieron a rechazar la doctrina de las obligaciones de un mandatario y, a estas alturas, -realmente- carecen de la menor idea del compromiso ineludible de hacerse responsable por aquéllas.
En este paisaje repugnante, resulta imposible no mencionar a un nutrido grupo de empresarios provinciales rastreros y dirigentes expertos en genuflexión, que asisten a cada desfalco... aplaudiéndolo.
El hartazgo suele devenir en la ira, con un prolapso imprevisible.
Pues una cosa es errar en el gobierno y tropezar con errores, elegir el camino equivocado... o acaso perder el rumbo.
Pero algo bien distinto es restregarle a la sociedad un saga de actos casi de provocación por su impudicia. En un lujo robado a las sacas de una ayuda social mezquinada y malversada. Otra cosa muy diferente es burlar a esa sociedad famélica, y arrojarla de ex profeso, para que transite la peor crispación, la confusión y la angustia, avisándole que las cosas van a seguir así... hasta que termine este segundo mandato.
Es inaceptable que un ratón de este calibre robe en la cara de esos niños, depredándole burlonamente los fondos que están sólo para paliar su impresionante miseria... y que lo haga aserrándoles el piso de cualquier esperanza.
Sumidos en el letargo de la sequía y la imposibilidad fáctica de los reflejos, hasta de pensar, están ya entregados a cualquier humillación, abnegados y urgidos por la vida. Postrados de hambre.
¿Qué puede importales ya un avión Lear Jet y todo ese salvaje desfalco?
Se perciben, sin duda alguna, elementos tan lapidarios y definitivos que dejan en estas horas al jovenzuelo, al borde del estado de autoconfesión en el vulgar delito de acción pública de Robo al estado provincial.
Las carambolas del destino han favorecido mucho a este aventurero. Aún empujado por la impunidad, no tiene excusa humana posible. Por cuanto está depredando -en el marco de miseria donde nació- a los seres humanos que dependen del presupuesto que él administra.
Si no fuera un raquítico mental, en lugar de pasear a su familia con gran desparpajo en hoteles extravagantes de Panamá, debería trasladar ya mismo y hasta finalizar su mandato a todo su gabinete de parásitos, y a todos los mecanismos estatales de la asistencia social, a una carpa en el medio del Impenetrable. Para ver, cada mañana, ese desastre.
La contracara peligrosa para él es que, como todos los parásitos de la escoria social, con esas cabriolas de carterista rampante, se va a estrellar... más temprano que tarde, contra la realidad.
Esa que regresa fatalmente, siempre, a cobrar su parte de razón.
... la que tenía.
Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política
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