El Estado K: ¿anulación del pensamiento crítico o carencia de ideología?
En la reciente historia política argentina, no existe lugar para el liberalismo político. No me refiero a la inexistencia de un partido de neto corte liberal como lo fuera la Ucedé, allá lejos y hace tiempo...
En la reciente historia política argentina, no existe lugar para el liberalismo político. No me refiero a la inexistencia de un partido de neto corte liberal como lo fuera la Ucedé, allá lejos y hace tiempo. En la actualidad, simplemente no hay lugar para ninguna idea liberal, política ni económica. El liberalismo argentino ha sido víctima de un encierro del que difícilmente pueda salir, debido a que el grueso de la población lo relaciona con el neoliberalismo de la década del noventa (que ciertamente no es lo mismo que el liberalismo clásico, aunque este es otro tema).
Si vamos al caso, puede afirmarse que tampoco existe el peronismo en la Argentina reciente. Desde la muerte de Juan Domingo Perón en 1974, solo ha habido dos peronismos bien distintos entre sí: el de Carlos Saúl Menem y el representado por los Kirchner. Difícilmente pueda ser catalogado de peronismo lo que Menem exhibió durante su gestión. Alcanza con leer los libros de la doctrina y filosofía peronista escritos por el propio Perón, y se comprobará que el riojano hizo precisamente todo lo contrario a lo que referían los manuales peronistas.
El peronismo de los Kirchner no se presenta como un peronismo ortodoxo como el del General Perón. En rigor, se trata de una facción política disfrazada de izquierda, que utilizó la simbología justicialista para alcanzar el poder. Una vez que lo logró, se deshizo rápidamente de ella. Curiosamente, el “peronismo” kirchnerista/cristinista guarda mas relación con la izquierda peronista derivada de Montoneros (muchos de sus otrora integrantes son hoy son altos funcionarios del Estado), a la cual Perón responsabilizó del asesinato de José Ignacio Rucci en 1973 y echó de la Plaza de Mayo el 1o. de Mayo de 1974. No se trata de un peronismo auténtico, por cuanto el peronismo ortodoxo fue reconocido siempre por su carácter anticomunista, desde su nacimiento en los años cuarenta y, desde luego, no observa relación alguna con la izquierda. En resumen, nadie ha seguido fielmente los pasos e indicaciones que legara Perón. Acaso sea este el desafío para los peronistas de este siglo: recuperar a Perón.
Pero, como decíamos al inicio, no existe lugar en la Argentina de estos tiempos para el respeto por la libertad. Queda, pues, descartada de plano la idea de la existencia de un libre mercado en nuestro país, en virtud de que -desde hace ya más de seis décadas- el nuestro es un país estado-céntrico, siendo la década del noventa la única excepción. La mentalidad de la ciudadanía de nuestro país se percibe formada de tal modo que encuentra en el Estado todas las soluciones para sus problemas.
Quizás allí encontremos el origen del rotundo éxito de Cristina Fernández de Kirchner. La población, al contar con el Estado como garante de la mayor parte de sus cosas, le confío a la mandataria un nuevo periodo presidencial. Existe un toque paternalista en el Estado que hace que cada ciudadano se vuelva más individual, sin tener en consideración los peligros que ello pudiere acarrear para la población en general a futuro y (más llamativo aún) para el mismo ciudadano que decidió sufragar por ella.
A igualdad de condiciones, aumenta la confianza en el juicio del público por parte de los gobernantes y su infabilidad, explicada en tal sentido con la famosa frase que todos habremos oído alguna vez: "El Pueblo nunca se equivoca". De este modo, la diversidad de opiniones se ve coartada, aún cuando se trate de un bien a ser protegido en toda democracia que se precie de tal. Se abre, a fin de cuentas, una peligrosa puerta: la tiranía de la mayoría.
Esta nueva forma de tiranía o “despotismo paternal” (el cual se disfraza bajo una apariencia dulce y feliz), en realidad oculta una degradación implícita: la esterilización de la opinión pública, y una serie de individuos que piensen igual, más allá de las clases sociales. El argentino de clase media hoy día que ha votado por la actual Presidente es un claro ejemplo: representa una multitud de personas que, al tener en cuenta pequeños placeres que puede obsequiarse, se declara contenta. Tengamos en cuenta la individualidad extrema que exhibe la población occidental, no solo argentina, como señalé en otro párrafo. Solo le interesa la propia satisfacción y la de su familia. Por encima de ella, se encuentra el Estado, que se encarga de velar por su suerte y aparente felicidad, tratando de que esa parte importante de la ciudadanía no reflexione. Así, los individuos son moldeados por el Estado: este no los alienta a intervenir realmente en la política sino que, silenciosamente y sin violencia, reprime el pensamiento crítico, lo apaga y embrutece. De esta manera, no se es libre; se vive una falsa libertad (como en la película “Matrix”, pudiera decirse). Por ello, siempre debe existir un estado que administre, pero también un ciudadano libre en el ámbito político: esta prerrogativa no implica necesariamente un libre mercado. El Estado puede intervenir en el mercado si se lo propone, siempre y cuando respete el derecho a la propiedad privada y los derechos civiles y políticos. Porque, en estos últimos tiempos, no solo las clases bajas dependieron (y dependen) de planes sociales originados en la función pública. Las clases media y media-alta también dependieron, durante ocho años, de subsidios que, aún cuando no parezca, lograron que los sectores más pudientes terminaran dependiendo de la prebenda estatal.
El welfare-State o Estado de Bienestar keynesiano vino a renovar el liberalismo, de tal suerte que se incluía una porción del pensamiento socialista. Esto ocurrió a fines de los cuarenta. Desde esa época, se ha implementado a nivel mundial ste sistema, que tuvo su pico de popularidad más alto hasta los setenta y más bajo en los 80, hasta fines de la década del 90. No se está a favor, ni en contra. Pero no es el único caso: en las últimas décadas, se han deformado una serie de conceptos "políticos" pues, a fuerza de tanto movimiento y alianzas, la Argentina se convirtió en un país vacío de ideología. La política se ha vaciado de ideología y contenido.
Aún cuando nuestros gobernantes parecen haber olvidado que la libertad es la condición para el ejercicio del poder y su precondición, pues esta debe existir para pueda ser ejercida.
Por el Lic. Eric Nesich -Licenciado en Periodismo y Comunicaciones-, para El Ojo Digital Política
Twitter: http://twitter.com/EricNesich